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lunes, 1 de octubre de 2018

COÑOS



Origen del mundo
Gustave Courbet 1886

Por Charneguet

AZ PERIODISTAS




La cosa va de coños y es que después de tanto darnos por culo los independentistas, llegó la hora de dejar los culos a un lado y poner los coños primero. A estas alturas la alternativa bien merece un post, o una misa, si se trata del meapilas del llorón de Junqueras…Yo, ¡pese a mi recién estrenada condición de príncipe de la Iglesia! ¡Cardenal nada menos!, cuyo capelo entregome y colocara sobre mi nuca, el Nuncio Enciclopedista, el ilustre cardenal José Luís de Valero, líbreme Dios de lanzar una encíclica en toda regla sobre algo tan serio… La solemnidad y el boato que acompaña tal dignidad, me resbala, así que la cosa la ceñiré en una más que modesta homilía, siempre más cercana y familiar que un tratado conciliar…
Visuales, olorosos y táctiles, sin prescindir del gusto… Hete aquí los sentidos, las piedras angulares que completan el mapa de una libido bien establecida y estructurada…El del oído, aunque también, siempre lo hace de una manera indirecta, clandestina si se quiere, como la de un furtivo en un evento, pero que luego, eso sí, adquiere hechura y protagonismos propios como el de cualquier otro invitado…Como la presencia del inevitable canapero gorrón, una figura aparentemente molesta, pero que al final, se integra y forma parte de la tramoya. El sentido del oído induce, eso sí. Recuerden sino las melodiosas y vibrantes marchas de los gaiteros escoceses en los preliminares de un combate, cuyas notas, armonizan, templan y potencian los ardores guerreros. Pero hablamos de coños, luego las sinfonías percibidas han de ser diferentes.
Nada más sugerente y electrizante que unos dedos temblorosos en busca del encuentro de un coño mojado por la excitación, caliente que se dice… No importa por donde se inicie la exploración, si por encima de la braguita, por un lateral o por la parte de atrás. La sensación de sortear la costura del encaje, siempre algo más dura que el resto de la prenda, produce el mismo impacto que la toma de una almena… Luego, como diría el invasor, el castillo es mío… Inenarrable el primer contacto de las yemas de los dedos con la densa mata de vello; tienes la sensación de que venías explorando por suaves, ondulados y dulces páramos para, de golpe, topar con un frondoso bosque tropical, donde las humedades se perciben en oleadas exóticas siempre cargadas de matices misteriosos que te invitan a seguir explorando con mucha más fruición, con más premura y con más celo… Algo así como si el mítico El Dorado te estuviera esperando.




La primera vez que me topé con un coño poblado de un pubis rubio me quedé perplejo. Hasta entonces siempre había visto que el pelambre de una mujer era negro o algo más clara, pero sin perder su condición oscura. Aquella mata de vello rizado era densa, como las otras, pero al ser amarillenta sobre un fondo de piel blanca y sonrosada, como que resaltaba menos, como más liviano. La misma impresión me causó cuando apenas percibí una leve tonalidad entre el exterior y el interior de aquella virginal hendidura. Aquel coño me parecía menos voluptuoso, menos impúdico, como menos coño se diría, no sé por qué. Esto lo deducía mientras me lo comía con el mismo impudor y obscenidad que siempre hice gala, eso sí, entre los gruñidos y gritos inconexos de la moza y que tanto impactan a la mayoría de los machos aficionados a tales menesteres.
Me he comido muchos coños… extensos, concisos, exuberantes, breves, recogidos, prepotentes, lujuriosos, obscenos, ralos, correosos, húmedos, calentones, retadores, sumisos, siempre a tono con sus pelambreras. Desde los montes más rizados, hasta los más frondosos valles, a veces, dentro de un mismo e incomparable ecosistema. Desde las onerosas y cálidas grietas, hasta las grutas más recónditas. Tierras exóticas todas, que siempre esperaban la llegada de un intrépido explorador que las hollase. Allá supe de la “alquimia de las soluciones salinas” que diría cierto amigo mío y de que los ecosistemas del placer, en el de la mujer mucho más, no debe ser modificado de manera artificial so pena de desnaturalizarlo… Lavando sí, pero Lavanda, no, sería el lema…
Mas tarde también supe que en las Salinas también estaban las soluciones, sobre todo en las de Ibiza, pero esto acontecería años más tarde.
El vello púbico siempre produce un especial impacto entre determinados machos, entre los que me cuento. También entre algunas hembras. Pero no seré yo quien renuncie a ningún coño. Los afeitados son los que menos me impactan, si acaso, salvaría el placer de afeitarlos. Los semi afeitados, por contra, se me antojan como una especie de híbridos que, a semejanza de las mulas, no dejan de ser un sucedáneo que devalúan o rebajan la intensidad de ciertas libidos.
Tuve la suerte de tener una hembra oriental, china, para más datos. Impactante era su vello púbico, negro como el azabache, densamente poblado, lacio y recio como escarpias… Uno de sus placeres era que le eyaculara sobre el pelambre. Solía visionar con indescifrable placer el contraste de mi semen, blancuzco y semisólido, salpicando su negrísima mata de vello… Luego con los dedos, esparcía con fruición el semen sobre su coño en una especie de ritual que nunca acerté a descifrar. No sé si para compensar la finísima capa, también blancuzca, que sus cálidos y abundantes fluidos, dejaban alrededor de mi verga cada vez que follábamos.

Nota del editor: Las dos fotografías que ilustran el artículo de Charneguet, pertenecen a fotógrafos de la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. Resistentes al franquismo y al nacionalcatolicismo. Y lo más importante es que utilizaban estas imágenes para felicitar a sus colegas en Navidad, que ellos consideraban unos meapilas...


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