Atardecer en Atocha
Pedro Taracena Gil
Desde muy niños somos conocedores de los cinco sentidos del ser humano: ver, oír, oler, gustar y tocar. Estos cinco sensores constituyen las puertas por donde captamos nuestra sensualidad. Después nos han hablado del SEXTO SENTIDO, se trata de sensaciones sutiles ajenas a la percepción de la realidad y que pertenecen al universo esotérico. Oculto, reservado. Dicho de una cosa que es impenetrable o de difícil acceso para la mente. Doctrina que se transmitía oralmente a los iniciados en ella. En la Antigüedad era impartida por los filósofos solo a un reducido número de sus discípulos.
Otros tratados vienen a explicar que los cinco sentidos de la sensualidad, pueden y deben estar al servicio de la sexualidad. Pero la sexualidad como sentido autónomo y motriz de toda nuestra realidad humana, personal y social, se encuentra en el limbo de los prejuicios y de los complejos. Más aún, la cuestión sexual es una materia a la que es lícito censurar y en muchos de los casos ni mencionar. Tabú encofrado en la misión puramente biológica del aparato genital reproductor, femenino y masculino. No es ningún disparate si hablamos del SÉPTIMO SENTIDO.
No solamente tenemos carencia de una educación sexual laica y sin tabúes, sino que ya nuestros ancestros condenaron al ostracismo más inhumano, el derecho a nuestra realización sexual. Realización sexual en libertad, igualdad, respeto y responsabilidad. Este vacío es patente y carece de interés para los responsables políticos de los planes de educación. Debieran corregir esta mutilación y sobre todo para que la educación sexual salga de la clandestinidad más hipócrita.
Nadie es ajeno al tema de la sexualidad. Si se aborda sin perjurios y sin complejos, es fácil hablar de la sexualidad y de las sensaciones y emociones que produce. Porque en todos los seres humanos, salvo aquellos que voluntariamente renuncien a ella, brotan en su interior emociones sexuales. En términos de la cultura clásica es Eros quien hace acto de presencia, ante el principio de que a toda acción corresponde una reacción. Todo estímulo sensual o sexual tiene su respuesta con la excitación erótica.
Todos estos términos se comprenderán mejor si nos adentramos en el mundo de las emociones. Considerando y valorando los órganos genitales y la sexualidad como valores positivos. Es decir, dadores de emociones ajenas a la moral, la religión y las costumbres tradicionales. Para mejor entender la utilización de estos conceptos, es preciso aplicar a cada palabra el contenido que cada persona libremente le otorgue.
Sensaciones como el gozo, el placer, la alegría, el amor, la amistad, la ternura, las caricias, el erotismo, el coito, la masturbación, la felación, sin distinción de sexo, son en términos subjetivos, energía cargada en positivo. Entre los siete pecados capitales, la lujuria es el que está directamente ligado a la sexualidad. Se define como “apetito torpe de cosas carnales” y la virtud contraria a este vicio es la castidad. Pero desacralicemos estos valores morales y religiosos. Para mejor entender este concepto de carga positiva, podemos utilizar el símil de dos asistentes a un concierto de música clásica, donde haya solistas, orquesta y coros. Uno de los asistentes es un simple amante de la música clásica, sin embargo, el otro, es un director de orquesta consagrado y además fue concertino de una de las orquestas que él dirigió. ¿Quién apreciará mayor gozó en este maravilloso concierto? ¿Quién de los dos percibirá los matices con mayor agudeza auditiva? Aunque sea muy difícil medir el mundo de las sensaciones y el universo de las emociones.
Este ejemplo sirve para ilustrar que la sexualidad ha sido apartada de las emociones si no está implicada directamente en los gentiles. De esta manera mutilamos nuestra realización sexual. Cuanta mayor experiencia tengamos en el conocimiento y práctica de todos los instrumentos, mayor será nuestro gozo, nuestro placer y mayores satisfacciones compartiremos. El ayuntamiento de los animales se produce a través del instinto, que garantiza la procreación de la especie. Pero en el caso de los seres humanos, la procreación no viene impuesta y pueden realizarse sexualmente al margen de ella. Al margen de cualquier valor moral o religioso, el ser humano es libre de planificar la concepción de sus hijos. El control de la natalidad y la interrupción voluntaria del embarazo, emanan del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
Volviendo al concierto de las emociones. No olvidemos que a todo estímulo corresponde una respuesta. Si el estímulo tiene carga positiva, la respuesta será placentera y positiva. Las emociones pueden venir también con carga negativa: el dolor físico, la tristeza, la angustia… ¿Por qué no responder con todas las emociones, incluyendo las emociones sensuales, sexuales, eróticas y hasta pornográficas? Estos conceptos han de salir del ámbito de la moral y la religión. Lo lúdico, lo impúdico, lo deshonesto desde el punto de vista sexual y la concupiscencia, no irradian en sí energía negativa. La resultante en el estado de ánimo de la persona es sexualmente muy positiva, aunque no estemos ante un acto sexual y genital exclusivo. Una persona realizada sexualmente en libertad, es una persona cargada de energía positiva. Y está mejor preparada para responder ante una invasión de penas, miserias y calamidades de carga a veces muy negativa.
Con este planteamiento, el autor de este brevísimo ensayo, es consciente de que puede ser incomprensible o incluso rechazable por la cultura judeocristiana. Donde el sexo está limitado a la procreación y toda realización sexual al margen de estos fines divinos, es negativa y en muchos casos considerada antinatural.
EL MITO DE CAÍN Y ABEL
(Mithos, Leyenda)
Hoja traslúcida
Pedro Taracena Gil
Eros provoca las relaciones amorosas entre los seres humanos. Engendra sus pasiones, sin distinción si los amores son incestuosos o no. Los mitos de Electra y Edipo, son ejemplos de ello. Sin embrago el fruto engendrado, deseado o inconsciente, consecuencia de la cópula, hombre mujer, perpetúa la especie. Mimetismo animal guiado por el instinto más que por la razón.
Adán y Eva, siguiendo el mandato divino: “creced y multiplicaos”, llevan a cabo un acto de amor, que si en vez de haber sido creados en Mesopotamia, entre los márgenes de los ríos Tigres y Éufrates, hubieran estado bajo la influencia del mundo heleno, Eros les hubiera inducido para llegar al mismo destino. A través del mismo encuentro carnal y sexual. Al nacer Caín y más tarde Abel, producto del amor perfecto, marcado por Eros, Natura o Yahvé, la relación con la deidad que no con sus progenitores, es quien les marca el nuevo camino. Donde las pasiones, las frustraciones y las diferencias, los llevan a lugares cada vez más lejos del seno donde fueron engendrados, cuyo lecho los vio nacer. El mito de Caín y Abel, aunque no es de origen pagano, su componente religioso no le excluye de ser un mito de marcado carácter moral. Es la consecuencia del enfrenamiento entre iguales, donde, el Amor-Cáritas, aparentemente impuesto por la consanguinidad, se rompe en pedazos. La leyenda de Caín y Abel nos muestra que el nacer hermanos no es garantía de vivir en fraternidad. Como vínculo natural y perfecto, Abel crece junto a su hermano mayor, Caín. Tiene los derechos de primogenitura de origen considerado natural. Es mayor, puede ser maestro y protector de su hermano. Sin embargo y a pesar de que Caín era labrador y Abel pastor, no fueron capaces de complementar sus faenas y mucho menos aunar sus esfuerzos en una tarea solidaria. En el mito de Caín y Abel, sus padres apenas intervienen en sus vidas. Cuando han conseguido superar su nivel nutricio, son hombres independientes y comienzan a vivir como adultos. Y en un momento dado, la leyenda contenida en el Génesis nos dice que Caín ofrece los frutos de sus tierras y Abel los productos primogénitos de su ganado. Pero, no obstante, el autor del relato no nos aclara por qué: “Agradose Yahvé de Abel y de su ofrenda, pero no de Caín y la suya”. A lo largo de la historia de los dos hermanos, podemos contemplar cómo sus conductas están marcadas por pasiones y presagios, llevando a los personajes a vivir un destino de máximo dramatismo. El ser hermanos no les hace inmunes a la perversión. El amor fraternal no es consustancial con la consanguinidad. Igual que Eros no evita el incesto, tampoco el haber nacido del mismo vientre propicia virtudes fraternales.
El mito de Adán y Eva es el resultado de la rivalidad entre el dios Eros y el dios Yahvé. Eros arropa su desnudez al hombre y a la mujer y ambos descubren su pasión amorosa; cumpliendo así el mandato bíblico de la procreación. Para Eros es un fin, para Yahvé es un medio. Este ayuntamiento es el comienzo de la vida. Les hizo partícipe del devenir de los tiempos. Según el autor sagrado provocaron ser como dioses, pero quedaron en humanos híbridos de deidad. Semidioses, según la mitología griega. Abandonaron la perfección en las puertas del Edén y se sometieron a todas las pasiones e imperfecciones humanas. Además, en este universo de sentimientos, Eros miraba hacia otro lado. Es evidente que el mito de Adán y Eva engendró el mito de Caín y Abel. El amor Eros sin contaminación del mito primero, dio paso al amor fraterno Cáritas del segundo. Y la fraternidad no la garantiza la sangre compartida, sino los sentimientos del género humano.
¿Cuál fue la perversión de Caín? Es posible que su crimen fuera compartido con su hermano, ya que el mismo Dios presagió sus destinos, donde debía de haber uno malo y otro bueno. El mito de Caín y Abel es una historia de desamor. El desencuentro de dos seres humanos. Uno débil y otro más fuerte. La ausencia de sus padres interviniendo en sus vidas, les priva de un modelo a seguir. Una deidad como Jehová no es el mejor consejero de los humanos. El rol de Yahvé en este relato tiene mucho de provocador. Fue el mismo Dios quien desequilibró sus sentimientos. No hay duda de que llegar a la conclusión que, en este mito radicalmente, hay uno que es el bueno absoluto, otro que es poseedor del mal indiscutible y un juez con todas las garantías de la justicia divina, es una conclusión un tanto simplista. Antes de llegar al odio hasta la muerte, hay que recorrer otros caminos: Incomunicación, rivalidad, niveles de generosidad y entrega y oportunidades de errar. Las historias de amor tienen los mismos procesos que aquellas de desamor, sólo cambian el signo de cada secuencia. El mito de Caín y Abel es la constatación de que el llamado amor fraterno, consecuencia de la consanguinidad, no conduce al amor como hecho natural. Del mismo modo que el Amor Eros es efímero porque su fin es la carne, el Amor Fraterno se convierte a través de la envidia en odio y muerte; surgiendo la víctima y el verdugo. El amor que surge de la misma sangre, está sometido a todas las pasiones e imperfecciones humanas. Además, en este conjunto de sentimientos, Eros conducido por el sexo sin contaminación y el amor fraternal guiado por la sangre común, no aseguran la permanencia del amor. Sólo los sentimientos humanos garantizan el amor sin fines. Sin instintos primitivos, tribales, procedentes de la carne y la sangre.
El relato de Caín y Abel, como cualquier leyenda, parábola o narración, bien religiosa o mitológica, encierra una lección moral, un paradigma con vocación de enseñar y de perpetuarse a través de los tiempos. Además, siendo una historia milenaria, corresponde a los doctos y no a los legos, hacer una interpretación científica, pero este relato breve, más breve que el original del Génesis, aunque denso en su contenido, viene a remarcar que, este mito y otros como el de Abrahán y el pretendido sacrificio de su hijo Isaac, no han sido bien explicados, sobre todo a los niños. Se estaría pagando un alto precio, si para evitar la envidia entre los seres humanos, tuviéramos que contar un relato tan criminal. En el mito de Caín y Abel, según la tradición más popular, fue la envidia la consecuencia que desencadenó la tragedia. Pero tampoco está claro que deba de ser la venganza el remedio para hacer justicia. Fue Dios quien provocó la maldad entre los hermanos; llevándoles hasta el crimen y luego, no impartió justicia, ni permitió la venganza.
EL ODIO
El ocaso en el Templo de Debod
Pedro Taracena Gil
“Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.
“Sentimiento de aversión y rechazo, muy intenso e incontrolable, hacia algo a alguien”
Podríamos encontrar muchas más definiciones y otras tantas acepciones de la palabra odio. Sin embargo, todas ellas tienen un enfoque moral emanado del contexto histórico donde se desenvuelven nuestras conductas, nuestro comportamiento, en suma. La influencia moral de la cultura judeo-cristiana es decisoria en su origen, llenándolo de contenido etimológico y semántico. El odio va en contra del mandato divino: Amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo. Esta doctrina está diseñada para que la represión del odio se convierta en virtud meritoria. Si te dan una bofetada en una mejilla, mostrarles la otra, para que te la rompan también; devolviendo bien por mal, evitando la satisfacción del agravio y cuidando mucho que la justicia no tenga tintes de linchamiento o de venganza. A pesar de que en los tiempos más primitivos del judaísmo estuviera en vigor la Ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente. El odio se considera como intrínsecamente malo, aunque en las dos definiciones mencionadas más arriba, marcan alguna diferencia. En la primera el odio lleva inherente el deseo del mal para el sujeto u objeto odiado. Y en la segunda definición el odio es un sentimiento privado y libre; pudiendo ser activo o pasivo. Solamente tendrá trascendencia si se exterioriza en hechos punibles.
Avanzando en estas consideraciones prisioneras de la tradición religiosa, por qué un sujeto que objetiva o subjetivamente tiene motivos para odiar, deba reprimirse; cuestionando si realmente este sentimiento se pueda reprimir cuando la prescripción viene dada por una moral divina, interpretada y prescrita por una clase sacerdotal. El odio, el amor, el perdón, la venganza, la ira, la paciencia, la envidia… son cualidades del ser humano. Y la trascendencia de estos estados de ánimo, sólo estarán prohibidos cuando sean castigables por la legitimidad de las leyes civiles, no por las normas morales, ajenas a ellas. Por ejemplo, se puede odiar por envidia o por otras razones a un padre, a un hermano, a un amigo o a un extraño, pero esta digamos emoción, en virtud de qué moral es intrínsecamente mala, aunque se tenga la voluntad de desear todos los males del mundo. Las consecuencias de estos deseos no constituyen una conducta dolosa, mientras estos pensamientos no se traduzcan en hechos delictivos. Y es posible que quien alberga estos pensamientos obtenga cumplida satisfacción en su intimidad.
La madurez de la persona civilizada se irá alcanzando en la medida que se adentre en el mundo del raciocinio. Cuando su comportamiento obedezca al conocimiento obtenido por el uso de la razón. No por la tradición irracional de una moral milenaria dictada por los líderes de una religión. Volviendo a la Ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente, ésta supuso un límite a la venganza. Se llegaba a brazo por brazo, mano por mano y hasta vida por vida.
En el derecho actual los hechos donde se ha materializado el odio, están sujetos a la justicia y sobre todo con vocación de alcanzar la reinserción del condenado. Una vez situado el odio en la esfera personal y al margen de toda consideración de índole religiosa, su materialización en un acto que merezca castigo según la ley, se considerará al margen de los sentimientos negativos, que la persona pueda haber tenido o mantenga para siempre. El reo no será condenado por el sentimiento de odio, sino por las consecuencias de haberlo ejecutado a través de un hecho delictivo. A pesar de estas consideraciones el odio sigue siendo algo a erradicar por ser humano. Se considera que no se puede vivir con tranquilidad de conciencia odiando al prójimo y se le califica como una mala persona. El odio sentido o confesado es algo a reprimir y desterrar. El odio toma parte del mal y la ausencia de odio es el bien. Siempre medido con parámetros morales que no están en los códigos civil o penal. Caín podía haber odiado eternamente a su hermano Abel y sin embargo si no hubiera cometido el crimen, Dios no le hubiera pedido cuentas de su odio fratricida. Salvando las distancias bíblicas, en la vida diaria de una persona hay motivos, unos objetivos y otros subjetivos, que le provocan odio irremediable imposible de evitar. Hay odios que aparentemente se resuelven a través de la aceptación de la culpa y el perdón de la víctima. No obstante, si el agresor no es perdonado por el agredido, el odio persistirá. Pero hay otros casos en el que el ofensor se obstina en el comportamiento que hiere al ofendido, y éste, lejos de perdonarle aumenta la intensidad de su odio. En ambos casos el sujeto ofendido alivia su rencor con la satisfacción que le proporciona su odio permanente. En estas situaciones el conflicto sigue y “cuyo mal desea” también. Siempre que no se exterioricen amenazas verbales que pudieran ser constitutivas de un delito. Además, hacen su presencia los prejuicios emanados de la moral popular, ancestral y religiosa. El odio siempre se considera no solamente negativo, sino perverso. Sin embargo, el causante que provoca el odio de la víctima, aunque éste sienta odio también, como es por naturaleza considerado como “el malo”, se acepta como normal que se mantenga en un estado de maldad permanente.
El sentimiento de odio debe ser reconocido y calificado por el propio individuo que lo siente. Borrarlo mediante la práctica de doctrinas morales ajenas a la razón produce frustración. Pocos están dispuestos a perdonar gratuitamente y menos devolver bien por mal. El sentimiento paterno filial, fraternal, amical o simplemente entre ciudadanos, bajo el paradigma bíblico, no resuelve los conflictos emanados del odio. Estos parámetros arcaicos estructuran una sociedad patriarcal, donde sólo se contempla “el honrarás a tu padre y a tu madre”, no se menciona la reciprocidad de los padres con los hijos, al margen del nivel nutricio. Por supuesto la mujer está sujeta al hombre y no se contempla la igualdad. Entre los hermanos, el mayor es el que dispone de los derechos de primogenitura. Es decir, que la sociedad con valores bíblicos, sean del Antiguo como del Nuevo Testamento, se basan en el perdón, el sacrificio y la obediencia, sin tener en cuenta la justicia y la igualdad. La sociedad moderna ha regulado las conductas observadas al margen del bien y del mal, el vicio y la virtud, la venganza y el perdón, el pecado y su redención. Las leyes que la civilización se ha dado sólo entienden de derechos y deberes, en base a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El mundo de los sentimientos queda en la intimidad del individuo. Donde el odio intrínsecamente no tiene por qué ser un mal absoluto. Dependerá de cada persona de cómo lo asuma. Para algunos puede ser una satisfacción el odiar y para otros les producirá algún cargo contra su conciencia. Todo ello encontraba respuesta en la religión, ahora, quizás, es la psicología la ciencia que se ocupa de los estados de ánimo, del comportamiento y de la conducta. Hay quien no siente ninguna inquietud por ese algo o alguien que le provoca malestar, el odio lo convierte en indiferencia. El derecho a sentir odio y por supuesto obrar en consecuencia en su propia defensa, todo ello es cuestión de empatía y asertividad. Siempre al margen de cualquier reacción consumada con dolo.
En el siglo XXI como en el pasado, nuestras circunstancias nos llevan a sentir odio de muy diversa naturaleza. Odio por las injusticias, las guerras, los maltratadores, los dictadores, los ladrones, los usureros y los caciques. Y es lícito sentir odio por estas agresiones, ofensas y humillaciones; luchando contra toda vulneración de los Derechos Humanos. En el ámbito social y familiar, hay padres, hijos y hermanos, que lejos de practicar el amor paterno filial o fraternal, hacen motivos para levantar sentimientos de odio. Tanto en el campo social, político o familiar, el odio y sus consecuencias, no se resuelve con prescripciones de índole moral religiosa, su resolución viene prescrita en el Derecho; quedando en el ámbito privado los sentimientos de odio o rencor. Así como los sentimientos de ternura o cariño. Sería saludable desmitificar la estigmatización del odio y sacarle del entorno del mito. La psicología es una herramienta humanística cuyo objeto es el comportamiento humano, al margen del premio y el castigo bíblico. El odio como la simpatía, la soberbia y la humildad, no imprimen carácter inmutable. Habrá que analizar los factores personales y del entorno para abordar las diversas motivaciones subjetivas. Si un ciudadano, por ejemplo, en la actualidad se ve privado de todos los derechos que le proporcionaba el Estado de Bienestar: se ve en paro, pasa hambre, sufre un desahucio, contempla mermada su asistencia médica y sus hijos no tienen la educación que garantizaba su futuro, esta persona le asiste el derecho del sentimiento del odio contra todo y todos los que le arrebatan algo que es suyo. La resolución de estos conflictos tiene difícil solución a través de preceptos religiosos. Porque el primer paso a dar es encontrar el sujeto que desencadenó la agresión, la ofensa, el insulto por parte de quien se siente la víctima. Y a partir de estas premisas, el perdón o la venganza, tienen que dejar paso a la justicia y el restablecimiento de los derechos quebrantados. Aunque el odio sigue siendo una vivencia personal irrenunciable para satisfacción de la impotencia del agredido. El odio visto con el prisma del siglo XXI no es algo monstruoso, un vicio a erradicar de los individuos que lo sientan. Más bien debe ser una oportunidad de reflexión con la razón, no con los impulsos irracionales y mucho menos con los prejuicios religiosos de épocas ya superadas. En “mi querida España, esta España mía, esta España nuestra” el odio está anclado en nuestras vidas presentes y en nuestra reciente historia. La solución no está en un examen de conciencia, en sentir dolor por haberlo mantenido y reconocerlo abiertamente, tampoco en el propósito de la enmienda y mucho menos en cumplir una hipotética penitencia. Ni perdón ni olvido. La reconciliación con nosotros mismos y con los demás, camina por otros derroteros. El camino del reconocimiento de la dignidad arrebatada; avivando la memoria de los hechos históricos. La senda de la justicia contra la impunidad de aquellos que confundieron su victoria con la verdad. Y sobre todo que nadie tergiverse los términos democracia y consenso, así como transición democrática y amnistía de la dictadura, y mucho menos justificar lo legal con lo que es justo. Todas estas premisas, conglomerado de falacia y demagogia, mantienen el statu quo de quienes aceptaron el consenso; renunciando a cumplir y hacer cumplir la Constitución Española de 1978. No sería banal que los españoles en privado y en colectividad, nos diéramos respuesta racional a esta cuestión ancestral del odio…
LA INCITACIÓN AL ODIO
Vetusta ventana en Languilla (Segovia)
Pedro Taracena Gil
El Gobierno está muy preocupado por las conductas de la sociedad que incitan al odio. El odio es una emoción como lo es el amor. Si el amor y el odio no hacen daño a nadie no tiene porqué ser negativo o malo en sí mismo. El amor y el odio, no en pocas ocasiones cierran un mismo círculo vicioso. Tanto el odio como el amor no son ni bueno y malo si no se proyectan para hacer el mal a los demás. Este planteamiento es válido sólo al margen de todo planteamiento religioso. El sentimiento de odio para la religión es pecado y para el mundo laico, si no causa daño que sería un delito, el odio en sí mismo es una cualidad. Si alguien siente odio hacia una persona, pero no le causa daño, el odio tampoco perjudica a quién lo siente como emoción legítima.
El Ejecutivo encuentra indicios de delito cuando observa conductas que incitan al odio. Sobre todo, en el campo terrorista, racista, homófobo, proxeneta, pederastia y un lago etcétera. Es muy positivo que extreme su celo en estas amenazas que sufre nuestra sociedad. Donde cualquier apología puede incitar a cometer el delito contra colectivos más vulnerables. Pero el Gobierno no contempla qué hacer cuando aquello que incita al odio son, sus políticas, que causan crímenes legales en tiempo de paz, donde el ciudadano no ha creado ningún conflicto y sin embargo es víctima de él. El sistema jurídico y político no están pensados para que el pueblo se defienda de las agresiones de los políticos, teóricamente, servidores públicos…
Yo como ciudadano siento odio legítimo contra el Gobierno y se lo demostraré todos los días a través de mi manifiesta discrepancia y el derecho a la libertad de expresión. Considero que esta sensación de odio hacia el que me agrede, teniendo la obligación de protegerme, es saludable y psicológicamente terapéutico. ¿Venganza? Yo lo llamaría reparación o exigencia de devolución de los derechos sustraídos. El Código Penal tiene tipificados los delitos de incitación al odio, evidentemente causantes de daños graves. Pero para los crímenes legales en tiempos de paz, los políticos solamente responden cada cuatro años en las urnas. ¿No es una situación legal pero inmoral?
Sin duda toda la legislación que el Gobierno ha sido capaz de poner en marcha, contra el pueblo español al dictado de la Troika, supone una incitación al odio. Y es inevitable.
¿Qué sentimiento pueden tener los enfermos de hepatitis C, frente a la negación del medicamento prescrito por los facultativos?
¿Cómo llamaríamos al sentimiento que padecen familias enteras, desahuciadas de sus viviendas de protección oficial vendidas a un fondo Buitre?
¿Puede estar el odio ausente de aquellas personas que ven cómo sus seres queridos se mueren por los recortes sanitarios?
¿Cómo reaccionar ante el hambre, el paro, el exilio de los jóvenes y los científicos?
¿Cómo asumir que Europa es la cuna de la civilización, cuando la Unión Europea hace un vergonzoso y criminal cuerdo con Turquía para retener por dinero a los refugiados y los emigrantes que viene huyendo de la muerte?
¿Alguien duda de que estos hechos sean crímenes legales, aunque no estén plasmados en una sentencia judicial?
“La Justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados”
Pues señores políticos, el pueblo español siente odio hacia vosotros, yo, el primero. Porque es un pueblo vivo y honrado. Vuestra inmoralidad pone en duda vuestra legitimidad para insultarnos con vuestras mentiras avaladas de embustes. No somos demagogos, ni populistas y mucho menos gilipollas.
LOS SIETE PECADOS CAPITALES
Fragmento de “Conversaciones con mi ángel caído”
Jerusalén mercado en fiesta
Alejandro Taracena Cobo
Tenías verdaderos deseos de hablarme de los pecados que me acompañarían contigo al Infierno. Que yo recordaba desde mi tierna infancia. Sentía ansias de conocer tu versión del pecado, sobre todo del pecado mortal. Me hiciste recordar al pie de la letra la letanía de los siete pecados capitales, que aún recordaba desde niño. En la Biblia el número 7 aun siendo primo es divisible y múltiplo de todo, aunque no lo prescriba la aritmética más simple. Sin duda tu sabiduría angelical quitó hierro al asunto. Cuando es el hombre quien utiliza la razón, los pecados por graves que aparezcan, pueden ser atenuados por el conocimiento humano. Y quizás hasta cambiar de signo.
Contra Soberbia Humildad. Contra Avaricia Largueza. Contra Lujuria Castidad. Contra Ira Paciencia. Contra Gula Templanza. Contra Envidio Caridad y contra Pereza Diligencia. Una vez recitada la relación como si de una salmodia se tratara, me tomaste por el hombro y paseamos no muy lejos de tu sitial. Antes de que me preguntaras, yo te expliqué cuáles eran los que yo había asumido como de mayor gravedad. Sin duda te avancé que la Lujuria.
La lujuria, junto con el sexto y nono mandamiento era la senda de la perdición de mi alma. Tú asentiste como lógico entonar el mea culpa mea culpa mea máxima culpa, por mis pecados contra la castidad. Pero me transmitiste sosiego al contemplar que el tema de la sensualidad y sexualidad habían sido ya resueltos entre nosotros. Dentro de un humanismo racional. Los seis pecados restantes tomaban parte de las emociones, sensaciones y sentimientos lógicos de vivir en comunidad. Disciplinas que se encuadraban en el campo de la sociología, psicología y la pedagogía, donde ninguna deidad se podía inmiscuir en el comportamiento de los humanos, regulados por las leyes civiles.
Nuestra conversación había quedado interrumpida hasta pasadas varias noches de luna llena. Para nuestro siguiente encuentro fui transportado junto a mi Ángel Caído, al pie mismo del árbol de la ciencia del bien y del mal. Allí donde Eva comió de la fruta prohibida y dio de comer a su compañero Adán. En aquella luminosa noche, al pie del árbol, estábamos los dos, uno frente al otro. Tú, mi Ángel Caído y yo, tu pretendido discípulo y amigo. Después de un largo, placentero y tibio silencio, me atreví no sin temor, a preguntarte: ¿Por qué te dejas abrazar por la serpiente? Y tú me tomaste de las manos y exclamaste: La serpiente es nuestro pudor, míranos, nosotros estamos desnudos.