Por Pedro Taracena
Las huestes beatas y piadosas de Rajoy han jurado ante un crucifijo su cargo como guardianes de la Constitución. Han jurado ante unos símbolos que representan a una España que ya no existe. Es una fórmula protocolaria que solamente satisface a los mismos de siempre. Evocación del nacionalcatolicismo. Han querido agradar a la Iglesia, compañera inseparable de la recalcitrante derecha. También han querido tranquilizar al capital (IBEX-35) siempre dispuesto a jugar su baza hipócrita de caridad frente al Vaticano. En la ceremonia han adulado al Rey representante de la monarquía tradicional, que no olvidemos que apoyó la destrucción de la República en la figura de Don Juan de Borbón. Rubricando la escena, el crucifijo que simboliza la perversión que del cristianismo hacen todos los que juran en vano. Para Rajoy y sus secuaces, les hace recordar su origen: maridaje Iglesia Estado del franquismo, alianza trono altar del golpe del 17 de julio de 1936, coautores de la Santa Cruzada. Con una mano en la Constitución y la otra en la Biblia, bajo la sombra macabra de la cruz y haciendo la venia al Rey, han interpretado una secuencia llena de fariseísmo. Es mentira que defiendan la Constitución porque la quieren fosilizada. Es mentira que asuman los preceptos eclesiásticos porque para ellos es la interpretación de un personaje. Los mozos de confianza de la cuadrilla de Rajoy han repetido los juramentos, interpretando la misma farsa. Son todos personajes sacados de la literatura del siglo XIX. El político conservador católico de banda y medalla en pecho y de teja y mantilla si se trata de una dama. La España que dicen representar, afortunadamente ya no existe. Ya nadie se ve intimidado por las penas del infierno y menos por las siniestras consignas de castración del sexto mandamiento. Los ritos sacramentales son autos públicos medievales, que encubren la falsedad de los símbolos de tul blanco con sólo ilusión de virginidad y pureza. Pero a Rajoy no se le puede pedir más. Las cosas las hace como Dios manda y gobierna por la Gracia de Dios, como todo caudillo que se precie. Es una vergüenza que nadie en España, ni la derecha ni la mayoritaria izquierda, hayan defendido nunca la aconfesionalidad del Estado. La Constitución no puede compartir mesa y mantel con la Biblia y menos con la cruz. Es una hipocresía que no se haya colocado a la religión en el lugar que la Carta Magna le confiere. Si Valle Inclán no hubiera creado el esperpento, Rajoy y sus acólitos lo hubieran hecho. Ahora solamente les queda interpretarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario