Por Pedro Taracena
Ambos dioses son dos
gigantes de la mitología antigua. Eros propiciaba la atracción sexual, el amor
y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad. Esto explicaba los
diferentes aspectos del amor en libertad. Eros “el libertador”. Su equivalente
romano era Cupido deseo, también conocido como Amor. Eros principalmente era el
modelo del amor entre hombres, mientras Afrodita propiciaba el amor de los
hombres por las mujeres. En ambas formas de consumar la relación sexual, Eros
se hacía presente. La secuencia: atracción, deseo, posesión, placer, fertilidad
y felicidad, suponía la realización natural, humana y a su vez divina. Sin
límites ni prohibiciones. Sin premios ni castigos. En los actos de amor Eros
ponía la semilla de la felicidad, de la vida en suma. No ha existido ningún
otro dios que se incrustara en las entrañas de la naturaleza humana de forma
más integral. No era un dios lejano, se hacía presente en la misma esencia
natural del ser humano. Eros servía los pensamientos más estimulantes para
hacerse presente y vivir las sensaciones en lo más íntimo y privado. Eros no
conoce prohibiciones, tampoco concede recompensas. La recompensa se recibe en
el instante mismo de la consumación del deseo, en la explosión del placer. En
el orgasmo. De la posesión sexual del ser amado emana toda su potencia
creadora. Eros no entiende de sexos. Sólo entiende de sensaciones libres de
todo prejuicio y de cualquier complejo. Eros no respeta edades. Tampoco acota
partes del cuerpo como preferidas exclusivas o excluyentes. Eros emana de los
poros del cuerpo, se enreda entre los cabellos, busca entre los rizos de las
barbas o se desliza por las suaves pieles de las hembras o los toscos torsos de
los machos. Lo genital que sirve para garantizar la generación venidera, Eros
no lo considera exclusivo para la procreación, ni tampoco para la consumación
sexual. El cuerpo que es poseído por Eros es un todo y cada parte en sí misma
tiene su manifestación erótica. Eros no pone límites al juego amoroso. Tampoco
busca la fertilidad, ésta la encuentra en forma del nacimiento de otras vidas.
Pero no es el fin, es una consecuencia emanada de la naturaleza. El hombre
haciendo uso de su cuerpo y su razón llegó al conocimiento de que Eros vivía en
el reino animal. Y es el ser humano quien racionalizando sus sensaciones,
descubre que Eros no vive con él, sino que vive en él. Que ambos comparten una
misma esencia. Cuando en el ser humano surge el deseo, reclama su presencia y Eros
llega súbito. En la consumación del encuentro el hombre halla la recompensa. La
vivencia erótica puede ser íntima o compartida, en ambos momentos Eros está
allí, en los amantes. Los pueblos eligen sus dioses, no son los dioses los que
eligen los pueblos. Aunque en el caso de la tradición del dios Yahvé, es la
deidad quien elige su pueblo. “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo. El pueblo
elegido”. Eros y Yavé son los contrarios, no solamente en este planteamiento
preliminar, sino radicalmente en todo. Eros no dispone de clase sacerdotal para
interpretar sus designios. Es una divinidad que viene del interior del ser, no
de arriba. Sus preceptos los dicta al oído. Son sensaciones, vivencias y
estímulos. No reclama sacrificios, ni somete a prueba alguna. La fidelidad está
garantizada. La alianza entre Eros y el ser humano se guarda en el baúl de la
privacidad. No obstante, antes de continuar desgranando las cualidades del otro
gran gigante de la mitología, es preciso hacer dos salvedades: La primera es
que Eros representa la parte más íntima del hombre y más próximo a la
naturaleza. Y la segunda que Yahvé es el dios de lo que no se ve y contempla la
lucha entre la carne y el espíritu. Y además Eros está presente en todas las
mitologías del mundo porque es consustancial con la naturaleza humana y Yavé
rige los destinos de tres familias humanas: El hebreo llamado pueblo elegido.
El pueblo islámico y el pueblo cristiano. Estos tres mitos monoteístas forman
una unidad granítica en lo básico. De aquí lo atractivo del debate entre Eros y
Yavé. Este antagonismo hace más apasionante la dualidad a la cual está sometido
el ser humano. Aunque los seguidores de Eros se ciñen en un momento de la
historia al mundo clásico, tanto griego como romano, la esencia y existencia de
este mito está presente en la misma naturaleza de los pueblos seguidores de
Yahvé. No obstante, y a pesar de negar al sexo la presencia real que tiene, su
historia está salpicada de eventos e hitos plenos de sexualidad. Entre los
textos sagrados de estas tres religiones que adoran a un mismo dios, aunque bajo
nombres diferentes, se encuentra el Cantar de los Cantares del rey Salomón.
Destacado monarca por su sabiduría. Esta colección está compuesta de seis
cantos escritos para ser cantados por dos amantes, la esposa y el esposo y
apoyados por un coro. Es un cántico de amor utilizando un lenguaje directo.
Sensual y sexual, donde Eros está presente en positivo. No obstante, los
exégetas no han dudado a través de los siglos, incluir este maravilloso poema
de amor entre un hombre y una mujer, como libro religioso con valor inspirado y
considerándolo texto oficial. Pero los prejuicios de la tradición se han
encargado de hacer una lectura hermenéutica de la expresión literal del texto.
Y tienden a interpretar estos versos como una alegoría del amor entre el Yahvé y
su pueblo elegido. Esta paradoja que convierte un texto directo en un lenguaje
figurado, marca la lucha que vive el hombre entre las pasiones que le conducen
al gozo y el placer, y el autodominio que hace meritorias sus obras,
reprimiendo sus instintos más primarios. Pero sigamos contemplando su
enfrentamiento. Yahvé, que significa “Yo soy el que soy”, se sirve de los
hombres para revelar su doctrina y manifestarse a su pueblo. Para ello elige a
la clase sacerdotal, patriarcas y profetas. Son éstos los que se ocupan de
escribir y predicar las consignas del dios. Para poder entrar en contacto con
la doctrina de Eros, es preciso iniciar la génesis de la existencia del hombre.
Después de crear el mundo en seis días. Tomando barro modela el cuerpo del
hombre y postrándose en un profundo sueño, Yahvé le quita una costilla y crea a
la mujer. ¡Esto sí que es carne de mi carne y huesos de mis huesos! Exclama
Adán al contemplar a Eva por primera vez. El primer mandato que les da es la procreación:
¡Creced y multiplicaos y henchid la tierra! Este dios no les concede más
información directa, aunque la naturaleza les propicia la cohabitación y el
ayuntamiento para que la procreación sea una realidad. Y después de un cierto
tiempo, la tierra ya dispone de cuatro habitantes sobre su faz. A partir de
esta realidad Yahvé les marcará el camino a seguir dando lugar a un larguísimo
relato. Historia tan larga como la vivida por Eros. Las leyes de Eros eran las
leyes naturales gobernadas por la razón, o renunciando a ella, a diferencia de
los animales que estaban guiados por el instinto, sin que les quede otra
opción. Yahvé les entrega Los Mandamientos. Dentro de estos preceptos hay dos
que tiene relación con Eros. No adulterarás y No desearás la casa de tu
prójimo, ni la mujer de tu prójimo... Para la procreación establece unos
canales de realización, marcados por el carácter tribal, familiar y de clanes.
El mandamiento no adulterarás establece que comete adulterio quien viola la
fidelidad conyugal. Es decir, el ayuntamiento carnal realizado por una persona,
que estando casada cohabita carnalmente con otra que no es su cónyuge. Esto
supone la violación de un contrato, que en las épocas tribales tenía muchas
connotaciones de contaminación de la sangre y de herencias. Generaciones más
próximas han definido este precepto como no fornicarás, que si consultamos el
único mandamiento encerrado en un único vocablo, fornicar significa: Tener
comercio carnal con prostituta o practicar el coito fuera del matrimonio. Las
dos palabras se refieren al mismo hecho, pero valorando consecuencias
diferentes. A la tradición le ha convenido acotar el sexo exclusivamente para
el matrimonio y añadiendo que sólo puede ir encaminado a la procreación, como
remedio a la concupiscencia.
Pero si contemplamos el otro
mandamiento bajo la influencia de Eros, incluye en el mismo mandato la codicia
de todo aquello que posee el prójimo, sin excluir nada y sin hacer ninguna
discriminación. No obstante, la tradición desdobla su contenido en dos. Por un
lado no desearás la mujer de tu prójimo, donde se centra en la cuestión sexual,
apartándose de la codicia. De esta forma Eros es encorsetado dentro de una
serie de normas que nada tiene que ver con su naturaleza primitiva. Aquellas
conductas que se exceden de estos esquemas son reprimidas, mal vitas y hasta
castigadas por la sociedad de la época. Eros no discrimina a hombres y mujeres
y Yavé somete la mujer al hombre. El apartarse de la procreación establecida es
onanismo. Onán estaba obligado a casarse con la mujer de su hermano muerto y a
tener hijos. Y Onán eyaculaba en la tierra. Es decir, evitaba la procreación
sin renunciar al placer que Eros le proporcionaba. Considerando por algunos en
el entorno de Yahvé como una forma de masturbación. Es un encuentro con Eros en
su intimidad. Yavé desde su origen determinó que el hombre sería probado en su
fidelidad a su dios y sería merecedor de gozar con él en el cielo eternamente.
Eros engrandece la pasión y las pasiones. Yahvé penaliza el ser esclavos de las pasiones
y es una virtud meritoria el evitarlas. Eros encuentra la libertad en la pasión.
Yavé por el contrario, un hombre dócil a las pasiones, sobre todo carnales, es
un hombre esclavo de ellas. Eros encuentra virtud en los placeres. Por el
contrario Yahvé considera vicios y desordenes condenatorios. Eros consumando los
deleites sexuales, el hombre se reconcilia con la armonía de la naturaleza.
Yavé somete al ser humano a la prueba fundamental, renunciar a Eros, como causa
de todas las perversiones. Eros garantiza en este mundo el gozo y el placer
como premio a todo aquel que sea dócil a sus pretensiones. Eros a través del
deseo y el placer, provoca la satisfacción y la libertad, sin embrago Yahvé hace
reo de culpa a todo aquel que abuse del sexo fuera de los cánones establecidos:
La procreación, el rito de la circuncisión y las costumbres tribales. Eros,
sólo reclama entrega, Yavé, fe y esperanza. En la opción del dios Yahvé,
previamente se ha de creer en él. Sin la fe en su divinidad, el ser humano no
entrará en el reino prometido. Eros no cree en el alma, porque sólo dispone de
cuerpo y razón. Yahvé ha creado al hombre a su imagen y semejanza, negándole
todo derecho sobre el cuerpo. Aunque le concede el libre albedrío de decidir
entre el bien y el mal. Siempre de acurdo con los criterios de sus
mandamientos. Ambas divinidades están enfrentadas en las entrañas del ser
humano. La vida de los hombres y las mujeres es el resultado de la pugna de dos
dioses por conseguir su hegemonía. Eros al servicio del deseo. Yavé sembrando
la inquietud por la trascendencia, ahuyentando el temor a dejar de existir y
volver a la nada. Eros carne próximo y tangible, aquí y ahora. Yavé espíritu
lejano e incierto, pero con esperanza. He aquí la inquietante armonía: ¡Creced
y multiplicaos! ¡Gozad y sentíos libres!
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