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JOSÉ MARÍA AGUADO FERNÁNDEZ I


 DOS CUERPOS, MASCULINOS, DESNUDOS...




El susurro de las hojas, el canto del viento, castaños, pinos, piornos y tomillo, que perfumaban el aire con sus fragancias, fueron testigo de aquel amor, amor masculino, no apto para ojos profanos… Reinaba un clima cálido que invitaba al amor, a ese amor que nos ofrece la piel. El sol se elevaba radiante sobre los castaños y su luz brillante penetraba entre las ramas… Bajo un castaño, dos cuerpos desnudos, masculinos yacían al pie de su magnificencia, sus hojas resplandecían con vividos colores verdes, otoñales y, el resplandor del sol entre sus hojas bañaba dos cuerpos, desnudos, masculinos. Yo me sentía hechizado por la belleza de Carlos, por el sonido de su voz, por aquella desnudez que una calidad brisa acariciaba, deje vagar la mirada por su rostro sus facciones denotaban complacencia, aspiraba la dulce y cálida fragancia de su piel, y, súbitamente le bese, le deseaba le deseaba con toda mi alma, le rodee con mis brazos y me apreté contra su cuerpo experimentando el gozo causado por el contacto de sus manos sobre mi piel, sintiendo el impacto de su masculinidad, todo mi cuerpo fue invadido por las más cálidas sensaciones… Los besos se tornaban cada vez más apasionados, las manos de Carlos fuertes como el hierro, endurecidas por el trabajo en el campo, acariciaban mi piel con la más cálidas sensualidad… Deje que mis ojos se encontrarán brevemente con los de Carlos antes de apartarlos de nuevo para contemplar aquella masculinidad, sentía su aliento sobre mis labios, cálido, incitándote, nos besamos con tanta dulzura que nos hacíamos estremecer… Las manos juntas, los labios juntos, el deseo de nuestra carne expresamos sin timidez con indefinido encanto, el amor atravesó nuestras bocas a través de la total belleza. El amor proyectaba su luz sobre dos cuerpos, desnudos, masculinos, bajo la magnificencia de un castaño...


 EL SOL MADURO DE LA TARDE





Desde las cinco de la tarde, en aquel mes de agosto, estaba a orillas del río Omaña esperando verlo aparecer. El sol se elevaba sobre el río en su incesante caminar, el agua estaba inundada por el resplandor de aquel cálido y ardientemente sol. Altos chopos y paleras se inclinaba sobre el agua y sus hojas agostadas por el sol se sumergían en sus frescas aguas. Sumido estaba en la melancolía ante su ausencia, cuando, súbitamente mi pensamiento y mi cuerpo se conmovieron, allí estaba él, sus hermosos miembros bronceados en la desnudez estival de aquel río, alcé la mirada para poder contemplar el resplandor de su pecho, de su cuello, de una exquisita voluptuosidad. Se sentían los labios y se buscaban, sobre su pecho me abandoné feliz, oh, aquel pecho, cuya sola mención hace que me sienta palpitar y temblar. Le besé, le besé de nuevo el rostro, lo hice con suavidad, muy despacio, y contemplé encantado aquellos labios porque esos labios eran de mi amor, y con el constante cantar del agua, llenos de alegría y vigor, radiantes de belleza masculina al amor nos entregamos en aquel benigno atardecer…


 
 LA LUZ BLANCA DE LAS ESTRELLAS




Más que guapo era llamativo, en sus movimientos resultaba singularmente ¡atractivo! su belleza se caracterizaba por su gran ¡ingenuidad! y, su rostro podía transformarse bajo el impulso de un simple pensamiento, hasta el punto de convertirlo en el rostro más bello. Era una tarde en mitad del mes de julio cuando mi mirada se encontró con un par de ojos oscuros que estaban siguiendo mis movimientos, ojos oscuros de un hombre maduro, pensé que tendría unos ¡cincuenta año! Las huellas de su rostro lo tornaban muy interesante, sus ojos oscuros brillaban ¡pícaramente! trato de sobornar mi mirada con una encantadora ¡sonrisa! Llevaba negligentemente con tosca elegancia unos tejanos y una camisa desabotonada, a su entreabierta camisa dirigí una cauta mirada. Fue creciendo la curiosidad por conocernos, y, el tiempo se escapó como si fuera arena entre los dedos dando paso a la luz blanca de las estrellas que se destacaban en medio de la oscuridad. Las miradas se transformaron expresando un inequívoco deseo de pasión, aquella escena requería de un cielo cálido y ¡estrellado! Dos cuerpos se manifestaron gozando de cada momento de aquella noche tan especial, todas las energías volcamos en la pasión que nos envolvía. La pasión que estremeció dos cuerpos por el ansia y el ardor que encontraban en sus bocas. Dos corazones latían con fuerza resonando en la quietud de aquella noche.


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