Crímenes, crímenes, crímenes...
Sin lugar a dudas el Día Internacional de la Mujer, es la efemérides que más hipocresía y falsedad congrega. He reflexionado sobre esta tradición farisaica y no seré yo quien felicite a las mujeres por haber llegado un año más al día de la gran farsa. Las albricias que se dedican a la mujer tanto oficiales como privadas, suponen un salvoconducto para persistir en la misma perversión de la desigualdad y el machismo imperantes. El machismo es un vicio provocado por los hombres y en no pocas ocasiones consentido o disimulado por las mujeres. Aunque en estos casos la desigualdad es mayor en prejuicio del sexo femenino.
Por mi parte lejos de felicitar a las mujeres que me hacen feliz cada día, les pido perdón por ser machista y haber sido cómplice del machismo. Aunque evidentemente no soy un machista delictivo, sí me he aprovechado de las ventajas que me proporciona la cultura machista. De igual forma que los desahucios son crímenes legales, las desigualdades salariales son crímenes legales cometidos por la dictadura y la democracia. Llamemos a las cosas por su nombre...
EL MACHO IBÉRICO
Ensayo
Por Pedro Taracena Gil
Nunca he sido una mujer, siempre he sido un ser humano. Son los demás que me quieren ver como un par de jambas sin cabeza.
El macho ibérico podría ser cualquier animal, que perteneciera a una especie particular de la península ibérica, en riesgo de extinción. Pero este ensayo se va a ocupar de otro animal, en este caso racional, como es el hombre. Viene acuñándose el apelativo de macho ibérico, al referirse a un varón de características genuinas oriundo de España, que en un tiempo se denominó Iberia. Es tanto como decir que es la raíz del españolismo, puesto que ibérico es el gentilicio más primitivo que se conoce. Cuando se dice que este hombre es un macho ibérico, se quiere afirmar y definir que estamos ante un ejemplar, que conserva las más puras esencias del hombre. Se considera más hombre que el resto. Sus características, poder, fuerza y atributos masculinos, le hacen el portador de los valores tribales de la raza a la cual pertenece. En este breve trabajo sólo se puede tratar, por razones obvias, el macho ibérico de la segunda mitad del siglo XX. Desde los años cincuenta en adelante, la sociedad española ha arrojado suficientes muestras, como para configurar el perfil del macho ibérico de nuestros días. Aunque la civilización del siglo XXI está declarando la guerra a este espécimen, aún quedan reservas particulares donde no falta quien pretende vedar su caza.
En la década de los cuarenta al abrigo del imperio del nacionalcatolicismo, el macho ibérico obtiene la bendición sagrada de la supremacía sobre la mujer, como reafirmación de su virilidad. No obstante la religión no le reconoce el uso de sus atributos sexuales, hasta que no llegue al matrimonio. La sociedad, sin embargo, es permisiva con los usos y abusos de su conducta sexual. Y podemos asegurar como base de este ensayo, que el poder del macho ibérico está basado en ser el más en todo, pero de forma expresa en su potencia sexual. Podía fornicar con quien se dejara. Cuanto más joven y más veces, más macho y más hombre. En cambio, la mujer debía ir virgen al matrimonio. El macho ibérico imita a sus progenitores; desahogándose con las prostitutas u otras mujeres que se prestaran a ello, pero su novia oficial permanecería virgen hasta el altar. Sus formas no podrían confundirse lo más mínimo, con la sensibilidad y ternura de un niño y mucho menos con la amabilidad y buenos modales de una mujer. Su aspecto despreocupado, mínimo de higiene y no siempre afeitado, daba la imagen de más macho. “El hombre y el oso cuanto más feo más hermoso”, se solía decir; había que huir del hombre acicalado que podía perder su hombría. Una vez contraído el matrimonio, venía la noche de “la primera vez”. Aquí las leyendas se sucedían a través de las épocas. Desde desgarros vaginales hasta eyaculaciones precoces, pasando por una gama de ausencias que dejaban a las esposas ahítas de desilusión y frustración. Su función era el placer y como consecuencia la procreación. La mujer estaba educada para servirle como su esclava desde la infancia.
Foto: P. Taracena
El comportamiento del macho ibérico, insistimos una vez más, tiene su base de sustentación en la potencia que cree tener en sus atributos varoniles. Son el símbolo de poder sobre la mujer, en reñida competencia con los otros hombres, que siempre cree que son inferiores a él. De esta rivalidad y del complejo de inferioridad surge las sospechas que atentan contra su seguridad. Para reafirmar su primacía brotan en su interior herramientas a modo de armas cortas que son los celos. “A mí nadie me pone los cuernos”, suele exclamar. Y su actitud es semejante al de la fiera en celo, que le intentan arrebatar la presa que desea cubrir. Los celos siempre desbocan al macho ibérico por la pendiente de la violencia y hasta del crimen. Es evidente que este trabajo lejos de presentar un perfil del macho ibérico petrificado, rígido y único; pretende observar todas sus facetas, circunstancias y grados de pureza con relación al perfil más generalizado. No obstante, el hecho de que viva en sociedad y aparentemente adaptado a las costumbres comúnmente aceptadas, de puertas hacia dentro y aprovechando cualquier resquicio, se define y obra en consecuencia. Lo que comienza siendo un prototipo genuino, racial y tribal, con el progreso se convierte en un enemigo del ser humano, cada vez más peligroso para la sociedad. La comunidad avanza y el macho ibérico está atrapado en su salvajismo. Es difícil saber qué insulto soporta peor este personaje, si cabrón, que determina que ha sido burlado; o maricón que le define como todo lo contrario de lo que él se cree que es. Pero lo que más le aterra es que todo ello, sea o no sea cierto, lo haya sabido la gente. El escándalo corroe al macho ibérico y le hace perder su estabilidad emocional, física y psíquica.
Desde niño es conducido para que su casta se perpetúe. Había que comenzar a fumar a edad temprana. Los padres y progenitores se lo prohibían, pero la otra cara de la moneda es que era motivo de orgullo y muestra de que ya se estaba haciendo un hombre, un macho ibérico. El tabaco también tenía su homologación según de qué fumador se tratara; Tabaco rubio para señoritas y tabaco negro y picao para los hombres. Ideales era la marca del macho ibérico. Los cigarros puros se reservaban para los mayores y en las bodas y bautizos. Cuando los chicos llegaban a su pubertad o adolescencia, las consignas eran claras, sobre todo en los pueblos: Id al baile y apriétate contra la chica y si puedes, ¡a meterla mano! Si los padres tenían hijos e hijas, la madre se ocupaba de dar las consignas contrarias a las chicas. El macho ibérico contabilizaba sus logros genitales, que no sexuales, ni eróticos, a razón de los polvos que echaba. Jamás por orgasmos de su compañera. Aunque la educación sexual fue avanzando, el macho ibérico, siguió ignorando qué era el clítoris de la mujer y si podía o no hallar su punto “G”. Las relaciones en la cama eran una demostración de potencia sexual, siempre en el plano genital. La penetración vaginal como prueba de la posesión del varón y la mujer de total sumisión. El papel del macho ibérico es activo y el de la mujer pasivo. Tampoco ha renunciado a la felación y la penetración anal de su mujer. Dentro de la parcela de poder de este perfil de hombre, está el buscar fuera del lecho conyugal, las relaciones viciosas que antaño había mantenido con las prostitutas. Y que ahora no deseaba hacer con su mujer o bien porque a ella no le apetecía. Aquí estaba el límite para evitar los abusos y las violaciones dentro del ayuntamiento marital. No olvidemos que uno de los fines del matrimonio canónico es el remedio a la concupiscencia. Y para ello estaba el débito conyugal; la mujer no se puede negar cuando el marido se lo pida. El macho ibérico ha estado siempre cubierto por el manto de la permisividad del entorno social. Las relaciones y la comunicación que el macho ibérico ha mantenido con su entorno, siempre ha sido ejerciendo su poder y la primacía del hombre sobre la mujer. En el ambiente familiar, en el clima social y en el nivel laboral. Mencionando de una forma muy específica, su proyección en la política y en las leyes. Con este estado de cosas, se acuñó en los años 70 y 80 el término machista y su oponente el feminista. Pero aún tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el macho ibérico, lejos de ser el eje del sistema, pasara a ser un enemigo público. El macho ibérico creía tener, sobre todo en sus atributos esencialmente animales, la superioridad exclusiva y excluyente. No admitía a nadie de otro clan o raza y tampoco aceptaría que una hembra se su raza cayera en los brazos de otro hombre que no fuera ibérico. De aquí que sintiera cierta envidia a los aparatos genitales de los hombres negros, a su cuerpo y su fuerza. Y las mujeres mulatas les consideraban más apetecibles como satisfacción puramente carnal, al margen del colectivo de mujeres de toda la vida. Aquellas que consideraba propiedad suya. Estábamos ante un machista y racista; donde el mestizaje no tenía lugar y sobre todo en igualdad y respeto.
Foto: P. Taracena
Es evidente que el macho ibérico debe la fama a su publicidad. Los actos que comprenden el conjunto de su comportamiento, son pregonados por él mismo haciendo loas de sus logros y grandezas; “me he tirado a tantas o cuantas en tales o cuales circunstancias”, ocultando los posibles gatillazos; he conseguido cinco eyaculaciones manteniendo la erección y sin sacar el pene. Dicho de otro modo: “La eché cinco polvos sin sacarla y manteniéndola dura todo el rato”; Sin preocuparle si su pareja había sentido algo parecido a un orgasmo. El macho ibérico proclama que a él nadie le obliga a la profilaxis. Está exento de usar el condón con mujeres ajenas a su matrimonio. Y tendrá todos los hijos que le vengan y sólo si la necesidad le apremia, optará por el coitus interruptus o el preservativo.
El servicio militar contribuía a remarcar el perfil del macho ibérico; preparado para la milicia en condiciones rudas, afloraba la vocación de ser el más duro, el más valiente, el más aventurero, el más hombre con las mujeres y si era marinero, capacitado para tener una mujer en cada puerto. La Legión ha sido el lugar de la milicia donde más se ha ostentado la categoría de macho ibérico. El Caballero Legionario, el Caballero Paracaidista son títulos que están ligados a los atributos más varoniles del ibérico solar, es decir Iberia, Hispania y España. Pechos velludos, descamisados, desfiles ágiles y rostros altivos. Las imágenes grabadas en sus brazos son una añoranza perpetua de su participación en desfiles pasionales de la Semana Santa, portando imágenes al límite de sus fuerzas.
La publicidad que hace de sí mismo es engañosa en su mayor parte. Engrandece sus logros y omite sus fracasos. Pero sin ella el macho ibérico no es nadie. Este comportamiento en verdad ha ido evolucionando paulatinamente. Las libertades conseguidas, los derechos sociales y los medios de información, han ido mostrando al macho ibérico que el acto que él entendía como genital exclusivamente, era sensual, sexual y erótico y que podía gozar con todo su cuerpo; siendo recíproco con el placer de su pareja. Y fue cediendo terreno a favor de su compañera; Descubrió el clítoris y su forma de estimularlo con la lengua y con la yema de los dedos. Practicaba posturas, como el llamado “sesenta y nueve” o el “beso negro” que le hacían compartir más el gozo. Y hasta acudía al sexólogo para encontrar su realización, más como hombre que como macho. Se limaron sus asperezas en el trato con la mujer y no descartaban admitir y adquirir modales más delicados afeminando su rustica imagen de macho indolente. Pero estos logros sirvieron para disminuir su presencia imperante, pero no para conseguir su desaparición.
La conducta del macho ibérico aunque está marcada por el aspecto sexual y genital, se ha proyectado en todos los órdenes de la vida; Había que estar en guardia para que la especie se conservara. Una noticia desfavorable para el macho ibérico era que le comunicaran el nacimiento de una niña, sobre todo si era primogénita. Se perdía una oportunidad de perpetuar la especie. Los problemas se agudizaban cuando su hija era cortejada por un hombre que venía para hacerla suya. Si albergaba la sospecha de que uno de sus hijos varones, era maricón, entonces ardía Troya.
Volviendo a sus formas, no se podía permitir ningún atisbo de amaneramiento femenino en ningún hombre, desde muy niño. En la forma de hablar rayaba en la grosería, se expresaba a base de tacos y en los pueblos hasta blasfemando. Había profesiones vetadas para hombres y si se ejercían eran perseguidos por maricas y afeminados. El macho ibérico rechazó el pelo largo, era de mujeres. Los colores que no fueran el gris el negro o el marrón, estaba fuera del espectro de las vestimenta del macho ibérico. Los hombres debían reprimir los abrazos efusivos y los besos con otros hombres, salvo padres y hermanos, ya muy avanzada la década de los 70. Un macho ibérico “no entiende de hombres”. No sabe si un hombre es guapo o feo. En el universo de la fotografía, el fotógrafo siempre es el hombre y la mujer la modelo. Si de desnudos se tratara, las sesiones fotográficas están llenas de machos y sólo una mujer es la desnudada y la sometida a los disparos de ellos, los hombres. Cuando el macho ibérico tiene que tomar parte de un jurado; donde se evalúan imágenes artísticas, creativas y eróticas de hombres desnudos, las fotografías les abrasan en las manos. No saben qué hacer con ellas. Pierden todo juicio y criterio. Un hombre desnudo, si no está junto a una mujer, estamos ante el tema tabú de la homosexualidad. El macho ibérico no sabe, no contesta…
En este recorrido sobre la personalidad del macho ibérico, no podemos olvidar su arraigo cultural. Las aficiones que al macho ibérico le fascinan son aquellas que antropológicamente le identifican con lo ancestral; identificación con la tribu de la cual se siente parte. Mayormente son las corridas de toros los eventos que más valores comparten con el macho ibérico; el valor, el riesgo, la conciencia tribal de estar perpetuando algo casi eterno. El torero ciñe sus atributos masculinos frente al toro, como si estuviera desnudo. Es como si el poder sexual fuera decisivo, también, para triunfar con la bestia. Las faenas de los toreros se realizan en presencia del pueblo; presidiendo el evento el representante de la tribu, de la casta, que son jueces de su bien hacer. Pañuelos blancos vitorean al diestro que obtiene trofeos a costa de la sangre del animal. Estableciendo un paralelismo con el derramamiento de sangre en el momento de la ruptura del himen en la pérdida de la virginidad. En la puesta en escena siempre hay una mujer, también perteneciente a la misma casta, que vive, se excita y sufre, como si de un drama se tratara. El macho ibérico no asiste a una corrida de toros como a un espectáculo; vive la fiesta como una celebración nacional donde está en juego el valor de un hombre frente a su destino, aclamado con sus compatriotas. La fiesta taurina mantiene un maridaje indisoluble con el mundo de la música genuina ibérica, la copla, hispánica y española. Es verdad que el macho ibérico no se conforma con ser español del siglo XXI, sus raíces se hunden en la Hispania romana y la Iberia de los celtíberos. La copla es un género popular que canta los avatares del torero y la tonadillera. El mozo de confianza y la ganadera noble o la poesía que narra la trágica muerte de un torero, “a las cinco de la tarde”. Los cantantes de pasodobles son auténticos juglares de las grandezas de matadores, rejoneadores y banderilleros, frente a nacionales y extranjeros, potenciando los valores raciales. Suprimir la fiesta nacional por antonomasia, es mutilar al macho ibérico. En los encierros y en las tardes de toros de los pueblos más pequeños, los niños se avezan en auténticas carnicerías arrastrando por sus calles a los novillos y sus despojos; siendo aplaudidos por sus padres y abuelos orgullosos de que la estirpe no se pierda. Es muy difícil mantener que un adolescente que prueba su hombría delante de un toro, no sea capaz de dar la talla con una tía en la cama. Además tiene la garantía de que en las alcobas sólo las sábanas de hilo, son testigos mudos de las debilidades del macho ibérico. El silencio de la mujer siempre ha protegido al hombre que debía de ocultar sus miserias sexuales: Dificultades en la erección, raquitismo de su miembro viril, eyaculación precoz, gatillazos puntuales, insatisfacción de la mujer, ausencia de creatividad en suma. La presencia de la mujer en el ruedo ibérico de los toros, ha sido breve y se pierde en la lontananza de los tiempos. Para el macho ibérico es contra natura que una hembra quiera epatar a un macho; precisamente en lo más genuino del hombre ibérico. Enfrentarse a un toro en el coso, abrumado de pañuelos alados vitoreando su faena y tiñendo el albero de rojo y blanco. Esa puesta en escena sólo se consigue cuando el protagonista es un macho ibérico, portador de órganos genitales externos. Dicho de otro modo “porque tiene un par de cojones”. Ligado a la cultura de lo taurino está el brandi; sobre todo una marca cuya publicidad estaba ligada a la silueta de un toro. Cuando la Unión Europea suprimió los grandes carteles al borde las carreteras, el Gobierno indultó al Toro de Osborne. Esto suponía un espaldarazo a la lidia nacional, al aguardiente bebida de hombres y al macho ibérico. La cazalla y el orujo son bebidas típicamente del acreedor de este título con nobleza ibérica.
Otro aspecto que define al macho ibérico es el requiebro y el piropo. El requiebro sería la forma de seducir con galanterías verbales, un caballero hacia una dama, en encuentros en paseos o calles. Se conozcan o no. El piropo se acerca más al perfil del macho ibérico. Es más atrevido, abandona las formas de cortesía y suelen estar lleno de picaresca sexual. A veces el piropo se convierte en un acoso de mal gusto, que solamente cumple su objetivo exhibicionista del macho ibérico ante su pandilla. Bien es verdad que si los piropos son echados por hombres de zonas del sur, de clima más caliente, conservando el aspecto erótico, añaden un gracejo simpático, agradable y hasta poético. El piropo que se practicaba por imitación de modelos, ha caído en desuso. Pero en el siglo pasado los adolescentes, para hacerse los machos y los hombrecitos, acosaban y piropeaban a las chicas en la calle, porque así debía de hacerse para crecer en hombría. Había que mostrar la pasión y el deseo ante los transeúntes, para demostrar que se era un macho de verdad. En el tema de la potencia varonil, nada se presuponía, todo había que demostrarlo en público. La timidez, la cortesía, la educación, la nula voluntad de hacerlo, se podía entender como signos afeminados. ¿Qué? ¿No te gustan las mujeres? La duda había que disiparla. El macho ibérico no conoce límites a su prepotencia. Uno de los insultos más graves es decirle un hombre a otro hombre, marica, por ejemplo. Podía contestar algo así como: “Tráeme a tu hermana y verás cómo se lo demuestro”. La situación podía aparentar un tanto trágico-cómica, pero situar a una mujer ajena al duelo entre machos ibéricos, en el campo de batalla, era utilizar la dignidad de una mujer para defender la bravura machista de un hombre, por el único motivo de probar que es un macho ante una mujer que para ellos sólo era una hembra.
Otras aficiones ligadas a los ancestros del macho ibérico, son sin duda la caza y en menos medida la pesca. Ir en busca de la presa presenta un paralelismo con el apareamiento del animal en celo con la hembra. Un ritual de posesión relativo al cortejo que el hombre hace en busca de la posesión de una mujer. Hay cazadores que no participan de la comida del animal cazado. El placer se queda en el acto en sí. Satisfacción de haber poseído la presa perseguida; satisfacción de disfrutar más con el trofeo que con el banquete ofrecido por el animal cazado. El macho ibérico degusta más del triunfo de la conquista, que de la mujer conquistada. Sobre todo si lo cuenta después a sus amigos. Porque para él la demostración de su poder y la propiedad que supone la mujer conquistada, es la garantía del deber cumplido y la perpetuidad de la raza. Hay otros puntos de atención del macho ibérico que le confirman como un ser racial, aunque sean más locales y considerados como menos nacionales. Pero siempre estarán relacionados con la fuerza, con el poder y todas aquellas virtudes atribuidas al macho precisamente por serlo. Por poseer atributos sexuales que no sólo sirven para la procreación; sino que son símbolos de superioridad y de perfección. Los atributos sexuales del hombre, también en la Antigüedad, constituían una reafirmación de su virilidad. Para testificar en un juicio y decir la verdad, los romanos estaban obligados a cogerse los testículos con la mano en señal de testiguar, “atestiguar”, procedente del latín testificare, compuesto de testis, “testigo”, y facere, “hacer”. Remarcando la simbología del poder que otorga el sexo masculino, la palabra latina testículus, que significa “testículos de la virilidad”, está compuesta de testis “testigo” y el diminutivo culus. La etimología nos lleva de determinar que los testículos serían una especie de testigos menores.
Pero el gran punto de referencia que se convertía en el vigía del macho ibérico sería, la persecución del maricón, del marica, del invertido, del homosexual y ahora del gay, del afeminado en suma. En definitiva jaque mate al menos macho. A ese se le niega “el pan y la sal”. La reafirmación del macho ibérico la obtiene a costa de aplastar al hombre más débil, sintiéndose obligado a emprender una cruzada para salvar la especie del macho ibérico que se veía amenazada. El perfil que atribuían al homosexual era único: “Cuidado con éste que te quiere dar por el culo”. “Culo en pared que te la clava”. Si se tenía que aplicar un supositorio por prescripción facultativa, su respuesta era: “A mí por el culo, ni el bigote de una gamba…” Era la lucha por permanecer a la clase dominante. Se consideraba como el superviviente de la selección de las especies, el resto de los hombres no tenían derecho a vivir. La potencia sexual de nuestro héroe, se ceñía a disponer en todo momento de una miembro viril en erección, sin opción al gatillazo; palabra temida por aquellos que se creían que su órgano sexual no estaban sometido a las debilidades fisiológicas comunes. Su longitud de 25 ó 30 centímetros y un diámetro en armonía con su tamaño, nunca se encontraba en cotas menores. La impotencia eréctil era lo más temido por el macho ibérico. Todas sus expectativas sexuales se venían abajo. “Si no había una buena polla no había hombre” “Con buena picha bien se jode”. Pero hasta en este caso, el macho ibérico encontró solución con medicamentos que le paliaban su desdicha. No obstante, la falta de dureza en su miembro viril, solía ser por motivos psicológicos y los sexólogos y psicólogos le daban respuestas satisfactorias.
Pero la intervención quirúrgica de extirpación radical de la próstata, le podía dejar dos secuelas vitales para el rol del macho ibérico: Impotencia eréctil, “no se le ponía dura” y quedaba inservible para la procreación. No eyaculaba. Se había cerrado para siempre la fábrica de los espermatozoides. No hay duda que esto suponía un golpe muy duro para el macho ibérico. Pero si esto sucedía en las décadas correspondientes a la primera mitad del siglo XX, la situación revestía tintes de tragedia. Se acabó la estirpe de nuestro protagonista. Pero si este incidente quirúrgico sucedía al final del siglo XX y principio del XXI, el drama era menos trágico. Al hombre que se le extirpa la próstata queda impotente, no se le pone dura o su pene no recupera la dureza como para realizar una penetración, que salve el coito tanto vaginal como anal. No obstante su potencia sensual, sexual, erótica e inclusive pornográfica, lejos de desaparecer, puede mantenerse e inclusive recuperar nuevas formas de practicar el sexo. Si se masturba o se excita, motiva y estimula, puede obtener el mismo orgasmo que antes, salvo la eyaculación. “Es una corrida en seco”; obteniendo ventajas puesto que las felaciones son más higiénicas. Si responde al medicamento puede obtener una erección satisfactoria o puede aplicarse otros medios para hacer que por el pene vuelva a correr el caudal de sangre capaz de articular con los músculos una erección adecuada para satisfacerse y satisfacer a su pareja. El hombre sigue siendo tan varón como antes de la intervención. La ciencia y el progreso, en este caso, juegan a favor del macho ibérico. Siempre de forma oculta, lejos de reconocer que él también necesitaba de ayuda en su virilidad. En este texto no es posible situar las acciones en el mismo tiempo del verbo, porque no siempre podemos hablar del pasado como superado ni incluir al futuro en una conducta general.
Seguidamente nos vamos a detener en la peripecia que pudo acompañar al macho ibérico, en su largo caminar, conquistando las últimas décadas del siglo pasado. Es fácil intuir la frustración que vive un hombre que habiendo tenido como modelo al macho ibérico, con el devenir del tiempo observa que siente una inclinación por el mismo sexo. Soltero o casado y después de tener relaciones heterosexuales, se plantea dar rienda suelta a su libre decisión, al margen de prejuicios y complejos. Después de un sedimento en sus reflexiones, descubre que su puesta en escena se había montado sobre un guión que no era el suyo. Estaba interpretando un personaje que al menos podría no ser el único que él deseaba. Y decide probar. Busca a otro macho ibérico y se encuentra con un hombre, sin más. Hombre como él aunque un poco menos macho. Los besos, las caricias, los masajes, los abrazos, las felaciones, las posturas, “el 69”, las mutuas masturbaciones, en fin, todo un mundo de sensaciones sensuales, sexuales, eróticas y genitales nuevas y consumadas con su mismo cuerpo. Apartándose lejos de las costumbres tribales, de la manada, del macho patrón, del macho ibérico.
El macho ibérico descubre una oportunidad para sacar partido al resto de su cuerpo. Ahora el hombre sin más apelativos que investiga su cuerpo solo o con su pareja, sea mujer u otro hombre, descubrirá la caja de sorpresas que es el cuerpo humano. Y que los prejuicios sociales y los complejos personales de tamaño y rendimiento, se pueden superar. El hombre que explora su cuerpo puede descubrir que, aquel que mantenía que: “por su culo nadie le metía ni el bigote de una gamba”; si al mismo tiempo de masturbarse, estimula su ano y se penetra poco a poco de forma suave con sus dedos, puede alcanzar un doble orgasmo; en su miembro viril y en el interior de su ano, provocando unos espasmos en los esfínteres anales igualmente placenteros. El colmo de un macho ibérico es haberse encontrado su propio punto “G”. Estas sensaciones rompen en mil pedazos el perfil del macho ibérico. Pero si este doble orgasmo viene dado por la penetración de otro hombre, estimulándose al mismo tiempo, entonces, podemos hablar del comienzo de la extinción de la especie.
Pero que no cunda el pánico, situados ya en el siglo XXI, el macho ibérico ha tenido capacidad suficiente como para inmunizarse para ciertos cambios. Ha maquillado su imagen y hasta se ha feminizado. Gasta pendientes, acude a peluquerías unisex, no discrimina colores; el rosa, el fucsia, el amarillo tiñen su nuevo vestuario. Los cuerpos velludos como auténticos osos pardos, tornan ahora en efebos barbilampiños, a través de una operación depilatoria. Y las recias barbas salvajes, se cambian por bigotes y patillas con serpenteantes cenefas. Las sienes plateadas quitan años al macho ibérico; mejorando las técnicas de seducción. La igualdad entre los sexos ha permitido que la mujer asuma roles masculinos y el macho ibérico, disimule su afán de dominio y posesión. El mayor enemigo del macho ibérico es la libertad y la igualdad de derechos entre los seres humanos. Una política hostil al machismo, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales; igualando los matrimonios civiles de hombre y mujeres, ha supuesto un marco que es difícil que la sociedad retroceda a los tiempos pasados. La educación insiste en la igualdad desde niños; el respeto y la libertad sexual; la protección de la mujer como víctima aunque no la única del machismo, y por último la participación de la mujer como la mitad de todas las facetas de la vida social. Efectivamente, como decíamos más arriba, la mujer no es la sola víctima del machismo. Todo aquel que ejerza las funciones sexuales de forma diferente a él, es perseguido y anulado. El macho ibérico no soporta que otro hombre se sienta sexualmente realizado y sentimentalmente amado; sintiendo placer también a través de otras partes del cuerpo. Como son: La penetración anal, de forma activa o pasiva. Los besos entre hombres y las felaciones y masturbaciones mutuas. Llegado el momento se han cometido verdaderos crímenes sexuales agrediendo a hombres por el hecho de haber utilizado fórmulas de amar diferentes a las tradicionales del macho ibérico. Pero si tenemos que llegar alguna conclusión que sea tangible y fácilmente constatable, el macho ibérico no ha desaparecido; su capacidad de adaptación ha sido asombrosa y no pocos ejemplares han evitado la desaparición de este genuino espécimen. Sus formas son adaptadas a los tiempos, pero su camuflaje y su capacidad camaleónica no le ocultan de las vistas de la sociedad.
El macho ibérico goza de buena salud. La potencia sexual sigue siendo una competición sin respeto al otro. Cuando se habla de los órganos sexuales, del hombre naturalmente, da la sensación de estar escuchando datos del museo de pesas y medidas. El macho ibérico sigue su presa para “tirarse a esa tía que está de puta madre…” El va “a follar”, no a realizarse sexualmente. Impone sus artes de pesca, sin admitir la prevención de enfermedades y de embarazos no deseados. Y lo que es más grave, sigue sin admitir que haya un hombre que siendo de su mismo sexo, pueda preferir otro hombre y no una mujer. Sigue empeñado de que todos los hombres tiene que ser como él; viviendo en su misma tribu donde el macho ibérico es más hombre y más macho. No utiliza argumentos. El macho ibérico es portador de los valores eternos de la arcaica Iberia. El hombre único, la familia única, el clan único, su rol de jefe de la manada, la sumisión de la mujer como garante de la prole a través de la procreación. También se comporta como tal aunque haya aceptado que es homosexual. Siempre se comportará con su pareja hombre de igual manera. Como propiedad suya.
El macho ibérico convive con nosotros y sólo tiene vocación de camuflaje. No de adaptarse. Ahora la manifestación del comportamiento del macho ibérico, salta a las páginas de los medios de comunicación cuando el machismo se desborda y supera las cotas del respeto y se convierte en criminal agresión, extorsión y provocación. Este extremo al cual puede llegar el comportamiento patológico del macho ibérico, conocido como machismo, siempre ha existido pero es ahora cuando la sociedad ha tomado conciencia de ello y las leyes están ejerciendo una pedagogía de prevención. Si observamos su comportamiento, tres son los factores que desencadenan un desenlace trágico: Los prejuicios tribales, el “qué dirán de los demás”. Los complejos, bajo nivel de autoestima y aceptar que es inferior que los demás machos y por último, los celos. La mujer es propiedad del macho ibérico. “Mía o muerta…”
El macho ibérico sobrevive a sus adversarios; la libertad sexual, la igualdad entre los sexos y la emancipación de la mujer. Pero su poder sigue ejerciéndolo entre las sábanas de los lechos conyugales; la permisividad de la sociedad, que lejos de hacerle frente, le ríe sus esperpénticas grandezas. Muchos secretos de alcoba son la frustración de muchas mujeres. El genuino macho ibérico se comporta igual, tanto si su pareja es una mujer, como si lo es un hombre; su conducta se mueve muy bien en la clandestinidad, en la falta de verdad y dentro del armario. El macho ibérico tiene una característica muy peculiar, su honor está en sus atributos genitales. “Por encima de sus cojones no pasa nadie”. Por último, hablando del macho ibérico, es obligado mencionar aunque no haya espacio para extenderse más, al personaje creado por la literatura española; Tirso de Molina crea al Burlador de Sevilla y de la pluma de José Zorrilla, surge Don Juan Tenorio. Tanto uno como otro se refieren al mismo Don Juan. Un macho ibérico seductor de las mujeres a modo de trofeos, pero incapaz de enamorar a una sola mujer. Solamente el haber vivido muchos años entre este espécimen, ha sido posible trabajar en este ensayo.
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