La sensualidad patrimonio natural
del ser humano
Fedra Doncel. Sexóloga
Hipólito del Infantado.
Sociólogo
Pedro Taracena. Periodista
Foto: Alon Albergu
Sin acudir a principios
científicos, por mera observación, los seres humanos recibimos sensaciones de
todo aquello que nos rodea a través de los cinco sentidos: la vista, el oído,
la lengua y labios, el olfato, los dedos y manos, son ventanas abiertas en
nuestro cuerpo para percibir ciertas variaciones sensoriales, que si son
positivas nos causan deleite, y si arrastran cargas negativas nos hacen daño.
El cuerpo en general puede ser receptor y emisor de una gran carga sensual. Una
suave brisa sobre el rostro, la contemplación en una puesta de sol paseando por
la playa con los pies descalzos, las caricias de la persona amada, un apretón
de manos entre amigos, o una sesión de masaje escuchando simplemente el
silencio. Las sensaciones conscientes propiciadas por estímulos propios o
ajenos, configuran nuestra sensualidad. Los animales también reaccionan ante
cualquier estímulo de acuerdo con claras o veladas muestras de agrado, desagrado o indiferencia. Es
evidente que no es preciso ser versado en ciencia, para saber que la
sensualidad toma parte del reino animal y es suficiente la simple observación
para comprobarlo.
El primitivo instinto de procreación
y conservación ha jugado un papel evidente en la evolución de las especies.
Además de los cinco sentidos captores de la sensualidad, la naturaleza les ha
dotado de la atracción sexual. El macho busca a la hembra arrastrados en época
de celo para la copula y de este modo garantizar la supervivencia de su especie.
Sin embrago la sexualidad en el ser humano, aunque tenga el mismo fin, es mucho
más compleja y se pueden apreciar muchos matices. La mujer y el hombre no están
a expensas del periodo de celo como el resto de las especies. El libre albedrío
decide cuándo y con qué fin se produce el ayuntamiento sexual. La naturaleza
que ha dotado de sexualidad a mujeres y hombres, no está al servicio exclusivo
de la procreación. Más aún, la sexualidad enriquece sobremanera la sensualidad
que proporcionan los cinco sentidos, de los cuales estamos dotados. Sin
profundizar en la antropología del ser humano, se puede constatar que aunque el
aparato genital reproductor de ambos sexos, encuentre su último fin en la
procreación, de ninguna forma es exclusivo y excluyente de otras
manifestaciones sensuales y sexuales. Esta evidencia promocionada por la
naturaleza, no siempre ha sido interpretada por el hombre de este modo.
El paradigma que la historia
de la humanidad ha ido diseñando a través de los tiempos, está preñado de Influencias
decisivas culturales y religiosas. Cuando
en este ensayo nos referimos al paradigma, es evidente que esta singularidad
encierra una pluralidad. Contaminando los valores naturales de la sexualidad y
la procreación; estableciendo que la sexualidad es intrínsecamente mala cuando
trasgrede su fin, que es el de la procreación conforme a las leyes naturales.
Muchos son los avatares que han configurado este binomio
sexo-reproducción. Para acotar las secuencias en este breve ensayo, podemos
tomar el siglo XX en el contexto del mundo occidental, como ejemplo de paradigma
más próximo. La célula social que albergaba la venida de la prole, era la
constitución más o menos formal, de una futura madre y un futuro padre. El
mundo judeo-cristiano y más tarde el islam, introdujeron mandatos de origen
divino relativos al uso y abuso del
sexo. La sociedad occidental es producto de una religión monoteísta con mucho
poder de influencia sobre los pueblos, hasta la segunda mitad del siglo XX. El
sexo quedaba relegado al matrimonio religioso y exclusivamente con fines reproductores.
Es decir, la institución matrimonial ponía remedio a la concupiscencia,
resolviendo la incontinencia sexual. Sobre todo encaminado a traer hijos al
mundo. El placer es una consecuencia que obtenido al margen de este fin, es
pecado. Es reo de culpa y por tanto de condenación, quien practique
autocomplacencia en sus zonas erógenas mediante la masturbación. Tampoco le está permitida la práctica coital
con intención de evitar la concepción, mediante profilácticos de cualquier tipo
o eyaculando en el exterior, lo que se viene denominado, onanismo. Por supuesto
toda relación sexual encaminada solamente al deleite sexual, fuera o dentro del
matrimonio canónico, está considerada como perversa y mala. Una vez situados en
el lecho conyugal, no todo les estaba permitido al hombre y la mujer. Las
prácticas al margen del ayuntamiento sexual exigido para que el semen del
hombre se deposite en la vagina de la mujer, son consideradas como pecado y
contra natura.
Es fácil deducir que la
sexualidad y la religión son opciones antagónicas. La religión considera la
sexualidad como algo sucio, vicioso y malo. Sin embargo la abstinencia y el
autocontrol se valoran como virtudes y conductas meritorias. La sexualidad al
margen de la procreación, es pecado mortal, sin embargo estas mismas conductas
en las sociedades occidentales, se reconocen como derechos intrínsecos de la persona.
La evolución de las ideas morales y políticas a través de las épocas ha sido
muy lenta, y la separación del poder religioso y el poder político, ha caminado
en paralelo acompañados del pensamiento teológico y racional respectivamente. Dando
lugar a los estados donde el hecho religioso se reducía al ámbito privado, surgiendo
las sociedades laicas. Los estados modernos se dotaron de constituciones laicas
o aconfesionales. Como consecuencia de este laicismo sin ataduras religiosas,
surgió la libertad sexual que se convirtió en un derecho inalienable de la
realización de la persona. Pero en no pocos países el conflicto sigue situado entre
la vieja alianza trono altar y el maridaje de facto entre la Iglesia y el
Estado. Sobre todo en las naciones que siguieron la Contrarreforma de la
Iglesia Romana, han mantenido y mantienen un reducto nada despreciable de
oposición a los valores laicos, ajenos a cualquier confesión religiosa. El caso
español es un ejemplo de la influencia de las tesis vaticanas a lo largo del
siglo XX, a pesar de dotarse de la Constitución de 1978, con valores laicos y
teóricamente aconfesionales.
La libertad sexual, supone
la ruptura del paradigma. La sexualidad considerada como un valor positivo
marca la mayor ruptura, entre el pensamiento basado en la razón y los
principios aceptados por la fe. Donde la sexualidad no entiende de géneros. El
hombre y la mujer son iguales y ligados por valores humanos, no divinos. Son
libres para desarrollar la sexualidad de forma individual, buscando su propio
placer. También entre hombres y mujeres o bien formando parejas del mismo sexo,
sin necesidad de establecer ningún vínculo legal. Respetando siempre los
compromisos evidentes de respeto, igualdad, libertad y complicidad. Donde nadie
es más que nadie, ni menos que ninguno. El fin de las relaciones sexuales no es
la procreación. La procreación es una opción. De aquí se deduce que la
maternidad no viene impuesta a la mujer. La mujer decide ser madre o no. Y una
vez embarazada establece si desea parir o interrumpir su embarazo según las
leyes. La maternidad es un derecho, no una obligación. Y el derecho a decidir
sobre su propio cuerpo es de la mujer, no del Estado o de la sociedad. La
discrepancia sobre si la interrupción voluntaria del embarazo, es un derecho de
la mujer o prevalece el derecho a la vida del no nacido, es una discusión que
tiene bases morales y religiosas no científicas.
La libertad sexual nos
conduce a la igualdad, esta igualdad no la concede la realidad de ser padres.
La igualdad viene dada por el derecho natural reconocido por la Constitución.
El ser humano tiene los mismos derechos, sea mujer u hombre. A estas alturas
los logros y cotas obtenidas en el derecho a la libertad sexual y en la
igualdad en general, se puede afirmar sin lugar a equivocarnos que, en el plano
personal, social y legal, sí se ha roto el paradigma. No obstante, este
paradigma aún se resiste a desaparecer, pero los argumentos que lo sustentaba
están perdiendo fuerza.
Todo aquello que era pecado,
prácticas contranaturales que constituían esquemas inamovibles como la familia
tradicional, han saltado por los aires. Las prácticas sexuales son una realidad
en nuestra vida. Más aún, la sexualidad es el motor del mundo. La sexualidad
está presente de forma individual y compartida, hombres con hombre, mujeres con
mujeres, mujeres con hombres, formando parejas de hecho o de derecho.
Matrimonios mixtos, civiles o religiosos, porque en el caso de los matrimonios religiosos,
los hay que no aceptan todos los preceptos canónicos; quedando la ceremonia
eclesiástica como un evento social. El
erotismo es el amor sensual e impulsor
de la sexualidad. Es la capacidad del ser humano para imaginar y crear
fantasías que exciten el apetito sexual, y así lograr mayores cotas de
originalidad y de placer; evitando la rutina y ahuyentando el tedio. La libido
es la fuente del deseo sexual, considerado por algunos sexólogos como la raíz
de las manifestaciones de la actividad psíquica. La divinidad Eros, antagónica
de Yavé, exalta el amor físico elevándolo a la categoría de sublime. Esta
narración poética entra en conflicto con los estoicos planteamientos del
paradigma ancestral herido de muerte en nuestros días. Planteamiento prosaico
de que el sexo únicamente sirve para engendrar y multiplicar la especie.
Observando los avances y
logros sensuales, sexuales, eróticos y por qué no, pornográficos, encontramos
que las satisfacciones logradas, han saltado los muros de los lechos amorosos y
se comparten con las redes sociales en beneficio de la colectividad. La escuela de la sexualidad es una realidad.
Los temas tabú salen de los armarios de la hipocresía, y alcanzan el valor que
nunca debieron haber perdido.
Ahora se habla de las
conquistas de la mujer en la consecución de sus
orgasmos. En las iniciativas y alternativas, donde no hay nada vedado o vetado.
El débito conyugal no doblega a la mujer a ser la sirvienta sexual del hombre.
Puede rechazar o demandar solicitudes de su compañero, como el coito anal, el
sexo oral o la colocación de un preservativo si así lo desea. La “postura del
misionero”, preconizada por la Iglesia, queda fuera del lecho del placer. Hay
alternativas venidas de Oriente o de Occidente que son más placenteras y menos
dependientes y humillantes.
Si el paradigma se ha roto con
la legalización de las relaciones gay, la irrupción legal también de las
relaciones lésbicas, han tenido mayor explosión de libertad si cabe, y luchan porque su visibilidad en la
sociedad sea mayor hasta alcanzar la normalidad. Al menos en el lenguaje
habitual ya no se oculta que el hombre también tiene su punto G. Y que las
relaciones entre mujeres, aunque no disponen del falo, pieza considerada
esencial en la historia de la humanidad, no son por ello menos placenteras. El
falo tiene mucho de mito. Es el símbolo del poder sexual, de la fertilidad como
esencia de la procreación, y sobre todo al hombre se le consideraba hombre
mientras su miembro viril se encontrara en erección. ¡Cuántos fracasos amorosos
se han producido por esa petulancia! Mientras el hombre presumía de no se sabe cuántos
polvos en una unidad de tiempo imprecisa, pocas veces enumeraba los orgasmos
que había provocado en su amante. Y mientras su altanería no tenía límites, en
los lechos conyugales se acuñaba la frase del orgasmo fingido. El falo también
es el símbolo de la sumisión de la mujer ante el hombre, casi por naturaleza.
El paradigma se ha roto, y
con él, el mito del macho ibérico. Mito estrictamente español inspirador de
dramaturgos y músicos. El pene es el símbolo del sexo, pero no de la
sexualidad, y menos de la sensualidad, que interviene todo el cuerpo. Hay
hombres que por razones patológicas, padecen de forma permanente o temporal la
disfunción eréctil. ¿Este hombre es un mutilado sexual? No, simplemente tendrá
que utilizar otras herramientas de su propio cuerpo. La sexualidad se concibe
en el cerebro y a través de las habilidades sensuales puede alcanzar sus ansiados
objetivos. A raíz del episodio eréctil un paciente consultaba a su cirujano: “Doctor,
ahora que me ha practicado una extirpación
radical de la próstata por un tumor cancerígeno, ¿no volveré a encontrarme
el punto G? Esto lo decía antes de salir del hospital. En la primera revisión
después de la intervención quirúrgica, el propio paciente traía la respuesta.
Lo que él creía que provocaba el placer orgásmico, no era la superficie de la
próstata, las órdenes procedían de más arriba.
El paradigma ha roto,
también, los dogmas y mitos tradicionales. Aquellas personas que se unían en
matrimonio soportaban el yugo de la sentencia implacable que decretaba: “Y se
unirá el hombre a la mujer y serán los dos una misma carne, hasta que la muerte
les separe” Así se comenzaba a vivir en una mentira. Se condenaban a que este
yugo les hiciera iguales, no siendo posible y además perdiendo forzosamente su
individualidad. Los dos juntos cumplían la condena de hacer lo mismo, aceptando
lo mismo y discrepando en lo mismo. Mientras se producía el hecho de que el
amor podría no ser eterno. Este concepto perverso de la unión, mataba toda
riqueza individual perdiendo la ocasión de complementar la vida en común.
Cualquier osadía que intentara salirse del guión establecido, caía sobre el
transgresor la sospecha de infidelidad. Este pretendido equilibrio lejos de
hacer justicia, favorecía las tendencias de posesión del hombre (activo), y las
posturas sumisas de la mujer (pasiva). El amor nada tenía que ver con la
procreación y la sexualidad tampoco estaba exclusivamente ligada al amor. El
amor, el sexo y la procreación no formaban una misma esencia. Podían coincidir
en el tiempo, pero no constituía garantía de permanencia. La venida de los
hijos en esa confusión de falsedades conceptuales, encubría evidencias que de
existir, eran temporales o nunca habrían estado presentes, al menos como
estaban escritas en los paradigmas ancestrales. El yugo matrimonial a
perpetuidad engendraba el machismo que tardaría muchos siglos en considerarse
como perverso y negativo, atentado contra la dignidad de la mujer y contra la
igualdad. Dejando constancia que: el amor, el cariño, la sexualidad, la
sensualidad y la procreación, pocas veces venían juntas como libre opción.
Quedando claro que para conseguir la perpetuidad de la especie solamente es
necesario el ayuntamiento carnal. Como el resto de los animales.
Antes de continuar sobre las
opciones sexuales, es preciso hacer un hueco a la virginidad. El estado virgen
tanto del hombre como la mujer, era valorado de forma diferente. El hombre
tenía patente de corso para abandonar este estado tan pronto como tuviera
oportunidad; encontrando siempre un apoyo en un amigo o en algún familiar. La
mujer sin embargo debía ir virgen al matrimonio, de otro modo era rechazada por
el posible pretendiente y en otros extremos, si se perdía antes del enlace
matrimonial caía una mancha sobre ella y en algunas etnias sobre su familia. La
virginidad en la actualidad carece de valor y tan solo en los colectivos
creyentes y practicantes, se tiene en cuenta. Actuando más como prejuicio
social, que como convicción religiosa o moral.
Cuando el paradigma se
rompe, se destruye de forma radical, porque es difícil de recomponer y más aún
mantener ciertas partes de un todo, granítico y ancestral una vez roto. La
libertad se impone y los prejuicios irracionales dan paso a la naturaleza que
es todo lógica, mostrándose dócil ante la voluntad del ser humano. Libertad,
responsabilidad e igualdad. Todos estos valores no pretenden justificar y
argumentar la ruptura del paradigma. No, solamente pretenden observar cómo se
comportan la mujer y el hombre cuando no pesa sobre ellos, las imposiciones que
contradicen su natural forma de realizarse. Evitemos caer en epítetos como:
antinatural, contra natura, aberración sexual, desviación de la conducta humana
y otros que califican como negativo todo aquello que es ajeno al paradigma
ancestral. Calificativo repetido en este ensayo de forma ineludible. Es
evidente que en ausencia de libertad en las relaciones mutuas de cualquier
naturaleza, abuso de una de las parte sobre la otra y agresiones que violenten
la voluntad del otro, nos adentramos en conductas perversas y detestables. Pero
mientras obedezcan a decisiones libres y
responsables, sin prejuicio de un tercero, el paradigma lejos de recomponerse, seguirá
roto para siempre.
Después de esta anotación
necesaria, nos adentramos en el interior del paradigma descompuesto y
desactivado. Cómo abordar la bisexualidad, la transexualidad, el cambio entre
parejas, el llamado menaje á trois, la orgía… Todo ello lo vamos a tratar aquí
a partir de la base de que estos comportamientos no contradigan la voluntad de
los protagonistas en cualquier variante del encuentro sexual.
Hay hombres que nacieron
mujeres y mujeres que nacieron hombres. Es una evidencia incontestable, porque
los órganos reproductores son de naturaleza biológica, y los sentimientos y las
opciones sexuales emanan de la mente. El género no es exclusivo del órgano
genital, es más complejo y se encuentra en lo más profundo de la personalidad
del ser humano. El paradigma se rompe porque esta materia no es de índole moral
y encorsetar la naturaleza de la persona en un paradigma hecho por los hombres
para medir y excluir a los otros hombres, es perverso. Como resultante de esta
ruptura la legislación de cada país, tiene en sus manos elevar a legal lo que
en la calle es real de índole natural. No ha estado nunca en las manos del
hombre o la mujer racionalizar el curso de su propia naturaleza. Bien es verdad
que la ciencia está dando respuesta y encauzando estos conflictos personales,
de forma satisfactoria.
Otra de las opciones de índole
sexual que podemos observar y que corresponde a la vida hecha realidad y
tangible, es la bisexualidad. Es decir, aquellos seres humanos que siendo heterosexuales,
sienten también atracción sexual por el mismo sexo. La opción puede presentar
conflictos frente a una tercera persona, pero esto no anula la realidad y tan
solo se puede valorar como negativo, si se perjudica o engaña el compromiso
contraído con otra persona. Pero nunca por cuestiones religiosas o costumbres
morales. La bisexualidad es una forma más
de realizarse sexualmente. Es una prueba más de que el modelo natural basado en
la libertad y en la igualdad, nada tienen que ver con el paradigma impuesto por
los dioses, implantado por la clase sacerdotal que se arrogaba la infalibilidad
de interpretar la verdad absoluta, al margen de la naturaleza. El placer es
naturalmente positivo y la realización sexual un atributo y un derecho.
Después de estos
planteamientos que venimos considerando de procedencia natural, es decir la
sensualidad y la sexualidad, existen otras realidades las cuales se sitúan en
el campo del amor. Como realidad social venimos observando las diversas
opciones amatorias, formales, legales, de hecho o de derecho. Pero siempre
contemplando dos sujetos como únicos protagonistas. No obstante la realidad nos
dice que hay quien ha tratado de darse respuesta a la cuestión de tres
protagonistas en el juego amoroso, no solamente de forma esporádica, sino
establecido que no formalizado de derecho, en una opción de convivencia. Esta
práctica minoritaria e innegable en nuestros días, rompe más si cabe el
paradigma ancestral. Los hay que lo consideran contra la naturaleza y sus
defensores, determinan que es una opción como las demás. Cuando las encuestas
que estudian todas estas cuestiones que venimos tratando muy someramente en
este breve ensayo, hacen preguntas secretas, espontaneas y libres, todas las
opciones naturales posibles salen a la superficie con todos sus matices, es el
bagaje cultural el que encorseta los hábitos y costumbres en lo
tradicionalmente admitido como único natural y bueno. Pero nada tiene que ver
con que esa estructura sea granítica y eterna. Hay libros que han profundizado
en estas fórmulas de convivencia basadas en una relación íntima amorosa con
tres personas de diferente género, libre, sincera, simultánea, estable y sexual. Donde siempre está presente el
consentimiento de todos los integrantes de la unidad amorosa. Estos libros son:
El mito de la monogamia. Siglo XXI. Madrid, 2003. Por David Barash y Judith
Lipton. O también, Promiscuidad. Editorial Laetoli. Pamplona, 2007.
Aunque este breve ensayo se
quede corto a la hora de abarcar la magnitud de la grandeza de la sensualidad y
sexualidad humanas, no podemos ignorar las opciones llamadas aberrantes: El
triángulo sexual formado por tres personas combinando todas las posibilidades
de género, es evidente que no corresponde a ningún estatus social formalizado
pero es una prueba de que existe este tipo de relaciones sexuales. Son opciones
libres y privadas, no clandestinas porque quien las lleva a cabo no es reo de
culpa. Cualquier práctica sexual por extrema que sea a los ojos de los demás,
solamente si quebranta la ley o escandaliza a menores, constituyen una conducta
punible. Avanzando hacia los extremos, también toman parte de la realidad las
orgías y las bacanales, heredadas sobre todo de los romanos. Como hemos trazado
anteriormente, si son privadas, libres y no se denigra a la persona, toman
parte de la riqueza que ofrece la capacidad sexual del ser humano.
Antes de que la sociedad en
su mayoría hubiera roto el paradigma, que atenazaba los usos y costumbres de
índole sexual, se produjeron comportamientos sexuales transgresores del
puritanismo imperante. En el ámbito privado se realizaban intercambio de pareja
dentro del hábito heterosexual tradicional. Un encuentro que proporcionaba
otras alternativas sexuales, eróticas y creativas. Serían pecados para la moral
pero no para el mundo laico.
Nos hacemos eco también de
otra sensualidad mucho más sutil e imprecisa. Se trata de la atracción sentida
no importa en qué género nos situemos, a la hora de manifestarnos mutuamente cariño,
ternura, complicidad, amistad, hermandad, camaradería o compañerismo. En este
campo la sensualidad, es decir la expresión espontánea de los sentimientos,
está encorsetada en unas formas sociales tradicionalmente etiquetadas ausentes
de expresividad. Aunque en los últimos años podemos observar una evolución
manifiesta: los hombres y las mujeres se dan dos besos, aunque no sean
familiares consanguíneos, y entre hombres se besan sin connotaciones
homosexuales. Pero si rompemos el paradigma, rompámoslo en todas sus
acepciones. Las muestras sensuales de cariño que se intercambian, por ejemplo
las mujeres entre sí, no se reproducen de forma análoga a la de los hombres.
Habría que hacer una reflexión sobre, si el auto control que se imponen los hombres
a la hora de manifestar las muestras de cariño o de ternura, obedece a
reminiscencias del paradigma de antaño, o bien somos conscientes de que estamos
reprimiendo nuestros sentimientos sensuales: abrazos, masajes entre hombres,
aplicación mutua de crema solar, un sinfín de conductas que llevan consigo la
amenaza de pasar por homosexuales. Advirtiendo, no obstante, que no hemos
mencionado los órganos genitales ni las sensaciones sexuales. Además estas
sensaciones conscientes no entienden de género, son comunes al ser humano
porque posee los mismos sentidos: ver, oler, gustar, oír y tocar. Para hombres
y mujeres y entre hombres y entre mujeres. El resultado de la reflexión,
quizás, nos anuncia que estamos renunciando a algo en aras de lo absurdo… Porque
hemos atribuido, no solamente conductas de protocolo y cortesía superficial,
sino que también hemos reprimido nuestros impulsos espontáneos que contienen
sentimientos de alto contenido humanístico. No se trata de romper el paradigma
de antaño y reemplazándolo por otro de hogaño. Con este planteamiento lo que se
reclama es la espontaneidad emocional, al margen de la opción sexual.
No ha sido fácil para los
autores de este breve ensayo, huir de tecnicismos científicos que podrían
esterilizar su contenido, pero lo que sí pensamos que se haya conseguido, es presentar
negro sobre blanco esta apasionante experiencia
humana. Es decir, la sensualidad y la sexualidad que es común a todos los
mortales, aunque cada cual tenga su forma de vivirla y compartirla, al margen
del paradigma. Paradigma que estos autores reconocen que pesa como una losa
sobre todo en generaciones pretéritas. Aunque ahora tengamos la satisfacción de entregar otra realidad más
humana a las generaciones venideras.
Este breve ensayo estaría
mutilado si no dedicara unas líneas para aquellas personas que teniendo a su
alcance una vida sensual y sexual, renuncian a ella y se consagran a la
castidad, más aún a una virginidad perpetua. Hombres y mujeres, todos ellos consagrados
a causas religiosas o laicas, bajo un rigor estoico. Este quipo ha tenido la
oportunidad de conocer de viva voz a personas que han hecho suya, también, esta
realidad. Aunque hay teorías que mantienen que unos se hacen eunucos por
voluntad propia y otros son eunucos por una causa transcendental, asistidos por
una fuerza que les alivia la concupiscencia. Esta composición CONTEMPLACIÓN, pretendida como un poema, nos hace movernos en
la línea divisoria entre el sentir y consentir…
CONTEMPLACIÓN
El
verbo se ha clausurado,
el
silencio se hace salmodia
y el
trino de los vencejos,
interrumpe
la madrugada.
Resaca
de noches engolfadas
con
las mieles del amado,
droga
cotidiana de eunucos,
del
infierno escapados...
¡Qué
días preñados
de sol
y luna!.
¡De
muerte y vida,
embriaguez
y locura!.
¡Oh!
noches aladas,
colmadas
de angélicos aquelarres.
Fiestas
vividas en íntimas estancias,
llenas
de inconfesables placeres;
sufriendo
en las almas,
la divina
ausencia.
Bendita
incomunicación,
pórtico
y flagelo de mi vida,
lecho
mortuorio de mis sentidos.
¡No me
pidas regresar
de
esta locura...!
¡Me
atrapó…!
Antes
de nacer o antes de morir.
En un
principio o al final.
Siempre
o nunca.
¡Déjame
que me abandone
en mi
afán!
Hora
tras hora.
Salmo
a salmo,
hasta
el final...
P.T.
Nota.- Agradecemos la
colaboración anónima y desinteresada de las personas que nos han aportado su
experiencia personal en este campo. Pero ha habido otros colaboradores que han
preferido firmar sus valoraciones y así las hacemos constar.
Hugo
Roig Montesdeoca
Uno de los aspectos que
pueden dar una idea del cambio que ha sufrido la sexualidad en nuestra
civilización, es la importancia que, cada vez en más medida, damos los hombres
a nuestro aspecto e higiene. Siempre me pareció muy sexista aquella famosa
frase que rezaba, “El hombre como el oso cuanto más feo, más hermoso”. Es
decir, se daba por supuesto que la mujer debía ser una bella propiedad del
hombre y, como tal, debía estar esplendorosa las veinticuatro horas del día. No
debemos olvidar que el deseo sexual es un apetito, comparable al apetito
alimenticio, el cual tiene una componente visual muy importante, como sabemos,
nunca nos comeremos algo cuyo aspecto y forma no nos agrade. Pues en la
cuestión erótica, ocurre algo muy similar, y no quiero decir con esto que
tengamos que estar todos con un aspecto de portada de revista. Me refiero a que
es justo y necesario cuidar la imagen y la higiene de la misma manera que lo
hacen las mujeres desde hace siglos.
No hay más que echar un
vistazo a ciertas películas del cine patrio de hace algunas décadas, cuando
comenzó el conocido “destape”. La tónica era una señora bellísima con un cuerpo
de infarto y un señor que, por decirlo suavemente, ganaba mucho con ropa. Lo
que es lo mismo, el ensalzamiento sempiterno del “Macho ibérico”, ese macho que
trataba a la mujer como una especie de recurso para cubrir las necesidades
biológicas.
Cierto es que la mujer, al
ser de psique mucho más evolucionada que el hombre, valora más otros aspectos
del varón tales como su inteligencia, sentido del humor, seguridad y
autoconfianza, etc. (Si bien, a veces, esto es más un cliché que una realidad
factible). Pero es cierto también que, cada vez más, la mujer es libre y
consciente de su potencial sexual, cada vez es más exigente evaluando a su
compañero, sea éste estable o circunstancial. Ahora las mujeres también cubren
sus necesidades sexuales, sabiendo que es dueña de su cuerpo (a pesar de las
presiones en sentido contrario de algunos sectores ultraconservadores) y
buscando esa dosis necesaria de placer que, hasta no hace muchos años, les era
canónicamente denegada. Aspecto que me intriga profundamente, esa aversión de
las instancias religiosas hacia la mujer y la sexualidad. Supongo que es más
sencillo reprimir a los demás que los propios instintos vitales.
Antonio
Giovannini
Acabo de leer el ensayo, y
de verdad me parece muy bien hecho. Además estoy de acuerdo casi con todo. Pero
prefiero añadir aquí por separado unas reflexiones en lugar de escribir sobre
el texto.
Antes de todo te digo que yo
no soy ni ateo ni agnóstico, sino creyente y practicante. No obstante no tengo
problemas en vivir serenamente la sexualidad en general, y mi homosexualidad en
el específico. Pienso que la xenofobia y la homofobia no proceden de Dios, sino
de los hombres que se erigieron y siguen erigiéndose en únicos intérpretes
de la palabra de Dios y jueces de las acciones de los hombres. Como ves,
mi fe cristiana es muy personal, aunque muchas iglesias protestantes y no, como
las iglesias vetero-católicas, ya no condenan ni las parejas de hecho, ni la
homosexualidad, ni una vida sexual sin estar casados. Las iglesias, excepto la
Católica romana y las iglesias ortodoxas, están evolucionando con los tiempos y
la sociedad, aunque más despacio, y no excluyo que incluso la Católica pueda
cambiar algo de su actual postura rígida y anacrónica. Te digo eso porque
conozco muy bien muchos curas y religiosos que no están de acuerdo en absoluto con
el magisterio oficial y esperan que los jefes en breve corrijan su postura. El
problema es también que detrás de la religión hay en la iglesia, como en las
estructuras de las otras confesiones religiosas, un montón de intereses que con
la religión y la espiritualidad tienen muy poco que ver. Como segunda
reflexión, puedo decirte que, por lo poco que conozco, hay muchísimos ejemplos
de bisexualidad y de homosexualidad también en muchas especies animales
diferentes. Eso hace todavía más absurda la teoría que tales inclinaciones y
comportamientos sean "innaturales", o peor en contra de la
naturaleza. Al máximo se puede decir que no son comportamientos e inclinaciones
predominantes, y ni eso si se miran unas especies de primates como el bonobo
(que por supuesto parece ser el más parecido al hombre). En el bonobo la
bisexualidad, sobre todo en los machos, es casi la norma. El problema para mí
es eso: el hombre, que está situado más arriba de los otros animales,
porque tiene un intelecto y sobre todo un alma de nivel superior, tiene que
saber gestionar y controlar la esfera de su sexualidad, así como todas sus
actividades, de manera tal que no sea esclavo de sus instintos, pasiones y
pulsiones, sino sea el dueño de esas, y viva el sexo de manera responsable, madura
y respetuosa de sí mismo y sobre todo de los otros. Por ese mismo motivo yo
respeto de manera profunda a los que libremente eligen no vivir su sexualidad,
es decir los que viven en castidad. Si ellos desarrollan mejor su personalidad
y su espiritualidad viviendo de esa forma, y son capaces de hacerlo sin tener
problemas serios, me parece estupendo, aunque creo que justo esa forma de vida
es "innatural", porque se trata de reprimir y ahogar instintos,
pasiones y funciones básicas de la persona humana.
Bueno, espero no haberte
aburrido demasiado con mis palabras, y también no haber cometido muchas faltas
de gramática u ortografía, porque, como sabes, yo no soy español de
origen aunque hoy veo a España como a mi país.
Casi una tesis. Desde el punto de vista ateo planteas bien el laicismo de la sexualidad. Me gusta. Yo también soy ateo.
ResponderEliminarQuizás falta algún planteamiento a formas de placer y sexualidad de personas con ciertas disfuncions físicas psicomotroces y personal catalogado como disfuncional por enfermedad, gente en silla de ruedas, sondas, problemas de cierta movilidad física que también tienen derecho a tener su propia sexualidad.
La sexualidad es tan amplia y diversa como las formas funcionales o disfuncional de las personas.
Muy buen trabajo. Un abrazo