HAMLET
Monólogo de Hamlet
William Shakespeare
Monólogo de Hamlet
William Shakespeare
Acto Tercero
Escena Primera El monólogo más famoso de la historia del teatro.
Hamlet
¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…, dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!.. ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes: y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción… Pero ¡silencio!… ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.
¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…, dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!.. ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes: y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción… Pero ¡silencio!… ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.
PREMISAS PARA UNA REFLEXIÓN EN EL
SIGLO XXI
Por Pedro Taracena Gil
LOS
NOVÍSIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE SON CUATRO:
Muerte,
Juicio, Infierno y Gloria. Según el Catecismo del Padre Astete (1537-1601) y
revisado (1742-1812).
HAMLET
Príncipe
de Dinamarca, al protagonista se le aparece el fantasma de su padre asesinado
exigiendo venganza. Las dudas y la indecisión, expresadas en famosos monólogos,
torturan al joven, pues entre los culpables están su madre y el padre de su
amada. Al final, a costa de su propia vida, consumará el sangriento castigo.
WILLIAM
SHAKESPEARE Y EL RENACIMIENTO
Shakespeare
no es sólo el más importante autor teatral del Barroco inglés, sino, sobre
todo, uno de los grandes genios de la literatura universal. Con él, el género
dramático alcanza la modernidad y recupera a la vez la hondura del teatro
griego, perdido en la época medieval. Sus obras nos han dejado, además, un
nutrido grupo de personajes inolvidables. Entre los siglos XVI y XVII el teatro
adquiere, con dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Molière o el
propio Shakespeare, sus características modernas. Ello fue posible gracias a la
nueva valoración de la vida humana surgida con el Renacimiento.
MI REFLEXIÓN PERSONAL
Quizás sea una osadía por mi
parte, intentar después de más de cuatro siglos, aportar valoraciones al célebre
monólogo del Ser o no Ser, del
Príncipe de Dinamarca. Mi primera consideración es que, mientras España
rechazaba la Reforma de Lutero, de Calvino y del mismo Enrique VIII;
homologándose con el Concilio de Trento, en Europa surgía el protestantismo y
el anglicanismo. Sin olvidar que en las repúblicas italianas había irrumpido el
Renacimiento y que a España llegó con cien años de retraso. La Hispanidad siempre se ha vanagloriado de haber perdido todos los trenes de la Historia.
Shakespeare provocó en su Hamlet
una situación renacentista. En su célebre monólogo, estaban escritos los
novísimos y postrimerías del hombre. No obstante, el centro del universo había
dejado de ser Dios. En su lugar se colocaba el Hombre, con su humanidad como
centro de la razón que suplanta a la fe. Hamlet agoniza entre la fe y la
razón, la vida y la muerte, la cordura y la locura. Dormir, soñar… Implora el
amor y la redención de los pecados. Su agónica interrogación nos recuerda La agonía (lucha) del cristianismo de Unamuno y
la La vida es sueño de Calderón. Los novísimos y postrimerías del hombre,
ya se habían disipado con el Renacimiento en la Inglaterra los siglos XVI y
XVII. No obstante, en los años cincuenta del siglo pasado, los novísimos, aún se estudiaban en la Escuela Primaria de
la España del Nacionalcatolicismo.
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