CRÓNICA REALIZADA EN 2010
¡Viva
La Candelaria!
¡Viva
San Blas!
Por Pedro Taracena Gil
Fiestas de La Candelaria y San
Blas. Me han hecho vivir unos momentos auténticamente de evocación medieval.
Situación de fuerte ruptura con el aquí y ahora de nuestro siglo XXI. Los
endiablados se entregan durante días a una danza sensual, enloquecida y
ensordecedora, que cuando se encierran en el templo parroquial de Santiago
Apóstol, me han hecho sentir sensaciones y emociones nunca percibidas. Nuevas y
ancestrales en un mismo instante. Aún conservo en mis tímpanos, la atronadora
percusión de seiscientos cencerros. De todos los tamaños, al ritmo de una
endiablada danza. Hacían estallar los muros de la pequeña iglesia jacobea.
Chocante e impresionante a la vez, es la piña formada por los endiablados y su pueblo, entrelazándose
al mismo tiempo con el baile de las danzantas,
al paso del cortejo. Los pasacalles, las procesiones y los desfiles ante el
pueblo, siembran un mosaico de colores al son de los pesados cencerros y las
ligeras esquilas.
La jornada del día 2 de
febrero está dedicada a honrar a la Virgen de la Candelaria. Los atuendos de
los diablos se adornan con charras vestimentas y se tocan la cabeza con adornos
florales y motivos femeninos. Sin olvidarse del cetro con la esfinge del
demonio. Cada diablo se ciñe de un cincho de cuero sujeto por tirantes engalanados
con ristras de campanillas. Cada cual, según su estatura y edad, se cuelga del
cinto cuatro cencerros, aumentando su peso y tamaño cuando el diablo es adulto.
En la procesión se corteja a la imagen de la Virgen, paseada por las calles del
pueblo, en un trono-carroza empujada mayormente por mujeres. La endiablada va y
viene hacia la sede virginal formando dos columnas paralelas, danzando todos al
mismo ritmo, provocando un estruendo ensordecedor, pero no desagradable. Cuando
el cortejo corona una calle en cuesta, una de las columnas se desliza saltando
a gran velocidad, en sentido contrario; volviendo hacia la imagen de La
Candelaria. En este momento se puede contemplar el rostro desencajado de los
diablos entregados a la ceremonia, con los brazos abiertos hacia adelante,
gritando: ¡Viva La Candelaria! Aunque las voces quedan ahogadas por el son de
los cencerros.
El cortejo procesional es una
expresión de paganismo y religión, donde los mitos se confunden en una misma
realidad medieval: Abre la procesión un estandarte de San Blas o de la Virgen
de la Candelaria. Después se sitúa la doble columna de 150 diablos. Delante de
la carroza que transporta la imagen se posiciona el Diablo Mayor. Hasta aquí es
como si la endiablada dominara el festejo. Inmediatamente después desfila el
clero, las autoridades municipales y la Guardia Civil. Esto nos recuerda que
estamos en el siglo XXI. Yal final del cortejo bailan constantemente las
danzantas. Es la parte folclórica y lúdica. La puesta en escena de las
procesiones, se abren camino entre la muchedumbre del pueblo y visitantes, que
participan del evento subidos en tapiales, barbacanas, aceras o haciendo
incursiones en el centro de la calzada, desafiando a los diablos cuando bajan
dando saltos en honor de sus patronos. Los diablos y las danzantas coinciden en
los pasacalles matutino y vespertino, recorriendo el pueblo por diferentes
rincones, calles y plazas. Y en un momento se entrecruzan unos y otros,
dibujando un mural de lo religioso, cultural y pagano.
En el transcurso de la víspera
de la fiesta de San Blas, los tocados floreados de los diablos, se tornan
mitras escarlatas, en memoria del San Blas, obispo y mártir de la cristiandad.
Los diablos revestidos de pontificales, acuden al Campo Santo y rezan un
responso dirigido por el Diablo Mayor. Esta secuencia de la fiesta, invita a
una reflexión antropológica, difícil de olvidar y compleja de entender. Pero
estos eventos se pierden en los siglos del primer milenio, donde el emperador
Constantino se convierte al
cristianismo y se establece la religión cristiana como religión del imperio. A
partir de entonces los ritos paganos, procedentes de antaño y la vocación
cristiana de convertirlo todo en ciclo divino, sometió al pueblo a ser
protagonismo de su propia iniciativa, no siempre fiel a la teología. Una vez
concluido el rito funerario, los diablos regresan al pueblo, rompiendo con el
estruendo de los cencerros el crepúsculo del frío atardecer. Las enarboladas
mitras airean sobre sus cabezas la cruz bordada en oro y las iniciales del
diablo que la soporta. El eco del estruendo en la lejanía anuncia que estamos
en la víspera de San Blas. Seguidamente irrumpen en la iglesia y someten a la
imagen del santo a una lavada de cara con anís, en memoria de cómo le limpiaron
los labradores que hallaron su imagen en el campo. Aunque parece que fue con
aguardiente.
El día 3 de febrero la tensión
emocional y sensual alcanza su fuerza suprema. La cencerrada sube de volumen y
las invasiones de los diablos al templo es más atronadora, dejando patente que
su líder y patrón es San Blas. En el interior del recinto parroquial se forma
una ronda que se ciñe a las tapias del templo, circunvalando la zona de los
bancos. Por allí danzan, corren y brincan los diablos hasta que, el Diablo
Mayor estima satisfechas las muestras de cariño al santo homenajeado. Y así a
lo largo de casi una semana, la endiablada de Almonacid del Marquesado,
conserva incólume una tradición milenaria, pagana y religiosa conviviendo los
símbolos del bien y del mal. Ritual donde no se contemplan las postrimerías del
hombre (muerte, juicio, inferno y gloria). Tampoco las carnestolendas
cuaresmales y mucho menos la lucha del bien y del mal. Es un festejo del pueblo
que interpreta su entorno como una forma muy personal de lo transcendente. Lo
más importante de su permanencia es que ha resistido al nacionalcatolicismo, y
a cualquier intento de intolerancia. No se plantea sacralizar lo pagano, ni
tampoco de paganizar lo sagrado. Es el resultado de la imposición de Constantino,
de cristianizar el paganismo.
Reportaje realizado por una
cámara Nikon y carrete Kodak 400 Tri X