Teológicamente atípico
Por Pedro Taracena
Solamente se conocen algunos enunciados
de la encuesta que el papa Francisco desea pasar a la cristiandad. No obstante
se vislumbra que en su intención está recabar la opinión y valoración, que sobre la estructura de la familia en el
mundo actual, tienen los cristianos del siglo XXI. Sin duda es una proposición revolucionaria
que deja a la altura del betún, la que presentó su predecesor de
feliz memoria Juan XXIII, en el siglo pasado cuando convocó el concilio
ecuménico Vaticano II.
El papa Francisco está insinuando que
la Iglesia viene dando demasiada importancia a los aspectos sexuales y quizás no se ha
centrado en el objetivo primordial del cristianismo, como es la justicia
social, el amor, la solidaridad y sobre todo con respecto a la mujer, la
igualdad de todos los seres humanos sin distinción de sexo. Es
constatable que la Tradición ha cargado mucho más las tintas
sobre el sexo, que el propio Evangelio. El gran negocio de la salvación de los hombres
que gestiona por delegación divina el Papa y la Curia Romana, está basada en los
preceptos relativos a la sexualidad de mujeres y de hombres siempre en signo
negativo. Parece que el gran mandamiento de “Amarás a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, ha quedado diluido en otro más potente: “No
gozarás, reprimirás tu sexualidad y el sexo estará solamente al
servicio de la procreación”. La Buena Nueva
anunciada como un mensaje de
amor, se ha convertido en una negación del gozo humano. “Amarás, pero no gozarás…”
Poner en cuestión todos los
soportes que mantienen la familia cristiana tradicional, es una utopía. Hasta ahora la
virginidad, la castidad, la renuncia a la sexualidad si no va encaminada en
exclusiva hacia la procreación, forman la columna vertebral de la conducta
de las mujeres y los hombres que abrazan la fe cristiana. La realización sexual es intrínsecamente mala,
perversa y supone un pecado reato de culpa. Aquello que en la vida laica y
secular se consideran derechos constitucionales, respaldados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, no
tiene cabida entre los practicantes de la religión católica.
La estructura eclesiástica es jerárquica y
patriarcal. Las mujeres desempeñan una papel de sumisión y totalmente
servil. Los votos de castidad sirven para establecer categorías de méritos y
virtudes. Aquellos que acceden a la clase sacerdotal deben de ser, con la excepción del clero oriental, célibes y
aquellos que optan por casarse siempre constituirán una clase de
inferior rango dentro de la comunidad. Quienes gobiernan la grey universal son
los llamado eunucos por el reino de los cielos. El reto de dar un vuelco a la
situación y que las mujeres accedan, no solamente al sacerdocio sino también
al episcopado y al mismísimo papado, rompería un paradigma de
siglos.
Con estos postulados papales la doctrina
cristiana sufriría un auténtico
vacío de contenido. La Iglesia sin perseguir los pecados
de índole sexual se vería avocada a ocuparse de otros temas que ha abandonada hace siglos.
Solamente el volver a leer el sermón de las Bienaventuranzas, supondría un acto revolucionario. Si el papa Francisco se empeña, quizás, no logre una revolución, pero sí un cisma más grande que los anteriores. España ya está apuntándose al carro de
la contrarreforma que es donde se siente como es su casa…
Fotos: Pedro Taracena
No hay comentarios:
Publicar un comentario