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lunes, 20 de enero de 2020

LOS GUATEQUES EN LOS AÑOS 60





Por Pedro Taracena Gil

La palabra guateque se refiere a una “fiesta casera, generalmente de gente joven, en que se merienda y se baila”. En los años cincuenta tuvieron lugar los guateques organizados por adolescentes en domicilios particulares, o alquilando salas o jardines contiguos a los bares. Surgieron como respuesta a la prohibición de los menores para asistir a los bailes de las salas de fiesta y cabarés (cabaret de origen francés). Eran unas reuniones un tanto ingenuas e inocentes que propiciaban los encuentros de los jóvenes, precursoras de las discoteques francesas, que más tarde se españolizaron como discotecas.
Solían celebrarse los domingos por la tarde. Alternándose, ponían a disposición de los amigos su casa, con el permiso paterno o aprovechando su ausencia. Aportaban un tocadiscos cuya tensión de alimentación fuera compatible con la casa elegida; evitando que la fiesta terminara antes de tiempo por conectar a la red de 220 voltios, un aparato que sólo admitía 125. Allí acudían los amigos y allegados con todos los discos de 45 y 78 r.p.m. que disponían, sobre todo las novedades salidas en el mercado discográfico español. La aportación de la cuota exclusivamente de los chicos, garantizaba el aprovisionamiento de los bocadillos, que ya en esa época comenzaban a llamarse Sandwich. Así como la elaboración de una especie de sangría mal llamada limonada; abundante en alcohol, azúcar y canela. Eso sí con cáscaras de limón y naranja naufragando en el recipiente.
Casi siempre había un aficionado a pinchar los discos, precursor de los actuales Disc Jockey. Encargado de establecer de manera informal varias etapas para animar la velada.  Secuencias que propiciaban romper el hielo y fomentar la comunicación. En una primera parte sorprendía con las novedades, sobre todo, si venían del extranjero. En los años cincuenta la juventud española rompió con los conjuntos latinos (Los cinco Latinos), con el bolero, el tango, la llamada canción española (el pasodoble) y por supuesto la copla y el cuplé. Sin embargo, abrazaron a Elvis Presley, Paul Anka, Cliff Richar, etc. El Rock Can Roll y el Twist, fueron ritmos que tuvieron una aceptación universal. La tarde solía comenzar con estos ritmos y la animación estaba garantizada. Sobre todo, el Rock se dio a conocer en España a través de Los Llopis, un conjunto que nos tradujo El rock de la cárcel en castellano, “Ahí viene la plaga” y “Estremécete”. Para mejor entender la dinámica de las relaciones entre las chicas y los chicos, es preciso aclarar que los chicos sacaban a bailar a las chicas y nunca a la inversa. Cuando la tarde ya estaba encauzada, el pinchadiscos cambiaba el tercio, y ponía música lenta. En estos momentos la preferencia en elegir chica era menos disimulada. El objetivo era acabar la tarde con la chica que más te gustara. Entonces sonaban baladas de Elvis Presley, canciones de Los Blue Diamonds y de franceses e italianos. Tampoco podía faltar Salvatore Adamo, Enrique Guzmán y el incipiente Dúo Dinámico. Si el pinchadiscos era dócil aceptaba peticiones de canciones que podían compartir con la chica elegida.
Cuando la fiesta estaba en su cénit, venía el cuarto de hora femenino. Durante quince minutos, escasos para unos e interminables para otros, las chicas sacaban a bailar a los chicos. En este corto espacio afloraban o se disimulaban las timideces y las decisiones. El colocador de los discos a veces era el más tímido de la reunión; ocultando detrás del vinilo y la aguja del pick-up, sus complejos e indecisiones. Sin embargo, cuando contemplaba que el guateque estaba al rojo vivo, decidía que la gente debía acometer el baile de la escoba. En la mitad de una de las piezas más lentas, entregaba una escoba a uno de los chicos y se ponía a bailar con la chica. El chico debía entregar la escoba a otro amigo para poder tener otra vez pareja de baile. Es fácil suponer que todos huían de él como de la lepra. Y al final de la canción, el pinchadiscos acababa con la escoba como empezó. Porque el último en su desesperación no quería acabar la pieza bailando con la escoba.
No todos los guateques resultaban iguales, dependía del ambiente creado, del número de personas, del equilibro entre ambos géneros y de la carga emotiva que la limonada había provocado. De cualquier manera, una valoración de estos encuentros juveniles, después de más de cincuenta años que tuvieron lugar, no superaban un rombo; utilizando una medida de censura de la época. A lo más que se llagaba a veces era al truco de la avería. Se producía cuando el dueño de la casa decía que se había ido la luz en toda la vecindad, aunque el piloto rojo del tocadiscos siguiera encendido y el plato girando. A pesar de los apagones más o menos frecuentes y de los escarceos a las otras estancias de la casa, no llegó nunca la sangre al río…


LA LEY DE LA CUARTA

Antes de concluir este brevísimo ensayo sobre los guateques, acude a mi mente el recuerdo de cuando organicé uno de los guateques en mi casa. Aprovechando que mis padres se fueron a pasar el día, a Ávila o Segovia. Recientemente habían pintado el comedor y había que sacar todos los muebles y ponerlos en las otras habitaciones. Hicimos la célebre limonada un poco cargada de canela. Mi casa estaba en la última planta del edificio. Algunos salieron a la terraza situada justo sobre la casa de enfrente, ya que la escalera era de uso común. Creo que fue en invierno y a los que salieron a la terraza se les cerró la puerta y por falta de luz y que nadie se le ocurrió asomarse a la ventana de la cocina, allí permanecieron en compañía de la bebida que a esas alturas de la tarde ya hacía sus efectos dentro y fuera de la casa. Alguien entró en la cocina para hacer acopio de bebida y entre la nube que llevaba encima y la niebla que tenían los del tejado, fue difícil, pero al final por señas y gritos abrimos la puerta y pudieron seguir la fiesta. El peligro estuvo presente todo el tiempo porque esa terraza era un tejado que no disponía de barandillas. Pero aún estoy sorprendido de la rapidez con la cual colocamos y limpiamos de nuevo la casa. Al regresar después de haber acompañado a las chicas a su casa, mis padres no hicieron la más mínima observación, de que allí hubiera huellas de haber pasado quizás 15 o 20 amigos.
Para los internautas del siglo XXI que leyeren este texto, es preciso situar a estos jóvenes y sus guateques en pleno régimen del nacionalcatolicismo. Todo estaba prohibido en materia sexual. Todo era todo. Pero aquellos jóvenes estábamos tan vivos como los de ahora en materia erótica. Las consignas eran tajantes impartidas por los curas responsables de la salvación de nuestras almas y también de nuestros cuerpos. El baile agarrado era pecado y si al final las chicas y los chicos caímos en la tentación de agarrarnos para bailar melodías lentas, se debía   respetar la ley de la cuarta. Sí, esto suena a cómico en el siglo XXI, pero era el celo por la moralidad del momento. La regla se cumplía, depende…
Los guateques fueron sustituidos por otros bailes públicos de barrio; dando lugar a los clubes y éstos a las discotecas.







 





viernes, 17 de enero de 2020

EROS




EROS Y EL AMOR PLATÓNICO

Por Pedro Taracena Gil
Periodista

Eros es el amor en su esencia primitiva, está más próximo del animal, que todos llevamos dentro, que del hombre racional, cultivado y responsable. El amor entendido como la expresión del encuentro corporal, donde asisten como protagonistas los cinco sentidos. Si bien interviene la razón, no es para armonizar, sino para ser testigo mudo y pasivo del juego amoroso. Eros como interpretación del amor en el mundo de los clásicos, se refería a la relación entre hombres, no obstante, puede hacerse extensible a hombres y mujeres; incluyendo el amor lesbiano. Los sentidos y el sexo en estado puro, sin más injerencias ambientales y periféricas. Sexualidad y sensualidad. Erotismo engendrado por Eros, como patrimonio diferenciado entre el hombre y la bestia. Donde el amor es sexo, y el instinto de los amantes predomina sobre la razón. Los prejuicios nos pueden escandalizar y los complejos limitar, pero la celebración desnuda del amor en el lecho carnal, sin límites y sin establecimientos previos, puede ser monótono, pero también creativo, único e irrepetible. Producto de la diferencia entre el instinto predestinado y el libre albedrío de la razón. Cuando abundamos en definir el amor humano, bajo el prisma de Eros, hallamos un sinfín de atributos. Todos encaminados al gozo y a los placeres sexuales. Lujurioso se podría denominar bajo la cultura judeo-cristiana. Ajeno a la procreación. La naturaleza sella en el instinto de los animales la multiplicación de la especie. Para los humanos es opcional y ahora más que nunca. El amor sin contaminación busca y encuentra su fin en sí mismo. Las consecuencias del amor se desprecian o se evitan previamente. El amor se consuma en estado puro. Allí sólo importan los atrapados por Eros. No existe nadie más. Podemos ahondar más y adjudicarle más atributos y epítetos: El amor es efímero, aunque nadie quiere que termine, no es eterno. Tampoco somos conscientes de que cuando se contamina, se doméstica, y se transforma. El amor es salvaje y posesivo. Egoísta y celoso, ciego e insaciable. Sensual y sexual. Infantil y caprichoso. Inmaduro y adolescente. Irresponsable y apasionado. Se siente libre. Atrapa y hace esclavo al ser amado. Comienza y concluye en el cuerpo. Nada y nadie existe cuando Eros hace su presencia. ¿Cuáles son las impurezas que hace que el Amor-Eros abandone la perfección? Pues todo aquello que lo va domando, racionalizando y poco a poco alumbrando su principal cómplice y a su vez rival. Éste no es más que el Amor-Cáritas en el universo judeo-cristiano, y el Amor-Ágape en el greco-romano. El cariño. El amor es el presente y el cariño eterno. A pesar de ello, cuando las brasas encenizadas del cariño, acarician la brisa de la sexualidad, aviva la llama del amor, Eros hace renacer el presente. El amor vuelve a ser efímero.
Eros sólo se hace presente cuando la cópula amorosa se lleva a cabo bajo la influencia de verbos adolescentes, no adultos. Verbos vírgenes, sin contaminación del deber, el mandato o la responsabilidad. “Me gustas”. “Te deseo”. “Te quiero para mí”. “Ansió poseerte”. “Sigue, no pares nunca”. “Lo quiero, aquí y ahora”. “Compartamos el gozo”. “No me harto de…” Lo quiero todo ya”. Cuando el amor intenta crecer, abandona el estado salvaje y se encuentra en el mundo de la razón. En el mundo del deber y convenir. Obligaciones y convenciones de la sociedad. Estos verbos ahogan el amor. La madurez y la responsabilidad son incompatibles con el amor en libertad, limpio y desnudo. Sin previsión, espontáneo. El arte de amar con el concurso de Eros, quizás, está en conseguir la capacidad de desnudarse y abandonar en el dintel del lecho amoroso, todo aquello que estorba a la pasión primitiva. La convivencia es el primer enemigo del Amor-Eros, puro, salvaje, natural y primario. A pesar de que esto pueda provocar, escandalizar y transgredir la inercia de la historia. Eros es la libertad, no conoce ataduras y responsabilidades. El Amor-Eros es lo contrario del Amor-Cáritas. Egoísmo contra generosidad. Entrega y donación contra posesión y pasión. Eros no renuncia a nada, siempre quiere más y sólo entrega aquello que recobra con réditos. Otorga felicidad porque le reporta felicidad. No entiende de renuncia y mucho menos de ausencia de placer. El sexo es la piedra angular de su estructura. El amor puro es la esencia del gozo, de la posesión, de la satisfacción plena, del sexo consumado, de la lujuria, de lo amoral, de la trasgresión, de la consumación del deseo sexual. Se comporta como si ninguna deidad existiera. Después del amor, sólo hay más amor. Hasta el infinito. Hasta la eternidad. El débito conyugal, el matrimonio legal, la familia, la procreación y todos los valores humanos de la convivencia, surgen al margen de este amor. Cuando el amor supera o se contamina con el mundo que sirve de vestido a los amantes desnudos, surge el amor domesticado por la tradición secular y sobre todo religiosa. Ese amor contaminado, adulterado y nada trasgresor, abandona su estado de inocencia adolescente y primitiva, y se convierte en el garante de la felicidad colectiva y allí se engendra la procreación, el amor filial, el cariño, la ternura y tiene vocación de perpetuarse. Eros huye espantado de esos lugares hacia otros derroteros; acechando nuevas presas…
Revisando este texto a la luz de lo que se viene considerando como amor platónico, podría interpretarse que el amor platónico es el amor ausente de toda relación física. Se comete un error al contemplar este amor como espiritual ausente de todo lo material, sexual o erótico. La filosofía de Platón nos hace comprender mejor el amor entendido por el filósofo cuando nos explica a través del Mito de la Caverna, la existencia de dos mundos. El mundo de los sentidos, de la naturaleza, es decir, del hombre. Y otro mundo el de las ideas, que se llega a él a través de la razón al conocimiento a la perfección y a la libertad. Entonces un amor será platónico, es decir perfecto, ideal, virtual, sublime... Si es el reflejo del amor perfecto que se encuentra en el mundo de las ideas. Pero Eros es un bien en el mundo de las ideas y cuanto más se acerque a ese ideal más platónico será, pero también más real y sensual. Se alejará del mundo de las sombras y se acercará al mundo real, donde el sol es el foco de la luz y donde se consuma nuestra realidad.

EROS