Durante
mucho tiempo, demasiado, me negué a mí mismo la posibilidad de ser libre. Una
voz interior me decía que tú me esclavizarías. Me harías de los tuyos. Sería
como tú y sufriría la misma maldición que el Ser Supremo sentenció cuando tu
enfebrecida soberbia te hizo gritar: NON SERVIAM.
No
obstante, tu energía era para mí como el imán perpetuo de mi vida. Siempre que
visitaba aquel bosque, ansiaba por llegar al centro de la floresta, porque allí
estabas tú. Cada día me aproximaba más, escuchaba los rumores de las otras
gentes que rodeaban tu pedestal: ¡Es la única escultura dedicada al Diablo en
el mundo! ¡Y además en un país tan católico como el nuestro! Apostillaban
otros. Representabas el mal, pero no la fealdad. Tu desnudez se dejaba arropar
por una serpiente, que en otras épocas la hicieron responsable del origen de la
gran maldición.
Tú ya ardías en los infiernos y nuestra proximidad nos hizo jugar con fuego hasta que nos abrasamos… Y desde lo más hondo lanzaste el dardo envenenado y candente hasta lo más hondo de mi ser. Aquella centella luminosa hizo reventar las potencias de mi alma: Me abriste los caminos del entendimiento. Guardé en mi memoria todo el conocimiento humano adquirido. Y el tercer poder me hizo descubrir la voluntad guiada por mi razón.
En
cada visita me mostrabas una parte del camino que tú ya habías recorrido. Una
jornada transcendental para mí fue el día que me indicaste los enemigos del
alma. De mi alma. No tuviste reparo en decirme que el primero eras tú. El
Diablo, es decir el mal. El segundo el Mundo, es decir la humanidad y el
tercero la Carne, es decir la concupiscencia. No fue fácil para mí comprender
la conjugación de estos tres conceptos.
Hubo de pasar mucho tiempo hasta que me hablaste de otras virtudes que me adentraron en tu misterio. Me recordaste que de niño me habían hablado de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Yo asentí con la cabeza pero no aclaraste mi duda. Me explicaste que las tres cualidades tenían el mismo sujeto, innombrable para ti. Fe ciega en Dios. Total confianza y esperanza en alcanzar la Gloria, y la caridad consistía en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Pero yo no podía asumir este razonamiento porque el entendimiento, la memoria y la voluntad estaban el servicio de la razón, no de la fe. Solamente obtuve la respuesta con tu denso y prolongado silencio…
Nuestras
conversaciones seguían configurándose como una lección magistral, preñada de contenidos
lógicos. Llegó el día en que me hablaste de otras virtudes, las cardinales. La
Prudencia, tener el medio entre dos extremos. La Justicia, dar a cada uno su
derecho. Fortaleza, moderar los miedos y osadías. Por último, la Templanza que
ponía freno a la gula y a los apetitos sensuales. Llegado este momento me hablaste de la sensualidad como patrimonio de nuestros cinco sentidos. Aunque
hablar de la función de los sentidos suponía una obviedad, no lo era tanto si
profundizábamos en ello. Ver con los ojos. Oír con los oídos. Gustar con la
boca. Oler con las narices y Tocar con las manos. También me hablaste del sexto
sentido que correspondía al mundo de lo esotérico. El esoterismo es algo oculto
y reservado. Que es impenetrable o de difícil acceso para la mente. Una
doctrina de la Antigüedad: Que era transmitida por los filósofos solo a un
reducido número de sus discípulos. Pero la piedra angular de tu disertación fue
sobre el séptimo sentido.
Habíamos hablado de cinco sentidos y tú me sorprendes con dos más. Te interpelé. Con una mueca de sonrisa cómplice esta fue tu respuesta: Parte de tu cuerpo ha estado secuestrado en el Limbo de la clandestinidad. Donde se te ha permitido sentir pero no consentir. Pero a los cinco sentidos o seis, si prefieres considerar también el sentido de lo oculto, es preciso considerar la sexualidad como sentido en el cual intervienen todos los órganos sensitivos. La Naturaleza ha dotado al Reino Animal de órganos genitales que garantizan la procreación para perpetuación de las especies. Una gran diferencia hay entre los animales racionales y el resto.
Habíamos hablado de cinco sentidos y tú me sorprendes con dos más. Te interpelé. Con una mueca de sonrisa cómplice esta fue tu respuesta: Parte de tu cuerpo ha estado secuestrado en el Limbo de la clandestinidad. Donde se te ha permitido sentir pero no consentir. Pero a los cinco sentidos o seis, si prefieres considerar también el sentido de lo oculto, es preciso considerar la sexualidad como sentido en el cual intervienen todos los órganos sensitivos. La Naturaleza ha dotado al Reino Animal de órganos genitales que garantizan la procreación para perpetuación de las especies. Una gran diferencia hay entre los animales racionales y el resto.
El
animal racional, continuaste con tu disertación, el Hombre, el género humano,
es libre para tener o no tener descendencia. Además puede realizarse
sexualmente sin tener como objetivo final y exclusivo la procreación. No seré
yo, el Ángel Caído, quien te dé la noticia de quién fue el responsable de suprimir
esta dicotomía. Es decir que la sexualidad sea una parte de la realización del
ser humano, prohibida, y la procreación un mandamiento divino: Creced y multiplicaos… Ha sido la
tradición de tus ancestros, me apostillaste: Reyes, Profetas, Patriarcas, Apóstoles,
Discípulos, Papas, Santos Padres, Obispos y Sacerdotes, los que te han
trasmitido el mandamiento no escrito de, NO GOZARÁS. Sin duda tu explicación me
dejo atónito…
Aún me tenías reservado, mi ya amigo Ángel Caído, una serie de planteamientos patrimonio de teólogos o gentes avezadas en la mística de los ángeles. Nuestros encuentros se estaban celebrando en los tiempos contemporáneos a mi persona, pero tú me trasladaste al escenario de los eventos, donde tenían lugar la consumación de los tiempos anunciada y cumplida. La segunda persona de la Santísima Trinidad ya se había hecho Hombre y ya disfrutaba de las dos naturalezas: divina y humana. Para que yo comprendiera mejor esta cuestión teológica, me colocaste desnudo en el interior de tu recinto, donde nadie nos podía ver.
Aún me tenías reservado, mi ya amigo Ángel Caído, una serie de planteamientos patrimonio de teólogos o gentes avezadas en la mística de los ángeles. Nuestros encuentros se estaban celebrando en los tiempos contemporáneos a mi persona, pero tú me trasladaste al escenario de los eventos, donde tenían lugar la consumación de los tiempos anunciada y cumplida. La segunda persona de la Santísima Trinidad ya se había hecho Hombre y ya disfrutaba de las dos naturalezas: divina y humana. Para que yo comprendiera mejor esta cuestión teológica, me colocaste desnudo en el interior de tu recinto, donde nadie nos podía ver.
Mi
naturaleza, me explicaste, está dotada de las mismas potencialidades que las
del mismo Cristo. Es decir, la misma sensualidad y la sexualidad que sientes
tú. Ahora amigo terrenal, hemos llegado muy lejos con tus pretensiones de
conocer. Te corresponde a ti el turno de responder a esta reflexión: Yavé, el
Dios Padre, creó al hombre a su imagen y semejanza y llegada la consumación de
los tiempos, Él se encarnó en su Hijo para seguir siendo Hombre. Con estas
premisas ¿la naturaleza del Hijo sería semejante a la tuya o sería mutilada sexualmente
por el Padre?
Me dejó sin habla y tardé muchos días en volver al interior de aquel, cada vez más frondoso bosque. Aunque se había producido un cambio. Mi Ángel Caído y yo permanecíamos desnudos disfrutando de la ausencia del pudor. Entonces, me reveló otro de sus secretos. El verdadero motivo de su rechazo a tributar adoración de latría al Hijo de Dios, es decir, reverencia, culto y adoración que solo se debe a Dios, no fue la soberbia la que le causó el arrojo al Infierno. Pudo más la rebeldía ante el fanatismo impuesto al margen de la razón. El misterio de la Santísima Trinidad entró en conflicto teológico con la doble naturaleza del Hijo de Dios. Divina y Humana.
Llegó
el momento en que abordáramos, tú y yo, el Decálogo. Moisés recibe la Tablas de la Ley
y ante la idolatría del Pueblo Elegido, las estrelló contra una roca. Y
aprovechaste la narración de este evento para confesarme que también te negaste
a la reconstrucción de algunos de Los
Diez Mandamientos. Me explicaste que los tres primeros pertenecen al honor de
Dios y los otros siete al provecho del prójimo. El cuarto, honrarás padre y
madre. El quinto, no matarás, El sexto, según la versión de la Biblia, es no
adulterarás. Relación sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no
sea su cónyuge. Sin embargo, en la versión del Catecismo del Padre Ripalda
(1535-1618), se puede leer, no fornicarás, tener ayuntamiento o cópula carnal
fuera del matrimonio. El séptimo, no hurtarás. El Octavo, no levantarás falsos
testimonios, ni mentirás. El noveno, no desearás la mujer de tu prójimo y por
último el décimo, no desearás las cosas ajenas. Volviendo a las Sagradas
Escrituras, el noveno y décimo mandamiento en Deuteronomio, 5-21 dice: No desearás la mujer de tu prójimo, ni
desearás su casa, su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno,
ni nada de cuanto a tu prójimo pertenece. En este momento estamos los dos
de acuerdo que la tradición más represora del gozo sexual, ha dado identidad
propia a la primara parte del precepto noveno. No desearás la mujer de tu
prójimo establece el canon de la prohibición del adulterio, al margen de la
interpretación tribal, doméstica y económica Una vez concluidos los enunciados
del Decálogo, ahora comprendo el por qué el sexto y nono mandamiento entran en
conflicto con el uso y disfrute del cuerpo creado por Dios.
Autorretrato
Según transcurría el tiempo ansiaba cada día más, gozar de tu presencia y contagiarme de tu libre albedrío. Deseaba ser otro Ángel Caído. Quizás me quedaba mucho camino por recorrer. En nuestros encuentros, siempre, dabas pie para comenzar alguna nueva disciplina que me llenara de gozo y de placer. Tengo que confesarte que siempre me has seducido. Aunque pertenecíamos a reinos diferentes, compartíamos lazos que ensamblaban nuestros sentimientos, emociones y sensaciones… Con frecuencia me decías que nos quedaba mucho camino por recorrer en nuestra hoja de ruta. Y yo tampoco te preguntaba cuánto me quedaba para llegar… Un día te insistí que me hablaras del amor. Del amor humano, libre y al margen del género masculino y femenino. ¡Qué ingenuo fui! Un Ángel proscrito como tú, qué ibas a saber…
Craso error. Ignorancia crasa. Recuerdo la separación que me hiciste
entre el amor-cáritas y el amor-eros. La caridad tiene que ver
con la limosna, la misericordia, la entrega, el sacrificio y la hermandad. Pero
el amor es compartir la sensualidad y la sexualidad. Es gozar con la unión de
los cuerpos provocando placer, en igualdad de condiciones. Es respeto,
libertad, igualdad y complicidad. Te pregunté cuál era la interpretación
simbólica de tu desnudez y cuál era el papel desempeñado por la serpiente que circunvala
tu hermoso cuerpo. Y me recitaste el versículo 25 del capítulo 2 del Génesis: Estaban ambos desnudos, el hombre y su
mujer, Adán y Eva, sin avergonzare de ello.
Tenías
verdaderos deseos de hablarme de los pecados que me acompañarían contigo al Infierno.
Que yo recordaba desde mi tierna infancia. Sentía ansias de conocer tu versión
del pecado, sobre todo del pecado
mortal. Me hiciste recordar al pie de la letra la letanía de los siete pecados
capitales, que aún recordaba desde niño. En la Biblia el número 7 aún siendo
primo es divisible y múltiplo de todo, aunque no lo prescriba la aritmética más
simple. Sin duda tu sabiduría angelical quitó hierro al asunto. Cuando es el
hombre quien utiliza la razón, los pecados por graves que aparezcan, pueden ser
atenuados por el conocimiento humano. Y quizás hasta cambiar de signo.
Contra Soberbia Humildad. Contra Avaricia Largueza. Contra Lujuria Castidad. Contra Ira Paciencia. Contra Gula Templanza. Contra Envidio Caridad y contra Pereza Diligencia. Una vez recitada la relación como si de una salmodia se tratara, me tomaste por el hombro y paseamos no muy lejos de tu sitial. Antes de que me preguntaras, yo te expliqué cuales eran los que yo había asumido como de mayor gravedad. Sin duda te avancé que la Lujuria.
La
lujuria, junto con el sexto y nono mandamiento era la senda de la perdición de
mi alma. Tú asentiste como lógico que entonara el mea culpa mea culpa mea maxima culpa, por mis pecados contra la
castidad. Pero me transmitiste sosiego al contemplar que el tema de la
sensualidad y sexualidad habían sido ya resueltos entre nosotros. Dentro de un
humanismo racional. Los seis pecados restantes tomaban parte de las emociones,
sensaciones y sentimientos lógicos de vivir en comunidad. Disciplinas que se
encuadraban en el campo de la sociología, psicología y la pedagogía, donde
ninguna deidad se podía inmiscuir en el comportamiento de los humanos,
regulados por las leyes civiles.
Nuestra
conversación había quedado interrumpida hasta pasadas varias noches de luna llena. Para nuestro siguiente encuentro
fui transportado junto a mi Ángel Caído, al pie mismo del árbol de la ciencia del bien y del mal. Allí donde Eva comió de la
fruta prohibida y dio de comer a su compañero Adán. En aquella luminosa noche,
al pie del árbol, estábamos los dos, uno frente al otro. Tú, mi Ángel Caído y
yo. Después de un largo, placentero y tibio silencio, me atreví no sin temor a preguntarte:
¿Por qué te dejas abrazar por la serpiente? Y tú me tomaste de las manos y
exclamaste: La serpiente es nuestro pudor, míranos, nosotros seguimos desnudos.
RICARDO BELLVER, escultor español (Madrid 1845-1924), uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. En 1861 expuso El cacique Tucapel, obra que revela la extraordinaria precocidad de su autor. Estudió en la Academia de San Fernando. Modeló tres bustos, entre ellos el de Goya; en 1862 obtuvo la pensión de Roma con una estatua de David; desde esta misma ciudad mandó un busto del Gran Capitán, un relieve con el entierro de Santa Inés y modeló su primera obra, El Ángel Caído (1878), desnudo de crispación berniniana, en el que se aprecian asimismo influencia de Miguel Ángel, que se colocó en los jardines del Retiro de Madrid, después de alcanzar primera medalla en la exposición de 1881. Durante otra estancia en Roma, modeló la estatua del navegante Juan Sebastián Elcano en Guetaria. Otras obras de su cincel: Estatuas de mármol de los santos Andrés, Pedro, Pablo y Bartolomé (San Francisco El Grande de Madrid); Virgen del Rosario (San José Madrid) y el mausoleo del arzobispo de Sevilla Luis de Lastra y Cuesta.
EL CUENTO TEOLÓGICO DEL ÁNGEL CAÍDO
Cuéntamelo otra vez, me solía decir mi hijo cuando cruzábamos El Retiro, al contemplar la escultura de Bellver, El Ángel Caído. Para él este cuento le provocaba cierta expectación. Y una vez más, paseando por el parque, le narraba la historieta, que como todos los cuentos comenzaba por aquello de:
Érase una vez que en un cielo muy
lejano, vivía un Dios que había creado el mundo en siete días y que durante la
última jornada descansó. También había creado a los ángeles. Estas criaturas
eran espíritus que estaban al servicio de Dios. Eran puros y muy inteligentes.
El más bello de toda la corte celestial, era Luz Bell o Lucifer, es decir Luz
Bella. Este creador del universo, integraba a su vez a tres personas, siendo
también Dios, cada una de ellas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Divino.
Pasado algún tiempo, Dios llamó a su
presencia a Lucifer y le dijo: Cuando llegue la consumación de los tiempos, la
segunda persona de mi divinidad, se hará hombre y sin abandonar la condición de
Dios, será un hombre verdadero y vivirá como un ser humano. A este Hombre Dios,
también, le tendrás que adorar y prestarle tus servicios. Aquel ángel, la
criatura más bella de la creación, no podía soportar doblegarse a la voluntad
de un hombre y en un acto de rebeldía, exclamó: ¡Non serviam! ¡Yo no le
serviré!
Entonces Dios le expulsó del cielo, donde habitaba con los otros ángeles,
arcángeles, querubines y serafines. Que así se llamaban los diferentes ejércitos
celestiales. Con él fueron condenados todos aquellos espíritus angélicos rebeldes.
Desde entonces, Lucifer se convirtió en el Diablo y todos lo demonios arden
junto con él en los infiernos.
Hasta aquí el cuento que fascinaba a
mi hijo. No preguntaba más. No le interesaba la nueva función encomendada al
Diablo. Y tampoco se preguntaba sobre lo justo o injusto de la condena. Como
cuento mitológico es muy válido para un niño. Donde el Dios todopoderoso es
implacable con los rebeldes. Un mito integrado en la cultura judeo-cristiana y
en una sociedad encorsetada en su pasado nacional católico. No obstante, parece
paradójico, que en el mismo corazón del parque más famoso de Madrid, se haya
erigido una escultura que los peores intencionados les gusta hablar del
monumento al mismo Diablo. Puede resultar irreverente y sobre todo poco
respetuoso con la tradición, que representa al Demonio como un ser detestable,
con cuernos, rabo y un tridente como arma para tentar al mundo. Bellver creó la
imagen del Diablo como un joven bello, con unas alas que expresan su libertad.
Una serpiente acaricia sus piernas, dentro de una simbología de complicidad,
más que de seducción. Pero sobre todo la expresión de su rostro no podía
exhalar otro grito que el de, “non serviam”. Esta nueva imagen del Ángel Caído,
convierte a esta estatua en el símbolo de la rebeldía, de la insumisión, de la
adolescencia, en una palabra, de la libertad. Nadie somete a nadie. Nadie
libera a nadie. El ser humano es libre. Se terminó el servilismo, aunque detrás
esté Dios, que prometa el premio o amenace con el castigo. Es evidente que
estas reflexiones subjetivas, harían gritar a no pocos teólogos y dogmáticos y
a cualquier autoridad mitrada. El Ángel Caído del Parque del Buen Retiro de
Madrid, es un desagravio a las víctimas de la tiranía. Lejos de ser un
monumento al Mal, es un homenaje a la liberación del hombre. Esta particular y
apócrifa moraleja, laica y pagana, tendré que contársela a mi hijo cuando la
vida le ofrezca la oportunidad de gritar: ¡Non serviam!
EL OCTÓGONO DIABÓLICO
En una de mis visitas al Museo de La Academia de Florencia, una guía con marcada sensibilidad platónica, a la hora de contemplar los Cautivos y el David de Miguel Ángel, me sorprendió cuando explicaba que Buonarroti contemplaba sus esculturas, desde ocho planos diferentes. Como fotógrafo no acababa de encontrar esta lógica en el universo fotográfico. Tanto elucubré que me salí por la tangente, y pensé que el gran maestro, para llevar la contraria a la Iglesia, desechaba el número siete bíblico por el ocho renacentista. Hoy he tenido la oportunidad de hacer un ensayo de esta presunta teoría de Miguel Ángel. En uno de mis paseos por El Buen Retiro de Madrid, visité como no podía faltar, la plaza donde se erige de Ricardo Bellver, El Ángel Caído. Por primera vez me di cuenta que la peana que sustenta al diablo, era octogonal. Geométricamente una pirámide truncada. Y en su base, cada una de las ocho caras disponía de una máscara con los atributos de Lucifer. Ocho caretas diferentes, con serpientes lagartos y seres repugnantes. Tomando el perímetro del monumento como una circunferencia, siempre equidistante al eje del pedestal de la estatua, y situado enfrente de esos rostros monstruosos, enfoqué un plano angular del demonio, marcando virtualmente ocho radios iguales.
De esta forma conseguí ocho vistas de esta imagen. Con el sol situado a la misma hora, el resultado fue de ocho enfoques que nos daba una idea completa a 360º. Seguidamente realicé otras ocho tomas desde las mismas posiciones, pero esta vez con un teleobjetivo de aproximación. De forma que el ángel saliera con su rostro y parte de su cuerpo en un primer plano. Con estas ocho fotos he obtenido ocho ángulos de visión contemplando todo el poder asimétrico que tiene la reproducción diabólica. No conforme con estas dos vueltas, llevé a cabo una tercera enfocando, uno por uno los rostros que me habían servido de punto de referencia en las tomas anteriores. Esto me permitió examinar la riqueza de matices que tienen los ocho seres horrendos, que nunca yo había mirado cara a cara. Esta experiencia es una oportunidad para descubrir la utilización del número ocho por dos escultores separados por casi cuatro siglos. ¿Casualidad? ¿Recurso arquitectónico? ¿Solución escultórica? ¿Dominio de la estética? ¿Libertad creativa? No lo sé, seguiremos indagando. No obstante, mi iniciativa personal reclama una novena opción. Es una fantasía, ilusión u osadía, pero sueño encontrar en ese lugar, en la plaza del Ángel Caído, un camión grúa que desafiando cualquier norma de seguridad y del Ayuntamiento de Madrid, me alojara en su cubil y pudiera hacer tomas por encima del cabello al viento del rey de los infiernos. Me sentiría como el mismo Dios. Viviría una experiencia que rebasaría la satisfacción del fotógrafo; Mirándome a los ojos, manteniéndome la mirada como si de Dios verdadero se tratara, y todavía me seguiría gritando aquello de: ¡NON SERVIAM!
CUATRO VERSIONES DEL POWER
POINT SOBRE
1 Salmodia “Dies Irae”
2 Cuarteto de Joseph Haydn
3 Rito Carolingio Siglo X
4 Rito Carolingio Siglo X bis
REFLEXIÓN SOBRE LOS ÁNGELES
Este
soberbio conjunto escultórico, me permite refrescar la memoria sobre la
teología de los ángeles. Me hace recordar cómo Serafines, Querubines y
Tronos, constituían el primer coro de espíritus al servicio de Dios,
aunque con escasa relevancia en el conocimiento popular. De igual forma,
Dominaciones, Virtudes y Potestades, segunda jerarquía de la corte
celestial, no han arraigado en la plástica de los artistas. En otro
orden angelical, si bien los Principados, tampoco, le suenan al común de
los mortales, los arcángeles: Rafael, medicina de Dios. Miguel quién
como Dios y Gabriel, varón de Dios, sí tenemos una imagen clara de su
cometido y de sus hazañas. Y por último recordemos a los silenciosos y
anónimos, Ángeles de la Guarda. Los pintores y escultores, han
representado a estos personajes, acreedores de todos los epítetos que
con mucha razón el vulgo de todas las épocas, califica de: rollizos como
lechones y ceporros con michelines. Pero ahondando más sobre estas
criaturas celestiales, no podemos olvidar al más bello de todos los
ángeles, llamado Lucifer o Luz Bella. Cuando Dios le profetizó que,
llegada la consumación de los tiempos, la segunda persona de la
Santísima Trinidad, el Hijo, se encarnaría en una mujer y debería
servirle como Dios. Lucifer, se miró en el espejo de su soberbia y
respondió: ¡Non serviam! ¡No le serviré! Desde este instante fue
arrojado a los infiernos y desde entonces se le llama Demonio o Diablo.
Lejos de aquellos angelitos de morritos sonrosados, la iconografía
angelical nos ha dejado una representación del Ángel Caído, que lejos de
considerarla como cursilería repugnante, supone una magnífica escultura
de Ricardo Bellver, ubicada en el Parque
del Buen Retiro de Madrid, única en el mundo. Esta escultura es un
alarde de belleza y simbología. Si bien las esculturas dedicadas al
arcángel San Miguel, asumen el papel de caballeroso y militar, defensor
del orden constituido, la obra de Bellver, es un símbolo de rebeldía, de
discrepancia, de libertad, de lucha, de resistencia al sometimiento
irracional. Nunca podré contemplar esta escultura con objetividad porque
es la ruptura con la docilidad manipulada de la Religión. En este caso,
el monstruo, no es la figura angelical, que representa la libertad, el
monstruo es la serpiente que le intenta subyugar. El Ángel Caído, es el
personaje alegórico de la adolescencia, de la eterna lucha, de la
permanente rebeldía, de la razonada discrepancia y de la transgresión de
los complejos y prejuicios en busca de la libertad. Tampoco deseo
alejar de mí la idea de reflexionar sobre la serpiente engarzada entre
sus extremidades inferiores, atrapando sus órganos genitales. Símbolo de
la concupiscencia, bien natural del ángel como atributo masculino. En
la moral católica, el deseo de bienes terrenales y, en especial, el
apetito desordenado de placeres deshonestos, es un valor negativo. No
obstante, en el conjunto escultórico de Bellver, el semblante de la
serpiente muestra su complicidad para el logro de la libertad del ser
humano, y así consumar el derecho inalienable a su realización sexual.
La serpiente abraza amorosamente ese cuerpo angelical.
DAVID Y EL ÁNGEL CAÍDO
Símbolos de la libertad
En la Biblia, es decir en las Sagradas Escrituras, no se narra literalmente la historia del Ángel Caído. No obstante, una deducción teológica de la Iglesia, así como la tradición desde los primeros Santos Padres, la rebelión de Luzbel o Lucifer contra Dios, ha quedado definida en una doctrina llena de verosimilitud. Esta historia se la he contado a mi hijo en forma de cuento, desde que era muy pequeño. No es nada normal que un padre del siglo XX trate este tipo de temas con su hijo. Pero todo sucedió cuando él mismo era testigo de la infinidad de veces que su padre era capaz de fotografiar la escultura del Ángel Caído del escultor Ricardo Bellver, situada en el madrileño parque del Buen Retiro. Sus interrogantes me hicieron recordar que:
“Erase una vez que Dios, uno y trino, es decir que siendo un solo Dios, tenía tres personas distintas y cada una de ellas seguían siendo Dios. El Dios Padre, el Dios Hijo y del amor de ambos engendraba el Dios Espíritu Santo. Pues este ser infinito, creó el mundo en seis días y después se tomó un descanso.
Estas cosas de los dioses no son fáciles
de entender a los humanos, pero sigamos con el cuento. Al mismo tiempo, también
creó a los ángeles. Eran espíritus puros y muy inteligentes que estaban al
servicio de Dios. Formaban tres ejércitos celestiales jerarquizados y
subdivididos en tres coros. La primera jerarquía: Serafines, Querubines y Tronos; la segunda, Dominaciones, Virtudes y Potestades; la tercera, Principados, Arcángeles y Ángeles A cada categoría le estaba encomendada una
misión. Llegado el momento, Dios llamó a
su presencia a Luzbel, el más bello e inteligente de los ángeles. Entonces,
Dios le dijo: En la consumación de los tiempos, Nos, la Santísima Trinidad
(Padre, Hijo y Espíritu Divino), Hemos decidido que el Hijo se encarne en una
mujer cuando el espíritu la cubra con su sombra y sin dejar de ser Dios, será
verdadero hombre. El Hombre Dios. Y como
tal, tú y toda la Corte Celestial deberá servirle y adorarle. Entonces, Luzbel,
el más bello de todos los espíritus angélicos creados por Dios, se reveló
contra Dios y en un acto de soberbia exclamó: ¡Non serviam! Según los teólogos,
los ángeles hablaban en latín y en español quiere decir, no le serviré.
Junto a Luzbel parte de las divisiones
celestiales tomaron como líder al ángel rebelde. La contestación fue contundente: Como Justicia
Suprema, respondió Dios: Considero a Luzbel y a sus seguidores como enemigos de
Dios y arderán eternamente en las llamas del infierno. Desde entonces inducen a
los hombres a la rebeldía y la desobediencia. A Eva, la primera mujer tentada
por el ángel rebelde o Ángel Caído, en el Paraíso Terrenal, se le presentó bajo
la figura de una serpiente. A Luzbel se
le conocería en adelante bajo varias denominaciones: Lucifer, Demonio, Diablo,
Maligno, entre otros apelativos despectivos. Desde entonces aquí está El Ángel
Caído, libre y feliz de haber decidido su destino. Cuentan los viejos libros de
la Cuesta de Moyano, que cuando hay luna llena, ilumina su figura en recuerdo
de su primitivo nombre, Luz Bella”.
Hasta aquí el cuento que mi hijo me pedía que se lo contara una y otra vez. Quizás le llamaba la atención la expresión de belleza que presentaba, en comparación con las imágenes del diablo más al uso. Orejas, cuernos, rabo, uñas de rapiña y sobre todo alas en forma de vampiro o murciélago. Más que un ángel, era una bestia alada. No obstante, como todos los cuentos han de tener su moraleja, la interpretación que yo hice ante mi hijo de esta historia, fue un tanto herética y falta de todo rigor teológico. El Ángel Caído, no es condenado por soberbio, sino por rebelde. Es el símbolo de la adolescencia y de la juventud. Cuando el niño va descubriendo el mundo, se rebela contra él y hace de su vida el estandarte de la libertad. Es verdad que esta moraleja, sin la complicidad de la escultura de Bellver, habría sido imposible. Este joven alado, me hace volar con la imaginación a otro joven desnudo también, pero con una honda entre sus manos. Me evoca la colosal escultura del David de Miguel Ángel Buonarrotti, representado como un niño, en lugar del longevo rey de los salmos. Esculpido sobre una pieza de mármol de Carrara se trata de “un adolescente victorioso sobre la tiranía y la fuerza del opresor”. En este caso, Goliat.
Hasta aquí el cuento que mi hijo me pedía que se lo contara una y otra vez. Quizás le llamaba la atención la expresión de belleza que presentaba, en comparación con las imágenes del diablo más al uso. Orejas, cuernos, rabo, uñas de rapiña y sobre todo alas en forma de vampiro o murciélago. Más que un ángel, era una bestia alada. No obstante, como todos los cuentos han de tener su moraleja, la interpretación que yo hice ante mi hijo de esta historia, fue un tanto herética y falta de todo rigor teológico. El Ángel Caído, no es condenado por soberbio, sino por rebelde. Es el símbolo de la adolescencia y de la juventud. Cuando el niño va descubriendo el mundo, se rebela contra él y hace de su vida el estandarte de la libertad. Es verdad que esta moraleja, sin la complicidad de la escultura de Bellver, habría sido imposible. Este joven alado, me hace volar con la imaginación a otro joven desnudo también, pero con una honda entre sus manos. Me evoca la colosal escultura del David de Miguel Ángel Buonarrotti, representado como un niño, en lugar del longevo rey de los salmos. Esculpido sobre una pieza de mármol de Carrara se trata de “un adolescente victorioso sobre la tiranía y la fuerza del opresor”. En este caso, Goliat.
Esta
estatua de David de 5.35 metros de altura y 500 años de antigüedad, se conserva
en la Galería de la Academia de Florencia, traspasa el tiempo y el espacio y
hoy es el símbolo de “la defensa de las libertades republicanas de la ciudad y
sus habitantes contra la tiranía medicea. De los Médicis”. Ambas esculturas, El
Ángel Caído de Bellver y el David de Miguel Ángel, presentan una característica
común. Provocan con su libertad la hipocresía popular ante un desnudo. Las
diferencias, las armas que utilizan para defenderse y liberarse. El Ángel Caído
las alas del libre albedrío y el David la honda usada con la
inteligencia del más débil. Ambas esculturas han marcado un hito en mi
trayectoria como fotógrafo. La belleza, la libertad, la perfección platónica,
el humanismo... Debo de confesar que la metáfora de mi relato ha desbordado la
breve aunque sabia idea final de un cuento.
Mural del pintor Carlos Santiesteban
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