Una historia de amor anónima
¿TE
GUSTA ABRAZARME?
Esta fue tu última pregunta que
supuso para mí un asentamiento pleno. Sí, me gusta abrazarte. Nuestros cuerpos
desnudos ya lubrificados por el óleo, piel contra piel, tu temperatura y
suavidad, despertaron en mí más identificación si cabe y mucho placer. El
abrazo se acompañó de suaves caricias tratando de que toda nuestra
superficie corporal se fundiera poro
contra poro. Tu pregunta me dio pie para fundirme contigo en un deseado abrazo
tántrico. A lo largo de toda la sesión tus insinuaciones me dieron licencia
para superar la distancia que imponía el ritual y compartir ese deseo entre
iguales. Sentí sensaciones y emociones muy conscientes y muy presentes. Esta
última pregunta tuvo su continuación cuando me enviaste este mensaje al lunes
siguiente: ¿Has observado nuevos matices
de tu Ser? Un generoso abrazo tántrico
pleno en piel.
Comienzo el relato de esta
página de mi subida al monte tántrico por el final. Este abrazo fue el broche
de oro de una secuencia donde la sensualidad estuvo muy presente cargada de
intención. A lo largo de toda mi trayectoria en este ascenso, tú has conjugado
dos verbos: el permitir o darse
permiso y el respetar, es decir, reconocer y tener respeto al otro. Bueno, pues
estas dos recomendaciones han sido superadas, quizás, por mi avance y madurez. Ya te he perdido el respeto, te dije. Es
decir, que has despertado en mí el deseo y por tanto, me he dado permiso para
intervenir de forma activa como respuesta a tus estímulos. Sensuales, sexuales y
hasta eróticos. Es verdad que tú me has dado confianza para abordar este
acercamiento.
La energía desarrollada a lo
largo de nuestra sesión no se ha desvanecido una vez concluido el trabajo donde
compartimos sensaciones y emociones, sino que se proyecta en mi vida diaria
personal, íntima, familiar y social. No en balde cuando se comparten los cinco
sentidos de forma consciente y como respuesta a estímulos cargados de
intenciones, se obtiene unos resultados muy satisfactorios. Vividos en
libertad, venciendo prejuicios y
complejos.
Entrando en detalle, en esta
sesión yo me di permiso para acercar mi boca a la parte de tu cuerpo que más
cerca se encontrara. Lamí tus manos y chupé tus dedos. Rocé mis labios con tu
cara, tu pecho y tus orejas, deteniéndome en el lóbulo de las mismas. Tus
piernas, espalda, brazos y axilas, me hacían percibir tu suavidad y
temperatura. Sobre todo cuando tú me acariciabas en el triángulo hueso público
por encima del lingam, perineo y los diversos anillos del ano.
Te recuerdo, mi querido
maestro, que el origen de nuestra “terapia” estuvo en mi disfunción eréctil,
secuela de una intervención quirúrgica de extirpación de la próstata debido a un
tumor cancerígeno. Por lo tanto para mí el lingam
tiene una importancia muy significativa. Supone un acto de reconocimiento, de
admiración y de adoración hacia el otro. Acariciar y sentir tu excitación entre
mis manos y sobre mi cuerpo, es una forma de agradecer tu entrega y seducción.
Compartiendo nuestra impúdica desnudez. Yo sé que Tantra coloca el lingam en un
lugar casi sagrado, pero yo lo tengo asumido de forma consciente y muy
presente. El poder sentir entre mis dedos la fuerza sensual y sexual de tu
miembro viril y sintiendo tu erección, me hace recobrar mayor seguridad en mí mismo
y en mi maestro. Creo que este momento tenía que llegar y percibo que en mí ha
llegado ya. Presumo que me entiendes y que te he dado pautas para que tu sabia
empatía propicie el resto que aún me queda por recorrer.
El lingam va teniendo progresivamente un espacio muy relevante y
especial en el universo de las sensaciones. Para mí supone la satisfacción
tangible de mi acción recíproca a tus estímulos. Me das entrada para que yo goce
con mis cinco sentido en toda la extensión de tu cuerpo.
Como punto final confieso que
el estado de éxtasis que yo viví en nuestra última sesión, es difícil de
expresarlo con palabras de uso corriente. Sin duda fue de naturaleza mística
pero ya sabes que me resisto a contemplar la espiritualidad al margen de los
sentidos. Aunque los místicos sean los primeros que hablan de dolor y de placer
real y sensual. Percibo que mi cuerpo reacciona con respuestas diferentes
dependiendo de las partes estimuladas, también de las formas que se empleen, de
las intenciones que se manifiesten y la ausencia de pudor. Cuanto más relajado
y entregado me encuentre, mayor es el placer, el gozo y la relajación. En cada
sesión pierdo más la noción y medida del tiempo, y en cada etapa el tiempo se
me hace más corto.
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