Por Pedro Taracena
“Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se
desea”.
“Sentimiento de aversión y rechazo, muy intenso e incontrolable,
hacia algo a alguien”
Podríamos encontrar muchas
más definiciones y otras tantas acepciones de la palabra odio. Sin embargo, todas ellas tienen un enfoque moral emanado del
contexto histórico donde se desenvuelven nuestras conductas, nuestro
comportamiento en suma. La influencia moral de la cultura judeo-cristiana es
decisoria en su origen, llenándolo de contenido etimológico y semántico. El
odio va en contra del mandato divino: Amarás
a Dios sobre todas las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo. Esta
doctrina está diseñada para que la represión del odio se convierta en virtud
meritoria. Si te dan una bofetada en una mejilla, mostrarles la otra, para que
te la rompan también; devolviendo bien por mal, evitando la satisfacción del
agravio y cuidando mucho que la justicia no tenga tintes de linchamiento o de
venganza. A pesar de que en los tiempos más primitivos del judaísmo estuviera
en vigor la Ley del Talión: Ojo por ojo y
diente por diente. El odio se considera como intrínsecamente malo, aunque
en las dos definiciones mencionadas más
arriba, marcan alguna diferencia. En la
primera el odio lleva inherente el deseo del mal para el sujeto u objeto
odiado. Y en la segunda definición el odio es un sentimiento privado y libre;
pudiendo ser activo o pasivo. Solamente tendrá trascendencia si se exterioriza
en hechos punibles.
Avanzando en estas consideraciones
prisioneras de la tradición religiosa, por qué un sujeto que objetiva o
subjetivamente tiene motivos para odiar,
deba reprimirse; cuestionando si realmente este sentimiento se pueda reprimir
cuando la prescripción viene dada por una moral divina, interpretada y
prescrita por una clase sacerdotal. El odio, el amor, el perdón, la venganza,
la ira, la paciencia, la envidia… son cualidades del ser humano. Y la
trascendencia de estos estados de ánimo, sólo estarán prohibidos cuando sean
castigables por la legitimidad de las leyes civiles, no por las normas morales,
ajenas a ellas. Por ejemplo, se puede odiar por envidia o por otras razones a
un padre, a un hermano, a un amigo o a un extraño, pero esta digamos emoción,
en virtud de qué moral es intrínsecamente mala, aunque se tenga la voluntad de
desear todos los males del mundo. Las consecuencias de estos deseos no
constituyen una conducta dolosa, mientras estos pensamientos no se traduzcan en
hechos delictivos. Y es posible que quien alberga estos pensamientos obtenga
cumplida satisfacción en su intimidad.
La madurez de la persona
civilizada se irá alcanzando en la medida que se adentre en el mundo del
raciocinio. Cuando su comportamiento obedezca al conocimiento obtenido por el
uso de la razón. No por la tradición irracional de una moral milenaria dictada
por los líderes de una religión. Volviendo a la Ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente, ésta
supuso un límite a la venganza. Se llegaba a brazo por brazo, mano por
mano y hasta vida por vida.
En el derecho actual los
hechos donde se ha materializado el odio, están sujetos a la justicia y sobre
todo con vocación de alcanzar la reinserción del condenado. Una vez situado el
odio en la esfera personal y al margen de toda consideración de índole religiosa,
su materialización en un acto que merezca
castigo según la ley, se considerará al margen de los sentimientos
negativos, que la persona pueda haber tenido o mantenga para siempre. El reo no
será condenado por el sentimiento de odio, sino por las consecuencias de
haberlo ejecutado a través de un hecho
delictivo. A pesar de estas consideraciones el odio sigue siendo algo a
erradicar por ser humano. Se considera que no se puede vivir con tranquilidad
de conciencia odiando al prójimo y se le califica como una mala persona. El
odio sentido o confesado es algo a reprimir y desterrar. El odio toma parte del
mal y la ausencia de odio es el bien. Siempre medido con parámetros morales que
no están en los códigos civil o penal. Caín podía haber odiado eternamente a su
hermano Abel y sin embargo si no hubiera cometido el crimen, Dios no le hubiera
pedido cuentas de su odio fratricida. Salvando las distancias bíblicas, en la
vida diaria de una persona hay motivos, unos objetivos y otros subjetivos, que
le provocan odio irremediable imposible de evitar. Hay odios que aparentemente
se resuelven a través de la aceptación de la culpa y el perdón de la víctima.
No obstante, si el agresor no es perdonado por el agredido, el odio persistirá.
Pero hay otros casos en el que el ofensor se obstina en el comportamiento que
hiere al ofendido, y éste, lejos de perdonarle aumenta la intensidad de su
odio. En ambos casos el sujeto ofendido alivia su rencor con la satisfacción
que le proporciona su odio permanente. En estas situaciones el conflicto sigue
y “cuyo mal desea” también. Siempre que no se exterioricen amenazas verbales
que pudieran ser constitutivas de un delito. Además hacen su presencia los prejuicios emanados de la moral
popular, ancestral y religiosa. El odio siempre se considera no solamente
negativo, sino perverso. Sin embargo, el causante que provoca el odio de la
víctima, aunque éste sienta odio también, como es por naturaleza considerado
como “el malo”, se acepta como normal que se mantenga en un estado de maldad permanente.
El sentimiento de odio debe
ser reconocido y calificado por el propio individuo que lo siente. Borrarlo
mediante la práctica de doctrinas morales ajenas a la razón produce
frustración. Pocos están dispuestos a perdonar gratuitamente y menos devolver
bien por mal. El sentimiento paterno filial, fraternal, amical o simplemente
entre ciudadanos, bajo el paradigma bíblico, no resuelve los conflictos
emanados del odio. Estos parámetros arcaicos estructuran una sociedad
patriarcal, donde sólo se contempla “el honrarás a tu padre y a tu madre”, no
se menciona la reciprocidad de los padres con los hijos, al margen del nivel
nutricio. Por supuesto la mujer está sujeta al hombre y no se contempla la
igualdad. Entre los hermanos, el mayor es el que dispone de los derechos de
primogenitura. Es decir, que la sociedad con valores bíblicos, sean del Antiguo
como del Nuevo Testamento, se basan en el perdón, el sacrificio y la
obediencia, sin tener en cuenta la justicia y la igualdad. La sociedad moderna
ha regulado las conductas observadas al margen del bien y del mal, el vicio y
la virtud, la venganza y el perdón, el pecado y su redención. Las leyes que la
civilización se ha dado sólo entiende de derechos y deberes, en base a la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. El mundo de los sentimientos
queda en la intimidad del individuo. Donde el odio intrínsecamente no tiene por
qué ser un mal absoluto. Dependerá de cada persona de cómo lo asuma. Para
algunos puede ser una satisfacción el odiar y para otros les producirá algún
cargo contra su conciencia. Todo ello encontraba respuesta en la religión,
ahora, quizás, es la psicología la ciencia que se ocupa de los estados de
ánimo, del comportamiento y de la conducta. Hay quien no siente ninguna
inquietud por ese algo o alguien que le provoca malestar, el odio lo convierte
en indiferencia. El derecho a sentir odio y por supuesto obrar en consecuencia
en su propia defensa, todo ello es cuestión de empatía y asertividad. Siempre
al margen de cualquier reacción consumada con dolo.
En el siglo XXI como en el
pasado, nuestras circunstancias nos llevan a sentir odio de muy diversa
naturaleza. Odio por las injusticias, las guerras, los maltratadores, los
dictadores, los ladrones, los usureros y los caciques. Y es lícito sentir odio
por estas agresiones, ofensas y humillaciones; luchando contra toda vulneración
de los Derechos Humanos. En el ámbito social y familiar, hay padres, hijos y
hermanos, que lejos de practicar el amor paterno filial o fraternal, hacen
motivos para levantar sentimientos de odio. Tanto en el campo social, político
o familiar, el odio y sus consecuencias, no se resuelve con prescripciones de
índole moral religiosa, su resolución viene prescrita en el Derecho; quedando
en el ámbito privado los sentimientos de odio o rencor. Así como los
sentimientos de ternura o cariño. Sería saludable desmitificar la
estigmatización del odio y sacarle del
entorno del mito. La psicología es una herramienta humanística cuyo objeto es
el comportamiento humano, al margen del premio y el castigo bíblico. El odio
como la simpatía, la soberbia y la humildad, no imprimen carácter inmutable.
Habrá que analizar los factores personales y del entorno para abordar las
diversas motivaciones subjetivas. Si un ciudadano, por ejemplo, en la
actualidad se ve privado de todos los derechos que le proporcionaba el Estado
de Bienestar: se ve en paro, pasa hambre, sufre un desahucio, contempla mermada
su asistencia médica y sus hijos no tienen la educación que garantizaba su
futuro, ésta persona le asiste el derecho del sentimiento del odio contra todo
y todos los que le arrebatan algo que es suyo. La resolución de estos
conflictos tiene difícil solución a través de preceptos religiosos. Porque el primer paso a dar es
encontrar el sujeto que desencadenó la agresión, la ofensa, el insulto por
parte de quien se siente la víctima. Y a partir de estas premisas, el perdón o
la venganza, tienen que dejar paso a la
justicia y el restablecimiento de los derechos quebrantados. Aunque el odio
sigue siendo una vivencia personal irrenunciable para satisfacción de la
impotencia del agredido. El odio visto con el prisma del siglo XXI no es algo
monstruoso, un vicio a erradicar de los individuos que lo sientan. Más bien
debe ser una oportunidad de reflexión con la razón, no con los impulsos
irracionales y mucho menos con los prejuicios religiosos de épocas ya
superadas. En “mi querida España, esta España mía, esta España nuestra” el odio
está anclado en nuestras vidas presentes y en nuestra reciente historia. La
solución no está en un examen de conciencia, en sentir dolor por haberlo
mantenido y reconocerlo abiertamente, tampoco en el propósito de la enmienda y
mucho menos en cumplir una hipotética
penitencia. Ni perdón ni olvido. La reconciliación con nosotros mismos y
con los demás, camina por otros derroteros. El camino del reconocimiento de la
dignidad arrebatada; avivando la memoria
de los hechos históricos. La senda de la justicia contra la impunidad de
aquellos que confundieron su victoria con la verdad. Y sobre todo que nadie
tergiverse los términos democracia y consenso, así como transición democrática
y amnistía de la dictadura, y mucho menos justificar lo legal con lo que es
justo. Todas estas premisas, conglomerado
de falacia y demagogia, mantienen el statu
quo de quienes aceptaron el consenso; renunciando a cumplir y hacer cumplir
la Constitución Española de 1978. No sería banal que los españoles en privado y
en colectividad, nos diéramos respuesta racional a esta cuestión ancestral del
odio…
EL ODIO SOCIAL
Por Leonardo Boff
Estamos constatando que existe actualmente mucho odio y mucha rabia en la sociedad, sea por la situación general de insatisfacción que atraviesa la humanidad, sumergida en una profunda crisis civilizacional, sin que nadie pueda decirnos cómo superarla ni hacia donde nos podría conducir este vuelo ciego. El inconsciente colectivo detecta este malestar como ya antes lo describiera Freud en su famoso texto El malestar en la cultura (1929-1930) que, de alguna forma, preveía las señales de una guerra mundial.
EL ODIO SOCIAL (Acceso al trabajo completo)