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EL SEXO DE DIOS Y EL ÁNGEL CAÍDO


Eros y Yavé

Fotos: Erasto Ariosto



Ambos dioses son dos gigantes de la mitología antigua. Eros propiciaba la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como el dios de la fertilidad . Esto explicaba los diferentes aspectos del amor en libertad. Eros “el libertador”. Su equivalente romano era Cupido deseo, también conocido como Amor. Eros principalmente era el modelo del amor entre hombres, mientras Afrodita propiciaba el amor de los hombres por las mujeres. En ambas formas de consumar la relación sexual se hacía presente Eros. La secuencia: atracción, deseo, posesión, placer, fertilidad y felicidad, suponía la realización natural, humana y a su vez divina. Sin límites ni  prohibiciones. Sin premios ni castigos. 




En los actos de amor Eros ponía la semilla de la felicidad, de la vida en suma. No ha existido ningún otro dios que se incrustara en las entrañas de la naturaleza humana de forma más integral. No era un dios lejano, se hacía presente en la misma esencia natural del ser humano. Eros servía los pensamientos más estimulantes para hacerse presente y vivir las sensaciones en lo más íntimo y privado. Eros no conoce prohibiciones, tampoco concede recompensas. De la posesión sexual del ser amado emana toda su potencia creadora. Eros no entiende de sexos. Sólo entiende de sensaciones libres de todo prejuicio y de cualquier complejo. Eros no respeta edades. Tampoco acota partes del cuerpo, como preferidas exclusivas o excluyentes.



Eros emana de los poros del cuerpo, se enreda entre los cabellos, busca entre los rizos de las barbas o se desliza por las suaves pieles de las hembras o los toscos torsos de los machos. Lo genital que sirve para garantizar la generación venidera, Eros no lo considera exclusivo para la procreación, ni tampoco para la consumación sexual. El cuerpo que es poseído por Eros es un todo y cada parte en sí misma tiene su manifestación erótica. Eros no pone límites al juego amoroso. Tampoco busca la fertilidad, ésta la encuentra en forma del nacimiento de otras vidas. Pero  no es el fin, es una consecuencia emanada de la naturaleza. El hombre haciendo uso de su cuerpo y su razón llegó al conocimiento de que Eros vivía en el reino animal. Y es el ser humano quien racionalizando sus sensaciones, descubre que Eros no vive con él, sino que vive en él. Que ambos comparten una misma esencia. Cuando en el ser humano surge el deseo, reclama su presencia y Eros se hace presente. En la consumación del encuentro el hombre halla la recompensa. La vivencia erótica puede ser íntima o compartida, en ambos momentos Eros está allí, entre los amantes.



Los pueblos eligen sus dioses, no son los dioses los que eligen los pueblos. Aunque en el caso de la tradición del dios Yavé, es la deidad quien elige su pueblo. “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo. El pueblo elegido”.  Eros y Yavé son los contrarios, no solamente en este planteamiento preliminar, sino radicalmente en todo. Eros no dispone de clase sacerdotal para interpretar sus designios. Es una divinidad que viene del interior del ser, no de arriba. Sus preceptos los dicta al oído. Son sensaciones, vivencias y estímulos. No reclama sacrificios, ni somete a prueba alguna. La fidelidad está garantizada. La alianza entre Eros y el ser humano se guarda en el baúl de la privacidad. No obstante, antes de continuar desgranando las cualidades del otro gran gigante de la mitología, es preciso hacer dos salvedades:


La primera es que Eros representa la parte más íntima del hombre y más próximo a la naturaleza. Y la segunda que Yavé es el dios de lo que no se ve y contempla la lucha entre la carne y el espíritu. Y además Eros está presente en todas las mitologías del mundo porque es consustancial con la naturaleza humana y Yavé rige los destinos de tres familias humanas: El hebreo llamado  pueblo elegido. El pueblo islámico y el pueblo cristiano. Estos tres mitos monoteístas forman una unidad granítica en lo básico. De aquí lo atractivo del debate entre Eros y Yavé. Este antagonismo hace más apasionante la dualidad a la cual está sometido el ser humano. 



Aunque los seguidores de Eros se ciñen en un momento de la historia al mundo clásico, tanto griego como romano, la esencia y existencia de este mito está presente en la misma naturaleza de los pueblos seguidores de Yavé. No obstante, y a pesar de negar al sexo la presencia real que tiene, su historia está salpicada de eventos e hitos plenos de sexualidad. Entre los textos sagrados de estas tres religiones que adoran a un mismo dios, aunque bajo nombres diferentes, se encuentra el Cantar de los Cantares del rey Salomón. Destacado monarca por su sabiduría. Esta  colección está compuesta de seis cantos escritos para ser cantados por dos amantes, la esposa y el esposo y apoyados  por un coro. Es un cántico de amor utilizando un lenguaje directo



Sensual y sexual, donde Eros está presente en positivo. No obstante, los exégetas no han dudado a través de los siglos, incluir este maravilloso poema de amor entre un hombre y una mujer, como libro religioso con valor inspirado y considerándolo texto oficial. Pero los prejuicios de la tradición se han encargado de hacer una lectura hermenéutica de la expresión literal del texto. Y tienden a interpretar estos versos como una alegoría del amor entre el Yavé y su pueblo elegido. Esta paradoja que convierte un texto directo en un lenguaje figurado,  marca la lucha que vive el hombre entre las pasiones que le conducen al gozo y el placer, y el auto dominio que hace meritorias sus obras, reprimiendo sus instintos más primarios. Pero sigamos contemplando su enfrentamiento.




Yavé, que significa “Yo soy el que soy”, se sirve de los hombres para revelar su doctrina y manifestarse a su pueblo. Para ello elige a la clase sacerdotal, patriarcas y profetas. Son éstos los que se ocupan de escribir y predicar las consignas del dios. Para poder entrar en contacto con la doctrina de Eros, es preciso iniciar la génesis de la existencia del hombre. Después de crear el mundo en seis días. Tomando barro modela el cuerpo del hombre y postrándole en un profundo sueño, Yavé le quita una costilla y crea a la mujer. ¡Esto sí que es carne de mi carne y huesos de mis huesos! Exclama Adán al contemplar a Eva por primera vez. 


El primer mandato que les da es la procreación: ¡Creced y multiplicaos y henchid la tierra! Este dios no les concede más información directa, aunque la naturaleza les propicia la cohabitación y el ayuntamiento para que la procreación sea una realidad. Y después de un cierto tiempo, la tierra ya dispone de cuatro habitantes sobre su faz. A partir de esta realidad Yavé les marcará el camino a seguir dando lugar a un larguísimo relato. Historia tan larga como la vivida por Eros. Las leyes de Eros eran las leyes naturales gobernadas por la razón, a diferencia de los animales que estaban guiados por el instinto. Yavé les entrega Los Mandamientos. 



Dentro de estos preceptos hay dos que tiene relación con Eros. No adulterarás y No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo... Para la procreación establece unos canales de realización, marcados por el carácter tribal, familiar y de clanes.  El mandamiento no adulterarás establece que comete adulterio quien viola la fidelidad  conyugal. El ayuntamiento carnal realizado por una persona casada con otra que no es su cónyuge. Esto supone la violación de un contrato, que en las épocas tribales tenía muchas connotaciones de contaminación de la sangre.  Generaciones más próximas han  definido este precepto como no fornicarás, que si consultamos el único mandamiento encerrado en un único vocablo, fornicar significa:




Tener comercio carnal con prostituta. Practicar el coito fuera del matrimonio. Las dos palabras se refieren al mismo hecho, pero valorando consecuencias diferentes. A la tradición le ha convenido acotar el sexo exclusivamente para el matrimonio y añadiendo que sólo puede ir encaminado a la procreación, como remedio a la concupiscencia.
Pero si contemplamos el otro mandamiento bajo la influencia de Eros, incluye en el mismo mandato la codicia de todo aquello que posee el prójimo, sin excluir nada y sin hacer ninguna discriminación. No obstante, la tradición  desdobla su contenido en dos. Por un lado no desearás la mujer de tu prójimo, donde se centra en la cuestión sexual, apartándose de la codicia. 




De esta forma Eros es encorsetado dentro de una serie de normas que nada tiene que ver con su naturaleza. Aquellas conductas que se exceden de estos esquemas, son reprimidas, mal vitas y hasta castigadas por la sociedad de la época. Eros no discrimina a hombres y mujeres y Yavé somete la mujer al hombre. El apartarse de la procreación establecida es onanismo. Onán estaba obligado a casarse con la mujer de su hermano muerto y a tener hijos. Y Onán eyaculaba en la tierra. Es decir evitaba la procreación sin renunciar al placer que le proporcionaba Eros. Considerando por algunos en el entorno de Yavé como una forma de masturbación. 



Es un encuentro con Eros en su intimidad. Yavé desde su origen determinó que el hombre sería probado en su fidelidad a su dios y sería merecedor de gozar con él en el cielo eternamente. Eros engrandece la pasión y las pasiones. Yavé penaliza el ser esclavos de las pasiones y es una virtud meritoria el evitarlas. Eros encuentra la libertad en la pasión. Yavé por el contrario un hombre dócil a las pasiones, sobre todo carnales, es un hombre esclavo de ellas. Eros encuentras virtud en los placeres. Por el contrario Yavé considera vicios y desordenes condenatorios. Eros consumando los deleites sexuales, el hombre se reconcilia con la armonía de la naturaleza. 



Yavé somete al ser humano a la prueba fundamental, renunciar a Eros, como causa de todas las perversiones. Eros garantiza en este mundo el gozo y el placer como premio a todo aquel que sea dócil a sus pretensiones. Eros  a través del deseo y el placer, provoca la satisfacción y la libertad, sin embrago Yavé hace reo de culpa a todo aquel que abuse del sexo fuera de los cánones establecidos. La procreación, el rito como circuncisión y las costumbres tribales.  Eros sólo reclama confianza, Yavé fe y esperanza. En la opción del dios Yavé, previamente se ha de creer en él. Sin la fe en su divinidad el ser humano no entrará en el reino prometido.



Eros no cree en el alma, porque sólo dispone de cuerpo y razón. Yavé ha creado al hombre a su imagen y semejanza, negándole todo derecho sobre el cuerpo. Ambas divinidades están enfrentadas en las entrañas del ser humano. La vida de los hombres y las mujeres es el resultado de la pugna de dos dioses por conseguir su hegemonía.  Eros al servicio del deseo. Yavé sembrando la inquietud por la trascendencia, ahuyentando el temor a dejar de existir y volver a la nada. Eros carne próximo y tangible, aquí y ahora. Yavé  espíritu lejano e incierto, pero con esperanza. He aquí la inquietante armonía: ¡Creced y multiplicaos! ¡Gozad y sentíos libres! 

(El octógono diabólico)

Reportaje fotográfico: Pedro Taracena Gil




El Ángel Caído (Cuento teológico)
  
En la Biblia, es decir en las Sagradas Escrituras, no se narra literalmente la historia del Ángel Caído. No obstante, una deducción teológica de la Iglesia, así como la tradición desde los primeros Santos Padres, la rebelión de Luzbel o Lucifer contra Dios, ha quedado definida en una doctrina llena de verosimilitud. Esta historia se la he contado a mi hijo en forma de cuento, desde que era muy pequeño.  No es nada normal que un padre del siglo XX trate este tipo de temas con su hijo.  Pero todo sucedió cuando él mismo era testigo de la infinidad de veces que su padre era capaz de fotografiar la escultura del Ángel Caído del escultor Ricardo Bellver, situada en el madrileño parque del Buen Retiro. Sus interrogantes me hicieron recordar que:




“Érase una ve que Dios, uno y trino, es decir que siendo un solo Dios, tenía tres personas distintas y cada una de ellas seguían siendo Dios. El Dios Padre, el Dios Hijo y del amor de ambos engendraba el Dios Espíritu Santo.  Pues este ser infinito, creó el mundo en seis días y después se tomó un descanso. Estas cosas de los dioses no son fáciles de entender a los humanos, pero sigamos con el cuento. Al mismo tiempo, también creó los ángeles. Eran espíritus puros y muy inteligentes que estaban al servicio de Dios. Formaban tres ejércitos celestiales jerarquizados subdivididos en tres coros. La primera jerarquía: Serafines, querubines y tronos; la segunda, dominaciones, virtudes y potestades; la tercera, principados, arcángeles y ángeles A cada categoría le estaba encomendada una misión. Llegado  el momento, Dios llamó a su presencia a Luzbel, el más bello e inteligente de los ángeles. Entonces, Dios le dijo: En la consumación de los tiempos, Nos, la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Divino), Hemos decidido que el Hijo se encarne en una mujer cuando el espíritu la cubra con su sombra y sin dejar de ser Dios, será verdadero hombre.




El Hombre Dios. Y como tal, tú y toda la Corte Celestial deberá servirle y adorarle. Entonces, Luzbel, el más bello de todos los espíritus angélicos creados por Dios, se reveló contra Dios y en un acto de soberbia exclamó: ¡Non serviam! Según los teólogos, los ángeles hablaban en latín y en español quiere decir, no le serviré. Junto a Luzbel parte de las las divisiones celestiales tomaron como líder al ángel rebelde. La  contestación fue contundente: Como Justicia Suprema, respondió Dios: Considero a Luzbel y a sus seguidores como enemigos de Dios y arderán eternamente en las llamas del infierno. Desde entonces inducen a los hombres a la rebeldía y la desobediencia. A Eva, la primera mujer tentada por el ángel rebelde o Ángel Caído, en el Paraíso Terrenal, se le presentó bajo la figura de una serpiente.  A Luzbel se le conocería en adelante bajo varias denominaciones: Lucifer, Demonio, Diablo, Maligno, entre otros apelativos despectivos. Desde entonces aquí está El Ángel Caído, libre y feliz de haber decidido su destino. Cuentan los viejos libros de la Cuesta de Moyano, que cuando hay luna llena, ilumina su figura en recuerdo de su primitivo nombre, Luz Bella”.




Hasta aquí el cuento que mi hijo me pedía que se lo contara una y otra vez. Quizás le llamaba la atención la expresión de belleza que presentaba, en comparación con las imágenes del diablo más al uso. Orejas, cuernos,  rabo, uñas de rapiña y sobre todo alas en forma de vampiro o murciélago. Más que un ángel, era una bestia alada. No obstante, como todos los cuentos han de tener su moraleja, la interpretación que yo hice ante mi hijo de esta historia, fue un tanto herética y falta de todo rigor teológico.  El Ángel Caído, no es condenado por soberbio, sino por rebelde. Es el símbolo de la adolescencia y de la juventud. Cuando el niño va descubriendo el mundo, se rebela contra él y hace de su vida el estandarte de la libertad. Es verdad que esta moraleja, sin la complicidad de la escultura de Bellver, habría sido imposible.




Este joven alado, me hace volar con la imaginación a otro joven desnudo también, pero con una honda entre sus manos. Se trata de la colosal escultura del David de Miguel Ángel Buonarrotti, representado como un niño, en lugar del longevo rey de los salmos. Esculpido sobre una pieza de mármol de Carrara se trata de “un adolescente victorioso sobre la tiranía y la fuerza del opresor”. En este caso Goliat. Esta estatua de David de 5.35 metros de altura y 500 años de antigüedad, se conserva en la Galería de la Academia de Florencia, traspasa el tiempo y el espacio y hoy es el símbolo de “la defensa de las libertades republicanas de la ciudad y sus habitantes contra la tiranía medicea. De los Médicis”. Ambas esculturas, El Ángel Caído de Bellver y el David de Miguel Ángel, presentan una característica común. Provocan con su libertad la hipocresía popular ante un desnudo. Las diferencias las marcan las armas que utilizan para defenderse y liberarse. El Ángel Caído las alas del libre albedrío y el David la honda utilizada con la inteligencia del más débil.




EL DAVID DE MIGUEL ÁNGEL BUONARROTI

Ambas esculturas han marcado un hito en mi trayectoria como fotógrafo. La belleza, la libertad, la perfección platónica, el humanismo. Debo de confesar que la moraleja de mi relato ha desbordado la breve y simple idea final de un cuento.