Por Pedro Taracena Gil
La palabra guateque se refiere a una “fiesta
casera, generalmente de gente joven, en que se merienda y se baila”. En los
años cincuenta tuvieron lugar los guateques organizados por adolescentes en
domicilios particulares, o alquilando salas o jardines contiguos a los bares.
Surgieron como respuesta a la prohibición de los menores para asistir a los
bailes de las salas de fiesta y cabarés (cabaret de origen francés). Eran unas
reuniones un tanto ingenuas e inocentes que propiciaban los encuentros de los
jóvenes, precursoras de las discoteques francesas, que más tarde se
españolizaron como discotecas.
Solían celebrarse los domingos por la tarde.
Alternándose, ponían a disposición de los amigos su casa, con el permiso
paterno o aprovechando su ausencia. Aportaban un tocadiscos cuya tensión de
alimentación fuera compatible con la casa elegida; evitando que la fiesta
terminara antes de tiempo por conectar a la red de 220 voltios, un aparato que
sólo admitía 125. Allí acudían los amigos y allegados con todos los discos de
45 y 78 r.p.m. que disponían, sobre todo las novedades salidas en el mercado
discográfico español. La aportación de la cuota exclusivamente de los chicos,
garantizaba el aprovisionamiento de los bocadillos, que ya en esa época
comenzaban a llamarse Sandwich. Así como la elaboración de una especie de
sangría mal llamada limonada; abundante en alcohol, azúcar y canela. Eso sí con
cáscaras de limón y naranja naufragando en el recipiente.
Casi siempre había un aficionado a pinchar los
discos, precursor de los actuales Disc Jockey. Encargado de establecer de
manera informal varias etapas para animar la velada. Secuencias que
propiciaban romper el hielo y fomentar la comunicación. En una primera parte
sorprendía con las novedades, sobre todo, si venían del extranjero. En los años
cincuenta la juventud española rompió con los conjuntos latinos (Los cinco
Latinos), con el bolero, el tango, la llamada canción española (el pasodoble) y
por supuesto la copla y el cuplé. Sin embargo, abrazaron a Elvis Presley, Paul
Anka, Cliff Richar, etc. El Rock Can Roll y el Twist, fueron ritmos que
tuvieron una aceptación universal. La tarde solía comenzar con estos ritmos y
la animación estaba garantizada. Sobre todo, el Rock se dio a conocer en España
a través de Los Llopis, un conjunto que nos tradujo El rock de la cárcel en
castellano, “Ahí viene la plaga” y “Estremécete”. Para mejor entender
la dinámica de las relaciones entre las chicas y los chicos, es preciso aclarar
que los chicos sacaban a bailar a las chicas y nunca a la inversa. Cuando la
tarde ya estaba encauzada, el pinchadiscos cambiaba el tercio, y ponía música
lenta. En estos momentos la preferencia en elegir chica era menos disimulada.
El objetivo era acabar la tarde con la chica que más te gustara. Entonces
sonaban baladas de Elvis Presley, canciones de Los Blue Diamonds y de franceses
e italianos. Tampoco podía faltar Salvatore Adamo, Enrique Guzmán y el
incipiente Dúo Dinámico. Si el pinchadiscos era dócil aceptaba peticiones de
canciones que podían compartir con la chica elegida.
Cuando la fiesta estaba en su cénit, venía el
cuarto de hora femenino. Durante quince minutos, escasos para unos e
interminables para otros, las chicas sacaban a bailar a los chicos. En este
corto espacio afloraban o se disimulaban las timideces y las decisiones. El
colocador de los discos a veces era el más tímido de la reunión; ocultando
detrás del vinilo y la aguja del pick-up, sus complejos e indecisiones. Sin
embargo, cuando contemplaba que el guateque estaba al rojo vivo, decidía que la
gente debía acometer el baile de la escoba. En la mitad de una de las piezas
más lentas, entregaba una escoba a uno de los chicos y se ponía a bailar con la
chica. El chico debía entregar la escoba a otro amigo para poder tener otra vez
pareja de baile. Es fácil suponer que todos huían de él como de la lepra. Y al
final de la canción, el pinchadiscos acababa con la escoba como empezó. Porque
el último en su desesperación no quería acabar la pieza bailando con la escoba.
No todos los guateques resultaban iguales,
dependía del ambiente creado, del número de personas, del equilibro entre ambos
géneros y de la carga emotiva que la limonada había provocado. De cualquier
manera, una valoración de estos encuentros juveniles, después de más de
cincuenta años que tuvieron lugar, no superaban un rombo; utilizando una medida
de censura de la época. A lo más que se llagaba a veces era al truco de la
avería. Se producía cuando el dueño de la casa decía que se había ido la luz en
toda la vecindad, aunque el piloto rojo del tocadiscos siguiera encendido y el
plato girando. A pesar de los apagones más o menos frecuentes y de los
escarceos a las otras estancias de la casa, no llegó nunca la sangre al río…
LA LEY DE LA CUARTA
Antes de concluir este brevísimo ensayo sobre los
guateques, acude a mi mente el recuerdo de cuando organicé uno de los guateques
en mi casa. Aprovechando que mis padres se fueron a pasar el día, a Ávila o
Segovia. Recientemente habían pintado el comedor y había que sacar todos los
muebles y ponerlos en las otras habitaciones. Hicimos la célebre limonada un
poco cargada de canela. Mi casa estaba en la última planta del edificio.
Algunos salieron a la terraza situada justo sobre la casa de enfrente, ya que
la escalera era de uso común. Creo que fue en invierno y a los que salieron a
la terraza se les cerró la puerta y por falta de luz y que nadie se le ocurrió
asomarse a la ventana de la cocina, allí permanecieron en compañía de la bebida
que a esas alturas de la tarde ya hacía sus efectos dentro y fuera de la casa.
Alguien entró en la cocina para hacer acopio de bebida y entre la nube que
llevaba encima y la niebla que tenían los del tejado, fue difícil, pero al
final por señas y gritos abrimos la puerta y pudieron seguir la fiesta. El
peligro estuvo presente todo el tiempo porque esa terraza era un tejado que no
disponía de barandillas. Pero aún estoy sorprendido de la rapidez con la cual
colocamos y limpiamos de nuevo la casa. Al regresar después de haber acompañado
a las chicas a su casa, mis padres no hicieron la más mínima observación, de
que allí hubiera huellas de haber pasado quizás 15 o 20 amigos.
Para los internautas del siglo XXI que leyeren
este texto, es preciso situar a estos jóvenes y sus guateques en pleno régimen
del nacionalcatolicismo. Todo estaba prohibido en materia sexual. Todo era
todo. Pero aquellos jóvenes estábamos tan vivos como los de ahora en materia
erótica. Las consignas eran tajantes impartidas por los curas responsables de
la salvación de nuestras almas y también de nuestros cuerpos. El baile agarrado
era pecado y si al final las chicas y los chicos caímos en la tentación de
agarrarnos para bailar melodías lentas, se debía respetar la
ley de la cuarta. Sí, esto suena a cómico en el siglo XXI, pero era el celo por
la moralidad del momento. La regla se cumplía, depende…
Los guateques fueron sustituidos por otros bailes
públicos de barrio; dando lugar a los clubes y éstos a las discotecas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario