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MI SUBIDA AL MONTE TÁNTRICO XVII

Conversaciones con mi maestro y guía


“La duración media de un abrazo entre dos personas es de 3 segundos. Pero los investigadores han descubierto algo fantástico. Cuando un abrazo dura 20 segundos, se produce un efecto terapéutico sobre el cuerpo y la mente. La razón es que un abrazo sincero produce una hormona llamada "oxitocina", también conocida como la hormona del amor. Esta sustancia tiene muchos beneficios en nuestra salud física y mental, nos ayuda, entre otras cosas, para relajarse, para sentirse seguro y calmar nuestros temores y la ansiedad. Este maravilloso tranquilizante se ofrece de forma gratuita cada vez que tenemos a una persona en nuestros brazos, que acunamos a un niño, que acariciamos un perro o un gato, que estamos bailando con nuestra pareja, cuanto más nos acercamos a alguien o simplemente sostenemos los hombros de un amigo”. 

Nicole Bordeleau, maestra de yoga y profesora de meditación, es un referente para alcanzar el bienestar.


Esta reflexión me da pie para hacer un balance no solamente de mi XVII etapa en el ascenso al Monte Tántrico, sino para cerrar un año y emprender otro, preñado de posibilidades de crecimiento sensual y sexual.
Todo comenzó cuando tú me sedujiste para que me dejara acompañar en este lago, pero acertado camino. Recuerdo cómo me indicaste que tratara de transformar mi forma literaria de escribir, plagada de conceptos, en una narración de sensaciones, emociones, sentimientos y vivencias. Después de más de cuatro años las palabras que albergaban conceptos abstractos, fueron abandonando creencias y descubriendo otras realidades.


Volviendo al párrafo magistral de Nicole Bordeleau, observo que el abrazo está encorsetado en un protocolo de cortesía, que aleja y distancia a los cuerpos que pretenden expresar su acercamiento. Es evidente que el pudor se convierte en el árbitro de la expresión de nuestros sentimientos. Sin duda, entrañable maestro, el pudor fue una de las primeras sensaciones que me ayudaste a superar. El Pudor es el enemigo de la expresión libre de nuestros sentimientos y nos aleja cada vez más de la espontaneidad del niño que llevamos dentro. La cultura judeocristiana e islámica que invade gran parte de la humanidad, es la causante de este bloqueo emocional.  El pudor marca la barrera entre el sentir y el consentir. Los sentimientos no tienen género, pero, sin embargo, el pudor nos indica cuáles de las muestras de cariño son de hombre y cuáles de mujeres. Cuando tú me saludabas escribiendo: “Recibe un abrazo en la desnudez más impúdica”. Estabas cambiando de signo aquello que la moral y las creencias, habían sentenciado como negativo.


Las primeras sesiones sirvieron para que yo emprendiera un proceso de cambio.  Los conceptos cargados de perjuicios y complejos, se transformaron en emociones que hincaban sus raíces en el deseo, la consciencia del presente, el darme permiso para sentir y gozar, la percepción de la proximidad del otro, y sobre todo la respiración jadeante que en un principio fue como una especie de disciplina molesta, que se tornó en armonía natural. En aquellos primeros encuentros apenas entendía casi nada. Muy rígido y controlador, todo mi afán era cumplir bien la tarea encomendada. Recuerda, mi querido maestro, que tuviste que taparme los ojos para que yo interiorizara las sensaciones.




Todo ello fue rehabilitando mis zonas erógenas, dormidas, bloqueadas o simplemente atrofiadas.
Los masajes, las caricias, los tocamientos y los contactos cuerpo a cuerpo, ya sin pudor, dieron rienda suelta al deseo, sí al deseo sexual, erótico en todas sus manifestaciones.
En las últimas etapas, los roles de maestro-guía y aprendiz-discípulo, se fueron contaminando como resultado de una identificación natural y permitida por ambos caminantes.




Las sensaciones, las emociones, el gozo y el placer, abrían todos los poros de mi cuerpo, erizando el vello corporal. La ausencia del pudor dio paso a la respuesta a tus excitaciones y provocaciones muy calculadas; dándome permiso para gozar con el placer sexual. Placer que se manifestaba de muchas formas e intensidades. Percibiendo tu presencia, tu calor, tu roce, tu respiración sobre mi cuello y rostro. Abrazos que nos permitían fundir nuestros cuerpos sintiendo entre tus piernas y las mías nuestros genitales de forma alternativa. Separados por el fular. De pie y tumbado sobre el tatami acariciaste mi cuerpo dejando que el fular rozara suavemente toda mi piel, cual pluma de ave que el viento mueve muy suavemente.




He respondido a tus seducciones, excitaciones y provocaciones sexuales de forma muy satisfactoria; gozando de tu cuerpo, de tus piernas y brazos, de tus genitales incluidos en el juego erótico. Es preciso mencionar el gozo y la alegría que suponía para mí el endurecimiento de tu pene como un auténtico acto de adoración.
Has utilizado todas tus técnicas sensuales, sexuales y eróticas para seducirme y volverme loco de placer. Has estimulado los anillos de mi ano acariciándolo con el glande de tu pene en máxima erección. Suavidad temperatura y placer. Tengo que manifestarte que, con anterioridad a estas prácticas tántricas, me sentía incómodo si permanecía con el prepucio descapullado.

 

En todo momento he abandonado la rigidez y he dado paso a la relajación y al abandono; siendo consciente del momento, dándome permiso con iniciativas que respondieran a tu seducción. Me abordaste con auténticas muestras de posesión con fuerza que me sentía muy deseado y sin pudor venciendo la timidez para responder a tus estímulos. Fuerza, virilidad, placer, roces con tu barba, donde yo respondía hasta con la boca y los dientes…

Paulatinamente he ido perdiendo el temor a cometer errores y he sentido mucha alegría el poder olvidarme de tu rol de docente. Allí sobre el tatami, compartiendo aquellos momentos alegres y placenteros, había dos hombres desnudos, nada más…


Un tratamiento a parte es preciso reservar para nuestro abrazo tántrico. Fundidos piel con piel, entrelazados con nuestras piernas y brazos, fui consciente del momento mágico. Yo sentí que nuestros genitales, los sentía como propios. La hormona oxitocina, sin duda hizo acto de presencia. Nos acariciamos con nuestras manos en todas las partes allí donde nos era posible. Nosotros mismos tan concentrábamos estábamos que casi logramos que se paralizara el tiempo. No tuvimos prisa en concluir aquel erótico y cariñoso abrazo. 


Una vez sentados uno al lado del otro, seguí acariciando tus piernas, ingles y pubis. Me recreé en acariciar tu pene que pronto alcanzó de nuevo su dureza y máxima excitación. Al mismo tiempo superando todo pudor y falsa modestia te comuniqué que alguien me había hablado de mi capacidad erótica, y tú sin decir palabra me hiciste un gesto indicándome, cómo tu pene erecto obedecía a tus impulsos pendulares… Fue un momento muy erótico y muy tierno a la vez. Me sentí muy feliz y con mucha alegría. Yo creo que ya hacía varias horas que me había olvidado de que era mi guía… 




AMASANDO MI PIEL...




EL PODER LA LENGUA



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